Por María Jimena DuzánRevista Semana
OPINIÓN. Prueba de que Santos se sintió traicionado es la forma como recompuso su gabinete: mandó al carajo a las directivas de los partidos conservador y liberal.
Quien
traiciona será traicionado, dice el dicho. Y el turno para ese acto
alevoso, parece haberle llegado al propio presidente Santos, experto
como nadie en estos avatares. ¿Y quiénes son los que quieren traicionar
al presidente Santos? Pues nada más ni nada menos que sus socios
políticos, los
partidos más poderosos de la Unidad Nacional que, en
el momento más crítico de su gobierno, en lugar de apoyarlo, le dieron
la espalda.
Esta es la historia de esa traición:
-La
traición goda: Mientras el país se llenaba de marchas y de protestas y
el descontento crecía, el Partido Conservador, miembro de la Unidad
Nacional anunció que iba a presentar una moción de censura contra la
canciller María Ángela Holguín. La moción sorprendió no porque no
tuviera sustento sino porque provenía de un partido miembro de la
coalición de gobierno.
A la semana siguiente,
Omar Yepes, el jefe del Partido Conservador salió a los medios a decir
que estaban muy descontentos con Santos porque les quería reducir su
porción de mermelada e insinuó que si esto sucedía su partido no le
quedaba más remedio que irse a donde Uribe. Además de su falta de
sintonía con el país –Yepes ni siquiera se refirió a la situación de los
campesinos–, le reclamó a Santos por el bajo presupuesto del Ministerio
de Agricultura.
De refilón, dijo que ninguno
de los ministros conservadores que había en el gabinete representaba al
conservatismo y que estos habían sido escogidos sin el concurso de la
dirección del partido. Aunque después fue recogiendo esta andanada, a
medida que pasaba la semana, fue evidente que Yepes aprovechó la crisis
del gobierno no para ayudar sino para extorsionar al presidente. Con
estos amigos políticos, para qué enemigos.
-La
traición liberal: En medio de las marchas y de las protestas, su jefe
Simón Gaviria nunca se puso la camiseta para apoyar a Santos ni lo
hicieron los ministros liberales. El único que lo hizo fue Aurelio
Iragorri, de La U, quien se arremangó y se metió en el barro de la
negociación. Mientras los conservadores pedían sus puestos públicamente,
los liberales filtraban sus ambiciones a los medios y se empezó a mover
la idea de que si iba a haber un cambio de ministros este tenía que
favorecer al Partido Liberal, porque era el que lo iba a llevar a la
reelección.
Sin embargo, la estocada final
vino con la entrevista en Caracol radio del expresidente César Gaviria
en plena crisis del gobierno Santos. Se esperaba que él, que era
considerado el socio político de más influencia en Palacio, saliera en
defensa de Santos, como de hecho lo hizo Germán Vargas Lleras, tal vez
el único de los potenciales traidores que salió a apoyarlo. Pero no solo
no lo apoyó sino que lo fustigó.
Cuestionó su
lejanía con el poder, cosa innegable, y remató diciendo que la razón
por la cual Santos tenía problemas era porque “hacía muy poca política”.
Solo le faltó decir que la mejor forma de subsanar esa falta de
política era dándole más ministerios al Partido Liberal para impulsar
esa gesta heroica que está haciendo su hijo Simón Gaviria del renacer
liberal.
De esta forma la saga de la traición
tuvo un nuevo corolario: Santos traicionó a Uribe, los socios políticos
traicionaron a Santos y a estos los traicionó la codicia.
Prueba
de que Santos se siente traicionado es la forma como recompuso su
gabinete: mandó al carajo a las directivas de los partidos Conservador y
Liberal. Sacó dos de los tres ministros conservadores y castigó la gula
del liberalismo al conminarlo a un solo ministerio, desde donde le
tocará a Simón Gaviria seguir impulsando el renacer liberal sin la
mermelada que esperaban.
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