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ACTUALIDAD
Que el 10 de enero se
unan todas las protestas. Por un movimiento de
movimientos
Dec 18. La oligarquía colombiana y su
infraestructura política fascista no se esperaban la
reacción popular a propósito de la arbitraria destitucion
del Alcalde Gustavo Petro y el sabotaje deliberado al Plan de Desarrollo
Bogotá Humana que avanza en sus propósitos de reforma
social, política y ambiental. Leer
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¿Cuál es la verdadera fuerza de las Farc hoy?
Dec 18. En un detallado y minucioso informe denominado El estado del conflicto en Colombia durante el año 2013, realizado por la Fundación Paz y Reconciliación, el analista Ariel Ávila y su equipo investigativo, en el capítulo que concierne a las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), logran dilucidar con datos fácticos cómo se encuentra esa guerrilla en el presente, en medio de una negociación de paz en La Habana. Leer más.¡LIBERTAD A JOAQUÍN PÉREZ!
DÍA 965
Cultura
El zapatero de Provincia.
Novela por Alberto Pinzón Sánchez
18 December 2013
Marcoalirio Ariza estaba
sentado sobre una pequeña banqueta, martillando
una suela de zapato con un martillo pequeño de mazo plancheto,
sobre un pie de hierro encabado en un pedazo de madera que
sostenía entre las piernas. El pequeño cuchitril oscuro y
sucio donde trabajaba, quedaba bajo el nivel de la casa y tenía
una grada para adentrarse en él. La pequeña casa donde
él malvivía y trabajaba solitario, quedaba en una de las
salidas de Provincia; tenía piso de tierra oscura pisada donde
yacían esparcidas algunas botellas vacías de aguardiente,
paredes delgadas de adobe y techo de paja gris, gruesa, larga y trenzada.
Cuando vio llegar al médico a la puerta de la zapatería,
alzó la cara y mirándolo intensamente con el único
ojo que tenía, le dijo:
- Doctor siquiera que vino, porque las
pastillas ya se me están acabando.
Su frente era amplia y el escaso pelo echado
hacia atrás trataba de ocultar una gran cicatriz ancha fibrosa y
oscura como un cordón, que le recorría de lado a lado la
cara pasando por la cuenca derecha vacía tapada por el parpado
caído del ojo derecho, para terminar a en la mandíbula del
lado izquierdo dando la impresión de ser una persona a quien le
habían partido en dos mitades la cabeza. La ceja derecha formaba
parte del cordón fibroso de la cicatriz, pero la izquierda ya
mostraba los vellos ralos de la madarosis. El cordón cicatricial
dividía también en dos mitades el cuerpo ancho, bulboso y
de piel brillante de la nariz, pasando por un lado de la comisura labial
izquierda (que acentuaba su imagen trágica) dejando la boca grande
y carnosa libre, hasta llegar al borde de la quijada, dándole a su
edad madura cierta imprecisión. En ese momento el médico le
preguntó:
- Pero Marcoalirio, no estará
tomando aguardiente con las pastillas que le dejo ¿No?
Volvió a mirar al médico con
su ojo único que dejaba ver una sombra oscura de indiferencia y le
respondió:- ¿Pero qué quiere doctor, que baje esas
pepas y todo el tormento de mis recuerdos, solamente con agua del
aljibe?
Siendo un acuerpado adolescente, Marcoalirio
vivía con sus padres y sus dos hermanas menores en una
pequeña parcela de pendiente, cultivada con algunas matas de
café y plátano en la vereda la Cuchilla de Provincia;
allá donde la cordillera se quiebra para aplanarse en el altiplano
Central. Fue un sábado a Provincia a comprar algunas provisiones,
principalmente baterías o pilas para la linterna, velas de
parafina, puntillas y clavos para las reparaciones en la casa y las
cercas, sal mineralizada para las dos vacas caseras que tenía su
madre y que cotidianamente les daban el desayuno a toda la familia. Al
salir de la tienda, un día luminoso y cálido como los de
Provincia, una patrulla de soldados vestidos de verde y armados con
grandes y pesados fusiles, al verlo joven y enruanado en el calor de
Provincia, le exigieron terminantemente: ¡Su libreta militar! No
tengo, fue toda su respuesta. Entonces venga con nosotros para que
resuelva su situación militar obligatoria, le respondió el
jefe de la patrulla quien no se distinguía de los demás
soldados.
Fue llevado al patio de paredes de cemento
muy altas de la casona de la alcaldía de Provincia junto con
varios jóvenes más. Al atardecer, cuando comenzó la
brisa olorosa que refresca el calor del mediodía en Provincia, lo
subieron junto con sus compañeros, como ovejas, a un camión
grande y carpado de los que se usan para trasportar ganado. Viajaron toda
la noche en medio de sacudones y frenazos y al amanecer, dio gracias por
haber llevado puesta la ruana, pues un viento frio, penetrante, sin olor
a nada, entraba por entre las maderas del camión; entonces se dio
cuenta que estaba adentrándose en el altiplano central. Por una
hendidura que dejaba la lona del camión pudo ver las luces de la
gran ciudad y los avisos luminosos relampagueantes a lo largo de la
carretera. Un rato después, cuando el camión paró, lo
descapotaron y les ordenaron bajar. Otra patrulla de soldados armados con
fusiles pesados los recibió, pero esta vez el jefe estaba vestido
con un uniforme verde de paño y quepis. Estaban en la base militar
de Usaquén cerca de Bogotá y les gritó que estaban
ahí para prestar el servicio militar obligatorio que nuestra
querida patria, Colombia, nos demanda.
Seis largos meses sin noticia de su
familia ni comunicación alguna, duró el entrenamiento
diario en un helado cerro aledaño tupido con un bosque ralo de
matorrales enanos impregnados de ollín, a base de duchas heladas,
trotes extenuantes, comidas de arroz, papa y plátano cocinados, y
largas prácticas, muy intensas, de tiro al blanco con fusil largo,
lucha cuerpo a cuerpo con bayoneta calada y lanzamiento de granadas, que
les dictaban otros militares que hablaban muy raro. Al final del
entrenamiento los jefes le dijeron que por su esmero y desempeño
había sido seleccionado para ir a continuar la lucha de nuestros
libertadores en Corea, tierra de libertad, donde se estaba librando una
guerra sin cuartel de la civilización occidental y cristina contra
el comunismo ateo; lucha cuya una solución era la victoria. El
sábado 12 de mayo de 1951 (Marcoalirio siempre tuvo muy presente
esa la fecha) desfiló junto con sus 800 compañeros de
Batallón llamado Colombia, en la plaza de Bolívar de
Bogotá, frente al presidente de la república Dr Laureano
Gómez, todo el alto Gobierno de Colombia, el cardenal primado con
el capellán del ejército y, el embajador de los Estados
Unidos.
Ocho días después de un viaje
continuo, en una caravana de camiones militares que atravesó dos
cordilleras, fue embarcado en el puerto de Buenaventura, en el mar
pacifico, en un navío del ejército de los Estados Unidos
rumbo a Corea. La inmensidad sin límites del mar, la brisa
persistente con sabor salado, el fuerte y permanente vaivén de las
olas, más el calor torrencial de la canícula, hicieron de su
viaje una enfermedad. Escondido en su litera vomitando cuanto
comía lo convirtieron en un espectro enfermizo de quien se
burlaban sus compañeros de armas. Solo tuvo un descanso cuando
desembarcaron un mes más tarde en Corea, en el puerto maloliente
de Pusan donde ya habían comenzado los vapores calurosos e
irrespirables del verano coreano, y sin mucho reposo fue incorporado con
sus compañeros, todos al mando de “Don Polo” como
llamaban al coronel Polanía, al regimiento 21 de infantería
adscrito a la 24 división del ejército de los Estados
Unidos. Ahora era el idioma la nueva dificultad, pues poco
entendía el lenguaje de los portorriqueños y mejicanos que
servían de intérpretes con los nuevos jefes militares.
Nuevos entrenamientos intensivos en el uso de granadas y bazucas
antitanque, guerra de trincheras, y por la tarde cursos de historia del
alma heroica y las hazañas épicas del ejército
colombiano a lo largo de su vida republicana: Santander, Obando,
Mosquera, Rafael Reyes, Próspero Pinzón, Vásquez
Cobo, ect que les dictaba un capitán chaparro, medio rubio, de
mirada irascible y de apellido Valencia, a quien si entendía casi
todo porque hablaba con el acento y el tono de sus paisanos de Provincia.
En la mitad del verano, comienzos de agosto
del 51, Marcoalirio junto con sus compañeros fueron trasportados
por vehículos militares estadounidenses a la batalla por la toma
de la ciudad coreana de Kumsong. A Marcoalirio junto con 11 once
compañeros les asignaron la toma y mantenimiento a toda costa de
una pelada colina estratégica, quemada y arrasada por el fuego,
llamada por los colombianos “el Chamizo”; mientras sus
compañeros de batallón eran distribuidos en otras dos
colinas circundantes. Ahora la dificultad era la tierra arenosa y seca
por el calor húmedo e irrespirable del verano, que casi no
permitía cavar trincheras profundas donde protegerse de los
cañonazos permanentes y sin descanso de la artillería y de
los bombardeos aéreos enemigos. En la madrugada del 7 de agosto
del 51, una lluvia estruendosa de metralla, esquirlas y bombas
incendiarias cayó sobre el hueco donde se encontraba Marcoalirio,
hiriéndolo de gravedad en la cabeza y sin darle casi ninguna
posibilidad de participar en la batalla posterior. Rápidamente fue
atendido por sus compañeros que lo lograron sacar hasta la carpa
del puesto médico de los americanos, donde lo sometieron a una
cirugía y lo evacuaron a una base militar para heridos de guerra
ubicada en Japón. Allí permaneció, durante el
inclemente invierno japonés, seis meses de una tediosa e
interminable recuperación o rehabilitación, comiendo
diariamente enlatados de sopas, verduras, frijoles, maíz y una
pasta sonrosada de carne de cerdo llamada spam, y por su escaso
conocimiento del inglés, a merced de los intérpretes de
“espaniss”; hasta cuando lo llevaron nuevamente al
navío estadounidense que en febrero del 52, regresó a
Cartagena de Indias con el primer contingente de soldados del
batallón Colombia proveniente de Corea. Tres días
después, ya en Bogotá, en la misma guarnición donde
lo habían entrenado el año anterior, sus jefes y un
supervisor estadounidense le liquidaron los salarios que no había
cobrado a razón de 39 dólares mensuales, más 100
dólares de indemnización por la herida en la cabeza: 500
pesos colombianos en total.
Con ese dinero en el bolsillo y una
cédula militar, Marcoalirio aún sin tener noticias de su
familia, buscó un trasporte hacia Provincia y dos días
después estaba en la vereda donde quedaba su casa. Allí ya
no había sino unos restos de paredes calcinadas apresadas por unos
bejucos y por ramazones que entre salían de la tierra calcinada.
Un escalofrío recorrió su cuerpo, mientras una humedad, que
podían ser lágrimas, brotaba de la cicatriz de sus ojos.
Así, estuporoso y anonadado estuvo un largo rato observando los
escombros que podía ver. Buscó algunos vecinos amigos, pero
la vereda estaba casi vacía. Finalmente encontró un viejo
enflaquecido y miserable que le contó lo sucedido: al poco tiempo
de su ida, habían llegado los Chulavitas conservadores y como la
vereda tenía fama antigua de votar en las elecciones por el
partido liberal, habían matado a los que pudieron y a los
demás los habían perseguido hasta bien allá de las
selvas del rio Minero. El viejito no supo o no pudo dar razón de
los familiares de Marcoalirio.
Entonces decidió seguir la ruta de
quienes habían logrado escapar hacia la selva para averiguar por
sus padres y hermanas. Después de adentrase en la selva caminando
casi dos meses por entre precipicios agrestes y cruzando cañadas
de ríos torrentosos y selvas húmedas, lluviosas y
pantanosas; sorteando hambre y todo tipo de dificultades y riesgos que
ofrece la selva, logró finalmente llegar a un descampado o claro
selvático, donde hizo contacto con un grupo de conocidos que
habían armado unas chagras primitivas y apenas sobrevivían
en aquel fangal de tierras rojizas. Allí conocían bien a su
familia y cuando les contó de donde venía, le confirmaron
que sus padres y dos hermanas habían sido degollados a machete por
los Chulavitas y luego quemados sus cuerpos en la ruina que había
encontrado. Desde ese día (dicen los que lo conocieron) que
Marcoalirio había adquirido esa mirada intensa y oscura de su
único ojo.
Por su experiencia, rápidamente
el grupo le dio la dirección. Empezó por organizar la
colonia de manera militar, con disciplina, horarios estrictos, grupos de
trabajo, apoyo, comunicaciones, trasporte, talleres, tareas, vigilancia e
instrucción militar. Al poco tiempo la colonia de 36 personas,
adultos y niños, hombres y mujeres, era un temible y vengativo
grupo guerrillero itinerante, que empezó a hacer incursiones
mortíferas sobre las veredas pobladas y pequeñas aldeas del
piedemonte y la cordillera, controladas por los conservadores. Así
adquirieron más armas, especialmente carabinas y machetes,
más provisiones y seguridad; pero en una de las primeras
escaramuzas, Marcoalirio perdió la prótesis ocular u ojo de
vidrio que le habían colocado en la base militar de Japón,
con lo que su cara amarillenta, cicatrizada y tuerta, se hizo más
enjuta, sombría y dramática.
Una vez se comienza es muy difícil
parar: después de dos años de despojos, venganzas con
ajusticiamientos masivos, finalmente hicieron contacto con otros grupos
de colonos liberales alzados en armas y establecieron una red grande de
comunicaciones, que abarcaba toda esa parte de la selva y el piedemonte
de la cordillera. La amnistía para los guerrilleros decretada por
el general Rojas Pinilla en el año 53, por lo escondido y alejado
de su escondite, ni siquiera le fue informada. Con la del año 57,
de Lleras Camargo, algunos viejos compañeros del grupo se
licenciaron y salieron al puesto del rio Minero donde el ejército
de Colombia los esperaba para reinsertarlos en el campo de donde
habían salido huyendo, con un azadón, un machete, una muda
de ropa, más 30 pesos. Algunos hicieron saber que habían
podido regresar a sus veredas en Provincia, pero de la mayoría no
se volvió a saber nada; mientras tanto, al haber cesado los
ataques militares y bombardeos en esa zona; Marcoalirio y su grupo
iniciaron un punto perdido de colonización selvático
llamada “el Chamizo”, en recuerdo de la herida coreana, el que
pronto empezó a crecer y a afianzarse como un sitio poblado y
organizado para iniciar nuevas colonizaciones selva más adentro.
Cuando el cese de los ataques militares se hizo permanente, Marcoalirio
con dos compañeros cercanos enterraron las carabinas guerrilleras
embadurnadas de grasa, bien forradas en plástico, en lugares
especiales solo conocidos por ellos y, se dispusieron a desarrollar una
nueva vida en el Chamizo.
Habían pasado quince años
desde que le pidieron la libreta militar en Provincia: Marcoalirio
había aprendido y desarrollado varias habilidades, entre ellas, el
arte de la talabartería de aperos de cuero para mulas de carga y
construyó en el centro de Chamizo, una pequeña
mediagua-taller donde ejercía su oficio y atendía a los
colonos necesitados. Pensó que sería bueno dejar la
vagabundería con mujeres pagas y tener una compañera
permanente. Pero la verdad era que su cicatriz facial no le ayudaba con
las mujeres, quienes veían en él un hombre firme trabajador
y honrado, pero, corroído por una fea venganza que le salía
por la cara. Sin éxito, se dedicó al alivio
momentáneo que le daba la bebida cotidiana de aguardiente, la
música estridente de corridos mejicanos y a las mujeres pagas que
había conocido por primera vez en el puerto coreano donde
desembarcó la primera vez y a las que desde entonces se
había aficionado; pero ese ritmo de olvidar destinado al fracaso y
a la soledad, apenas le duró unos años más. Entonces
fue cuando empezó a sentir hormigueos en los dedos de las manos y
a perder la habilidad manual y la fuerza para trabajar en los cueros.
Luego le salieron unas manchas rojizas en todo el cuerpo, a no sentir
dolores en las manos, ni en el cuerpo y ver deformada, agrandada y
brillante la parte no cicatrizada de la nariz y las orejas. Alarmado
preguntó a algunos amigos cercanos, quienes no se atrevieron a
darle opinión. Y así fue como decidió desandar de
incognito, sigiloso y en silencio, todo el camino de la selva para
regresar a Provincia, en donde había un médico de planta en
el puesto de salud.
El examen fue sencillo y el diagnostico
también: Marcoalirio tenía una lepra lepromatosa, adquirida
durante todos estos muy largos años de sufrimiento, abandono y
olvido; barro, miseria y camas de costal de fique. Conociendo la gravedad
de su enfermedad, decidió someterse al tratamiento (de esa
época) a base de grandes dosis de sulfonas y quedarse en Provincia
trabajando sin mucho esfuerzo y sobre todo sin nombradía, como un
miserable zapatero remendón.
En ese momento fue cuando Marcoalirio
miró al médico con su ojo único que dejaba ver la
sombra oscura de la desesperanza aprendida y le respondió:-
¿Pero qué quiere doctor, que baje esas pepas y todo el
tormento de mis recuerdos, solamente con agua del aljibe?
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