Como lo saben los servicios de inteligencia —no sólo por mis correos—, he andado por medio país, incluidos territorios negros, resguardos indígenas, zonas de colonización, regiones campesinas donde en muchas hay soldados, policías, guerrillas y paramilitares. En ninguna me ha pasado nada. No digo ahora, diría en lo que llevo conversando con su gente.
Por: Alfredo Molano Bravo
En algunas, la guerrilla me ha detenido; en otra, los paramilitares me han dado horas para salir de su jurisdicción; por último, en otras, la fuerza pública no me ha dejado pasar. Pero, repito, he salido sin que me asalten. En cambio, en Bogotá, me han asaltado cuatro veces en los últimos meses. Más concretamente: la primera fue en la avenida Caracas con calle 17 —llegando de los Llanos—, un habitante de la calle, sucio, harapiento, malencarado salió de no sé dónde, puso el brazo en el espejo retrovisor y me gritó: “¡billete, billete!”. Saqué uno de 2.000 pesos y me gritó de nuevo: “¡billete!”. Yo me enredé tratando de sacar de mi bolsillo otro de más valor, y mientras tanto, cambió el semáforo y el tipo se quedó con el espejo, es decir, con 150.000 pesos.
La segunda, en la calle 20 con Caracas, de salida hacia los Llanos: 4 de la mañana, paré en el semáforo y sentí que al tiempo dos muchachitos de 12 o 13 años se prendieron a los espejos y se los llevaron. Costo: 300.000 pesos.
Tercera, en la calle 45 con carrera 24, un muchacho se acercó a limpiar el vidrio, se paró frente a mi ventada: “¿Le limpio los vidrios?”. No, gracias, le respondí. Sin más, metió la mano y me robó el celular que llevaba cerca de la barra de cambios. Pensé en morderlo, pero, francamente, no fui capaz.
Cuarta: 7 de la noche, semáforo de la circunvalar frente al Hospital Militar. Paré, salió del potrero un muchacho rubio, colorado, sin dientes, con los ojos en llamas, y me dijo por la ventana, que llevo siempre abierta porque en Bogotá hace cada día —y a todas horas— calor: “moneda, moneda, moneda”. Le di unas de las que llevo listas en el cenicero. “Moneda”, insistió; le di otras; desaforado, me insultó, sacó un cuchillo que llevaba en la pretina y volvió a gritarme: “¡Toda la moneda!”. El semáforo cambió, aceleré y la puñalada se quedó en el aire…
Pasa todos los días, pasa a todas horas, pasa en las ciudades, en todas las ciudades. Pasa. Con el tiempo, hay más y más retenes de pequeña, fugaz y peligrosa extorsión. Alcabalas de los desesperados con la droga, el alcohol, el desempleo y la soledad. ¿A quién no le han robado el celular?
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