Por: María Elvira Bonilla
El comité nobel del parlamento de Noruega solicitará que se le retire a Barack Obama el Premio Nobel de la Paz otorgado prematuramente en 2009, hipnotizado por las promesas del recién elegido presidente comprometido entonces a jugársela por un nuevo paradigma político y moral para Estados Unidos y, por su influencia y poder, para el mundo.
Poco a poco Barack ha ido mostrando el cobre. De una manera tan decepcionante que cada vez se confunde más con George W. Bush, a quien le ganó precisamente por oponerse a sus prácticas arbitrarias y violatorias de derechos fundamentales bajo el pretexto de enfrentar la amenaza terrorista. La gran pregunta es: o se trata fatalmente de uno más de los políticos sin convicciones, acomodaticios y oportunistas, cuyo compromiso de cambiar la guerra por la diplomacia y el respeto no fue más que un discurso elocuente, o se trata de un gobernante atrapado indefectiblemente por las estructuras de poder belicosas e imperiales del establecimiento estadounidense que finalmente cierra filas sin dejar margen de acción. Cualquiera de los dos escenarios es lamentable para un presidente en el que su país, el mundo y hasta el jurado del Premio Nobel de la Paz creyeron.
En su momento, pocos entendieron por qué le otorgaban el Premio Nobel a un hombre que apenas iniciaba un gobierno y que, si bien significaba una oportunidad de cambio, éste apenas se vislumbra a través de las palabras, elocuentes, eso sí, con las que Obama hipnotizó al mundo. Resulta increíble presenciar la manera como se esfumó esta postura y todo indica que actuará incluso en contravía de la opinión pública de su país que, a diferencia del ataque a Irak, no lo acompaña mayoritariamente, porque sabe que el argumento de las armas químicas es un simple pretexto, como ocurrió con Irak.
El Comité Noruego le puso de presente a Obama que “este premio se otorga a las personas que hayan trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz”, tal como aparece en el testamento de Alfred Nobel. Una tarea que no es exactamente la que él está cumpliendo.
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