Por Marta Ruiz, Revista Semana.
OPINIÓN. La fumigación nunca ha estado en discusión porque es una imposición de los gringos.
Me
alegra que los ecuatorianos tengan un gobierno que protege su salud y
su medio ambiente, y que hayan logrado que el Estado colombiano se
asegure de no regarle a su gente con glifosato, y que reciban los muy
merecidos 15 millones de dólares de reparación para quienes sufrieron
con sus efectos.
Tristemente, el Gobierno que reconoce haberle hecho daño a Ecuador,
al conciliar la demanda ante la Corte Internacional de Justicia, tiene
la desvergüenza de seguir fumigando a su propia población. Todo para
cumplir con la agenda de Washington. Perdón, la de Monsanto, porque al
gobierno de Estados Unidos realmente el tema ya no le importa mucho.
Desde cuando la infame práctica de las fumigaciones comenzó en
Colombia, decenas de miles de campesinos se opusieron a ella. No han
valido las marchas reprimidas a plomo, ni el cabildeo, ni los debates
políticos, ni las evidencias científicas. Mucho menos los testimonios
directos de periodistas y funcionarios que en terreno hemos visto cómo
este veneno acababa con los cultivos de pan coger.
Los Gobiernos siempre se han sacado de la manga a científicos que
hablan de la inocuidad del veneno. Claro, ninguno de estos científicos
regaría su huerta con glifosato. Como Santos no regaría con él sus
campos de golf ni su finca de Anapoima. Pero como se trata de los
ciudadanos de segunda del Putumayo, o de los que siempre llevan el mote
de milicianos o guerrilleros de Caquetá o Catatumbo, entonces ¡que
llueva! ¿A quién le importa?
Como escribió hace poco Tatiana Acevedo en El Espectador,
hay pruebas de abortos y malformaciones causadas por las fumigaciones. Y
Alejandro Ordóñez, tan defensor de la vida desde el vientre, ni se da
por enterado. Qué tiempo va a tener, ocupado como está inhabilitando
potenciales adversarios y tratando de ponerle palos en la rueda al
proceso de paz. ¿Y el Defensor del Pueblo? ¿No sabe, no responde?
La fumigación nunca ha estado en discusión porque es una imposición
de los gringos. Y porque es el negocio que más dinero les deja a los
contratistas del Plan Colombia y todos los planes que le antecedieron y
le han seguido. Porque, además del veneno, las aeronaves, los pilotos y
toda la infraestructura son pagados por Colombia. Claro, con recursos de
ellos. Todo un carrusel, para hablar en lenguaje criollo.
Ahora, este arreglo diplomático debería tener consecuencias
positivas para nosotros. El principal argumento científico que sostenía
la demanda ecuatoriana es que en el largo plazo el glifosato es
devastador. Óigase bien: en el largo plazo. No creo que después de
reconocer su culpa ante los ecuatorianos, el gobierno colombiano tenga
la cachaza de seguir defendiendo las fumigaciones en Colombia. Esa sí
sería la tapa.
Repito, me alegra que los ecuatorianos que viven en la frontera,
muchos de los cuales son colombianos desplazados por la violencia, y
¡oh, paradoja!, por las fumigaciones, tengan quien se duela de ellos. En
Colombia, ya verán, volverán a decirnos que el glifosato es inocuo para
los humanos y que como es un veneno inteligente, sólo mata las plantas
de coca.
Dirán, acostumbrados como están a tratarnos como idiotas, que sólo
se pagaran 15 millones de dólares por razones de paz regional, porque
Colombia incumplió efectivamente un acuerdo firmado con los
ecuatorianos. Nos dirán que los tercos seguidores de Correa ignoran las
virtudes de los productos de Monsanto. Y que Colombia no aguantaba otra
derrota como la de Nicaragua.
Yo les creeré el día que fumiguen con glifosato por una década y de
manera sistemática los jardines de Santos en Anapoima y los cultivos
que ya varios de nuestros ministros poseen en las más codiciadas tierras
del país. Eso sí, con sus familias a bordo.
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