Lo rutinario no es el paro agrario, como lo
sugieren sus malquerientes. Si algo es costumbre es la ninguneada al
campesino cuando a este se le da por hacer política.
Primero lo amenazan con que su movimiento está infiltrado y no lo bajan de guerrillero. La fácil. Tan vieja como las Farc. Si el muy temerario insiste, se le trata con irritación. Pues cómo se atreve a hacer política en estos momentos tan trascendentales para la patria, la unidad nacional, la paz (y la reelección). Con el empujoncito de uno que otro perezoso medio, Vargas Lleras hasta convirtió en noticia la idea de que detrás de un paro hay intereses políticos. La obviedad hecha tweet, entrevista, titular e indignación.
Y si esta no es suficiente, el paternalismo todo lo puede. Lo hay en bruto y sofisticado. Del primero abundan los ejemplos: es que a los campesinos los manipulan y los usan, según los analistas más preocupados. Es que los ponen de tontos útiles, se lee por ahí. Son marionetas y hasta secuestrados están, si nos atenemos a una columna de opinión reciente. De lo contrario, un paternalismo de tipo tecnocrático irrumpe para recordarnos que el campesino es una víctima paradigmática. Sus historias de dolor tienen un espacio institucional que ya les fue asignado pero sus motivaciones políticas, que imaginan cercanas a la venganza, el odio y el resentimiento, no son requeridas.
Entre tanto, el Gobierno se dedica, ahí sí, a la política: se las arregla para dividir, enloda a los pocos que se atreven a liderar (a Pachón hasta lo hicieron arrepentirse en público por haberse atrevido a buscar la Presidencia), pone un ministro del agro que le habla a los grandes, se entiende con los gremios (con quién más si el campesino no está en edad para hacer política) y por supuesto busca su reelección. Llegado el momento de los discursos, leemos que al sector rural lo que le ha hecho falta, desde siempre, es una buena política.
Primero lo amenazan con que su movimiento está infiltrado y no lo bajan de guerrillero. La fácil. Tan vieja como las Farc. Si el muy temerario insiste, se le trata con irritación. Pues cómo se atreve a hacer política en estos momentos tan trascendentales para la patria, la unidad nacional, la paz (y la reelección). Con el empujoncito de uno que otro perezoso medio, Vargas Lleras hasta convirtió en noticia la idea de que detrás de un paro hay intereses políticos. La obviedad hecha tweet, entrevista, titular e indignación.
Y si esta no es suficiente, el paternalismo todo lo puede. Lo hay en bruto y sofisticado. Del primero abundan los ejemplos: es que a los campesinos los manipulan y los usan, según los analistas más preocupados. Es que los ponen de tontos útiles, se lee por ahí. Son marionetas y hasta secuestrados están, si nos atenemos a una columna de opinión reciente. De lo contrario, un paternalismo de tipo tecnocrático irrumpe para recordarnos que el campesino es una víctima paradigmática. Sus historias de dolor tienen un espacio institucional que ya les fue asignado pero sus motivaciones políticas, que imaginan cercanas a la venganza, el odio y el resentimiento, no son requeridas.
Entre tanto, el Gobierno se dedica, ahí sí, a la política: se las arregla para dividir, enloda a los pocos que se atreven a liderar (a Pachón hasta lo hicieron arrepentirse en público por haberse atrevido a buscar la Presidencia), pone un ministro del agro que le habla a los grandes, se entiende con los gremios (con quién más si el campesino no está en edad para hacer política) y por supuesto busca su reelección. Llegado el momento de los discursos, leemos que al sector rural lo que le ha hecho falta, desde siempre, es una buena política.
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Nicolás Rodríguez | Elespectador.com
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