Fernanda Sánchez Jaramillo
No resulta fácil en
estos días descansar la mente. Semanas enteras en las que balas
camufladas en forma de palabras circulan en las redes y nos impactan
como a los distraídos transeúntes los tiros al aire.
La histeria
colectiva expresada en 140 caracteres amilana y afecta incluso a quien
levanta alrededor suyo murallas poéticas para soportar este “vendaval”
desinformativo. En nombre de la paz sus pregoneros caen en la tentación
del linchamiento público, del matoneo.
Intentan disfrazarlo
argumentando la defensa de la patria, pero esas sutiles violencias,
violencias lingüísticas, son perceptibles para quienes trabajan con la
palabra y para aquellos que han sido víctimas de la violencia verbal.
La vulgaridad y la bajeza de la campaña política, protagonizada por
algunos candidatos, se extendió a las redes sociales. Allí en defensa de
diferentes posturas se utiliza cualquier recurso para destruir al otro,
no hay debate, hay pelea, no hay persuasión, hay imposición.
En las redes no se atacan las ideas, sino a las personas. Se usan
calificativos peyorativos, se juzga descarnadamente, se ridiculiza;
también se corre el riesgo de ser lapidado, emocionalmente, con 140
caracteres.
Todos son afectados: quienes son atacados
directamente y quienes padecen en silencio el envilecimiento de una
comunidad virtual. Involucionamos como sociedad, nos deshumanizamos un
poco cuando caemos en la crudeza de la violencia verbal y escrita.
En las redes no se tienden puentes, se dinamitan; en las redes no se
dialoga, se grita. Parece que el fin justifica los medios y el anonimato
que ofrece un avatar permite vomitar fuego en forma de palabras.
Se puede insultar sin ser visto, sin asumir la responsabilidad por el
impacto psicológico que estas “pequeñas” violencias tienen en los
colombianos, ya torturados psicológicamente a causa de tanta muerte.
El daño está hecho. El impacto se siente. Una sociedad ávida de paz no
puede permitirse caer en el fundamentalismo, ni siquiera a nombre de
ella. Un país que está ansioso de armonía, no puede generar más desazón a
través de la violencia lingüística, que merma la fe, provoca angustia y
arrebata la esperanza.
Es en tiempos de crisis, cuando se
requiere la cordura, cuando hay que echar mano de nuestra nobleza, de
nuestra capacidad para persuadir al oponente con la palabra que lo
restaura en su dignidad, incluso cuando éste, por ignorancia,
inconciencia o impulsividad, se haya empequeñecido. La violencia
lingüística destruye el frágil tejido de una comunidad virtual llamada a
ser un espacio “democrático”, confrontador de ideas pero respetuoso del
contradictor.
El lenguaje es un instrumento poderoso, de ahí
la necesidad de ser impecables al usarlo. Nunca como ahora es tan
imprescindible practicar la comunicación no violenta. Bien lo dice el
periodista Arturo Guerrero: “Pacificar un país no es solo silenciar
armas, sino apaciguar mentes”.
De la violencia lingüística
Written By Unknown on sábado, junio 07, 2014 | sábado, junio 07, 2014
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