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A votar por Juampa

Written By Unknown on domingo, junio 15, 2014 | domingo, junio 15, 2014


Alfredo Molano Bravo 14 Jun 2014 - 9:00 pm

Soy de los que creen que en las elecciones de hoy domingo se decide entre la paz —que está al alcance de la mano— y la guerra, que está que se mete por la puerta de atrás, por donde siempre entra la extrema derecha.
Por: Alfredo Molano Bravo
Ochenta años de codicia y de sangre no parecen ser suficientes para que la derecha fascista calme sus ganas de poder. Es una fuerza gaseosa que se concentra como mano negra, como laureanismo, como rojismo, como turbayismo, como uribismo. Cambia de leyenda y de caudillo, pero es la misma, tiene los mismos intereses, los mismos métodos y logra los mismos resultados: 240.000 muertos registró la Comisión para el Estudio de la Violencia en 1958 y otros 240.000 —una cifra cabalística— contó el Centro de Memoria Histórica que publicó el ¡Basta ya! hace unos meses. Esa extrema derecha ha chantajeado al país para robarle la vida y mantenerlo al borde de la miseria. Detuvo a balazo limpio las reformas liberales de medio siglo, impuso el Frente Nacional como condición para desarmar a los chulavitas y atemperar a la fuerza pública, y ha sostenido excluida del sistema político a la izquierda, criminalizándola y obligándola a dividirse o a enmontarse. En última instancia, lo que se abre con Santos es la posibilidad de que en adelante nuestras diferencias sean tramitadas políticamente. En realidad, no se trata de liquidar los conflictos sino de civilizar las armas, de un lado, y de hacerlas innecesarias, del otro. Los conflictos sociales son la cuna del Estado; suprimirlos es ensangrentarlos. La derecha fascista vive y se alimenta de esa sangre, la reproduce y la llama orden.

Las campañas electorales que hemos visto, pese a la trascendencia de la decisión que se juega, han sido pandas y tontas. El uribismo ha tomado como lema su brutal “le rompo la cara, marica”. Fue lo que casi hace Zuluaga con Santos en el último debate televisado. Un paso más fuera del atril y le pone la mano al presidente, que, la verdad, toreaba con la frialdad que lo caracteriza al energúmeno uribista. La loca de las naranjas es la fiel imagen de lo que nos espera si gana Zuluaga. Así fue su campaña: comenzó en voz baja y terminó gritando y disparando naranjazos. A Santos lo salvó el video que la gente con malicia ha llamado de la tía de la loca de las naranjas: una verdadera muestra del ingenio del pueblo raso, sin gomina, sin afeites, sin maquillaje. La tía dejó seco a Zurriaga, lo enmudeció, y sacó a los medios a Uribe a gritar que le van a robar las elecciones, un recurso clásico del talante laureanista, argumento con el que incendió el país.

Lo interesante, lo verdaderamente valioso del enfrentamiento electoral, ha sido la gran fuerza que se ha ido creando alrededor de la paz, que podría llegar a constituirse en un verdadero contrato social.

Las adhesiones del Polo —con la excepción consabida—, de un sector de los Verdes, de otro de Marta Lucía, desencadenaron una avalancha de apoyos a la candidatura de Santos: campesinos, indígenas, negros, mujeres, financistas, cacaos, obreros, artistas, judíos, gitanos, intelectuales, elegetebistas, sindicatos, maestros, camioneros, hip-hoperos, nos fuimos sumando no sólo contra la guerra, sino a favor de una paz de contenido social. Es lo que Santos estará obligado a sacar adelante. De otra manera, lo que escribe con la mano lo borraría con el codo y volveríamos a las mismas. Por primera vez, la izquierda decide en cabeza de mujeres. No es suficiente la paz, es necesario un profundo y sólido “acuerdo sobre lo fundamental” que impida volver a la guerra, que la derrote para siempre.
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