Por Marcha Patriótica: Alexander Escobar /2014/ Abril 4/ REMAP/
La vida campesina está ligada a la lucha por la tierra y preservación
 de su cultura. Diversos procesos campesinos son testimonio vivo de cómo
 cultura y territorio son inseparables para la permanencia de una 
comunidad. Esta relación ineludible establece la tierra –el derecho a su
 tenencia– como condición que funda el territorio para la preservación 
de la vida y cultura de las comunidades campesinas.
Bogotá, abril 9 de 2013. Mas de un millón de peronas marcharon
por la Paz con Justicia Social. Foto: Marcha Patriótica Valle
Sin embargo, esta relación vital que se muestra inseparable para la 
vida del campesinado, para la Constitución Política de 1991 no tuvo 
ninguna relevancia, y posteriormente tampoco tuvo desarrollo en la Ley 
General de Cultura de 1997. Los resultados fueron dejar a Colombia con 
una Política Cultural que principalmente centró su atención en la 
formulación de programas para la protección de los derechos y 
preservación de la cultura de los grupos étnicos, mientras las 
comunidades campesinas eran borradas de la dimensión cultural.
El reconocimiento a la cultura de las comunidades indígenas y 
afrodescendientes es un hecho en la legislación del país. Este hecho que
 pareciera estar fundado solo en términos de protección a las 
tradiciones, saberes y memoria de estas comunidades, tiene un trasfondo 
de mayor alcance. Porque reconocer la cultura es reconocer que estas 
comunidades requieren de la protección de un territorio, y por tanto, es
 reconocer su derecho a la tierra estableciendo una legislación especial
 para que ello se cumpla.
De este reconocimiento no gozan las comunidades campesinas. La 
Constitución Política y la Ley General de Cultura no establecieron la 
cultura campesina como una prioridad para su protección. Y el efecto fue
 devastador, en tanto que omitir la cultura es omitir el territorio, y 
en últimas, es negar el derecho a la tierra del campesinado.
La Cultura como parte del conflicto
Varios factores podríamos atribuir al no reconocimiento de la cultura
 campesina. Sin embargo uno de suma importancia sobresale: la 
prolongación del conflicto colombiano, el cual está ligado a la no 
participación de varios de los grupos insurgentes, como las FARC y el 
ELN, en las discusiones que dieron vida a la Constituyente de 1991.
Desde finales de los ochenta y hasta principios de la década de los 
noventa, los grupos guerrilleros más representativos del país estuvieron
 reunidos en lo que denominaron la Coordinadora Guerrillera Simón 
Bolívar (CGSB). Como Coordinadora llegaron a actuar en un frente unido 
en las negociaciones de paz con el Gobierno colombiano, y de igual 
manera discutieron su posible participación en la Asamblea Nacional 
Constituyente de 1991.Sin embargo, como Coordinadora, su participación 
jamás llegó a materializarse. Algunas de las razones se resumen en lo 
siguiente: un mes antes de la elección de los constituyentes, 
representantes del Gobierno de César Gaviria arribaron al campamento del
 máximo jefe de las FARC, Manuel Marulanda Vélez, para conversar sobre 
los cupos que serían asignados a la Coordinadora. El ofrecimiento del 
Gobierno fue de cinco cupos, lo cual se alejaba de los 20 que solicitaba
 la CGSB.
Esa tarde el Gobierno no cedió ni permitió que se discutiera el tema 
con los demás grupos insurgentes de la Coordinadora. Buscando una 
salida, Marulanda propuso a la delegación pasar la noche en el 
campamento y encontrar una solución al día siguiente. Pero el 
ofrecimiento fue rechazado argumentando razones de tiempo. Ante la 
negativa –según cuenta Pablo Catatumbo a Alfredo Molano– Marulanda 
respondió: “si no tienen una noche para conversar, ¿qué tiempo le van a 
dedicar a la paz?”. Y esa misma tarde el helicóptero partió sin una 
respuesta. Un mes después, en momentos que los constituyentes eran 
elegidos en todo el país, los campamentos de río Duda de las FARC fueron
 bombardeados[1].
En la constituyente solo participaría, ya desmovilizado, el 
movimiento guerrillero del M-19, luego de ser elegido formalmente. 
También participarían con voz pero sin voto dos representantes del EPL, 
uno del Partido Revolucionario de los Trabajadores y otro por el 
Movimiento Armado Manuel Quintín Lame.
Entender la prolongación del conflicto social y armado en relación a 
la no participación en la Asamblea Nacional Constituyente, es de vital 
importancia para comprender por qué la cultura campesina no goza de un 
reconocimiento efectivo dentro de la legislación colombiana. Porque los 
inicios del alzamiento armado en el país en gran medida están 
relacionados con los problemas del campo colombiano. Grupos como las 
FARC y el ELN deben sus raíces a la iniquidad y violencia sufrida por 
los campesinos a manos del Estado.
Esto nos permite establecer algunas 
diferencias con el M-19 cuyo nacimiento, a pesar de estar ligado a la 
injusticia del país, tuvo raíces fundamentalmente urbanas, motivadas por
 la ausencia de garantías para la participación política. Estas 
distinciones entre grupos insurgentes son claves para entender la falta 
de una mirada más profunda sobre el campo colombiano en los debates de 
la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, en tanto que los grupos 
guerrilleros ligados históricamente al campo y sus problemáticas no 
tuvieron participación alguna en un proceso constitucional que pudo 
servir para la construcción de la Paz con Justicia Social, y no solo 
para la desmovilización de algunos grupos insurgentes como el M-19.
Los efectos de ese vacío de representatividad son más que palpables: 
si la cultura del campesinado no se reconoce de igual forma que se 
reconoce para las comunidades indígenas y afrodescendientes, se debe a 
que la constitución del 91 no planteó, más allá de la formalidad, 
problemas fundamentales ligados al campo que dieron origen al conflicto 
colombiano. Y lo más lamentable, el no hacerlo conllevó a la 
prolongación de la guerra por varias décadas, las cuales son reflejo de 
nuestro presente.
Una Constituyente que cure el pasado
La Paz en Colombia es más que una foto publicada para elevar el 
rating de los diarios nacionales y mejorar la imagen del Gobierno 
colombiano. Apoyar los diálogos entre el Gobierno y las FARC para la 
construcción de la Paz con Justicia Social es tarea de todos los 
sectores de la sociedad que deben continuar exigiendo participación 
directa en la mesa de diálogo que tiene lugar en La Habana. Los diálogos
 de paz necesitan constituirse en un espacio que involucre al pueblo 
para que éste mandate el fin de la guerra. Porque el derramamiento de 
sangre debe sustituirse por la sensatez que tendrá que derrotar al odio,
 el engaño y la injusticia.
Calles y auditorios reclaman hoy por la realización de una nueva 
Asamblea Nacional Constituyente, una exigencia que el Gobierno se niega a
 convenir en la mesa de diálogo instalada con las FARC. Pero aunque el 
Gobierno se empecine en dar continuidad al pasado para prolongar la 
guerra, amplios sectores de la sociedad realizan y preparan 
constituyentes locales, departamentales y regionales con temáticas 
diversas de donde surgen mandatos populares para la construcción de un 
nuevo país.
Será el pueblo quien mandate esa nueva Colombia que deberá estar 
reflejada en una Asamblea Nacional Constituyente que, en modo muy 
distinto a la del 91, tendrá la tarea de acoger a todos los grupos 
insurgentes y sectores de la sociedad para poner fin a la guerra a 
través del logro de la Paz con Justicia Social.
[1] Ver la Segunda conversación de Alfredo Molano con la Delegación 
de Paz de las FARC, publicada por El Espectador el 18 de mayo de 2013. 
Disponible en: http://www.elespectador.com/noticias/paz/articulo-422756-uribe-nos-despejo-el-valle
Una Constituyente para no prolongar la guerra
Written By Unknown on sábado, abril 05, 2014 | sábado, abril 05, 2014
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