por Vicenç Navarro
Desde el principio tuve reservas sobre el establecimiento del euro.
Por un lado, compartía el deseo de la mayoría de fuerzas democráticas
que luchamos frente a la dictadura que existió en España desde 1939
hasta 1978, de entrar de lleno en Europa, pues esta significaba
democracia y bienestar social.
Sábado, 03 de Agosto de 2013
Pero (y es un pero significativo)
parecía obvio que la arquitectura que sustentaba el euro estaba basada
en unos principios profundamente neoliberales que constituirían (y así
ha sido) un enorme obstáculo para el mantenimiento del modelo social.
Era su intento el de debilitar a los Estados y potenciar a los mercados,
sobre todo financieros, que impondrían su voluntad sobre las
instituciones encargadas de la gobernanza del euro. Esta predicción, por
desgracia, adquirió su pleno desarrollo en el ataque frontal al Estado
del Bienestar en cada país de la Eurozona que estamos hoy viendo. País
tras país, se está desmantelando la protección social y se están
debilitando, cuando no destruyendo, los instrumentos en defensa de las
clases populares, tales como los sindicatos. En realidad, país tras
país, las derechas están consiguiendo lo que siempre han deseado: la
reducción de los salarios y el empobreciendo de las transferencias y
servicios públicos del Estado del Bienestar. Y todo esto era previsible.
Es cierto que algunos países de la Unión
Europea están siguiendo estas políticas neoliberales, como Gran
Bretaña, sin estar en el euro. Podría, pues, argumentarse que el euro no
es la causa, como argumenta Andrew Watt en su columna en Social Europe Journal,
“Why Left-wing Advocates Of An End To The Single Currency are Wrong”
(10.07.13), pero encuentro este argumento insuficiente. El hecho de que
todos los países de la Eurozona estén llevando a cabo esas políticas no
quiere decir que otros no lo hagan también. Lo definitorio es que todos
los que están dentro de la Eurozona lo hacen. Y la razón es que a todos
los Estados de la Eurozona se les han quitado los mecanismos de defensa,
no solo la imposibilidad de controlar y devaluar su moneda, sino
también la de protegerse frente a la especulación de los mercados
financieros, al no tener su propio Banco Central. Debería ser obvio a
estas alturas admitir que el Banco Central Europeo no es un banco
central, sino un lobby del capital financiero, altamente influenciado
por el capital financiero alemán.
Andrew Watt (a partir de ahora AW)
simpatiza con los argumentos de aquellos que, habiendo estado a favor
del euro, como Costas Lapavitsas y Oskar Lafontaine, ahora están en
contra, y que basan su rechazo en el enorme sacrificio que las clases
populares están sufriendo como resultado de las políticas que se están
imponiendo para “salvar al euro”. Es cierto, admite AW, que los costos
humanos son muy elevados. Pero a diferencia de los autores de izquierda
citados, él cree que no han sido baladíes. Deberían haber sido menores
si se hubieran seguido políticas expansivas, pero, por malas que sean,
han ido consiguiendo lo que era necesario: la convergencia de los costes
laborales y, con ello, la corrección de los desequilibrios comerciales
que habían llegado a situaciones extremas entre Alemania y los países
periféricos. AW muestra que las exportaciones ya son mayores que las
importaciones en España (representando el superávit algo más de un 1%
del PIB), mostrándolo como un éxito, consecuencia de las necesarias
correcciones en las excesivas diferencias en sus diferentes niveles de
competitividad versus otros países, y muy en especial Alemania, que
tenía un excesivo superávit a costa de España y todos los demás. AW
olvida, sin embargo, que el balance comercial se ha corregido a base,
primordialmente, de una bajada de las importaciones.
Otro argumento que AW utiliza en contra
de la salida del euro es que ya se ha alcanzado un nivel de agotamiento
en las políticas de austeridad, que ha forzado un cambio en las
instituciones que gobiernan el euro, que AW asume las han abandonado.
Esta lectura de la realidad es excesivamente optimista. Hoy continúan
con toda intensidad estos recortes y no se les ve fin.
AW también cree que estamos ahora viendo
un estímulo a nivel mundial, resultado de las políticas del Federal
Reserve Board y del Banco del Japón, que ayudarán a la recuperación
económica. Pero donde AW centra más sus críticas a Heiner Lassbeck y
Costas Lapavitsas (a partir de ahora FyL), que han cambiado de opinión y
ahora están a favor de salirse del euro, es en
acentuar los grandes costes que significarían para un país o grupo de
países salirse del euro. FyL consideran que la huída de capitales (el bank run)
podría limitarse mediante el control de capitales, realizándose de una
manera ordenada. AW cuestiona este supuesto indicando que nunca será una
salida ordenada, por muy pactada que esta salida fuera con los países
que se quedaran dentro del euro. La salida de un país del euro
inmediatamente crearía un miedo de contagio que afectaría a toda la
Eurozona, siendo, más que una salida, un tsunami de huida masiva de
capitales. Es más, la clara integración de capitales (el capital
financiero alemán tiene 700.000 millones de euros en los países
periféricos en deuda pública y privada) implicaría una situación de
resistencia a cualquier movimiento que afectara la recuperación de dicha
deuda.
La segunda crítica que AW hace a FyL es
que estos autores están exagerando el impacto positivo de la devaluación
de la moneda, resultado de la recuperación de la moneda nacional. AW
indica que esta devaluación contribuiría a una elevada inflación, ya
facilitada por el recuperado Banco Central Nacional, que imprimiría gran
cantidad de dinero para compensar la huída de capitales. Y si el Estado
–dice AW- permite el aumento de los salarios según la inflación,
perderá todas las ventajas competitivas que le facilitaba la devaluación
de la moneda. Y en cuanto a la propuesta de FyL de crear una nueva zona
monetaria, el European Monetary System, AW critica que el
abanico de fluctuaciones permitida por los países del nuevo sistema
monetario (otra propuesta de FyL) creará mucha mayor inestabilidad
monetaria de lo que sus proponentes están suponiendo. Siempre, en una
unidad monetaria, hay una moneda referencia, controlada por un Estado
que dicta, en la práctica, las reglas del juego. La EMS anterior al euro
ya estaba definida por la voluntad del marco alemán.
El optimismo de AW
AW acentúa los problemas de la salida y
ofrece argumentos en contra. No hay duda de que los habría, pero para
llegar a su conclusión de que es mejor quedarse, exagera los cambios que
están ocurriendo en la Eurozona. Decir que ya nadie cree en la
austeridad, en el mismo momento que el gobierno Rajoy está recortando
6.000 millones de euros en Sanidad es un chiste de mal gusto. Y lo mismo
en cuanto al optimismo que significa su visión de un nuevo compromiso
con las políticas de expansión. Exagera el impacto que los nuevos
programas de creación de empleo juvenil tendrán en reducir el desempleo
juvenil. AW no parece ser consciente de lo que está pasando en los
países que despectivamente son conocidos como PIGS (cerdos en inglés),
entre los cuales está España. La situación en España es intolerable y en
contra de lo que supone AW no hay perspectivas de salirse de esta
situación.
El problema de AW y también, por cierto,
de FyL es que ven la situación desde una perspectiva económica y
financiera, cuando es predominantemente política. Las soluciones a las
crisis actuales en la Eurozona son, en realidad, fáciles de ver. Y no
hay déficit de propuestas. La Confederación Europea de Sindicatos ha
hecho una serie de propuestas que ayudarían a dar la vuelta a la
situación. Pero AW peca de excesiva ingenuidad al creerse que la
estructura de poder que gobierna hoy la Unión Europea y la Eurozona va a
llevar a cabo estas propuestas alternativas. Hoy existe un dominio casi
absoluto de este sistema de gobernanza por parte del capital
financiero, para el cual la crisis es la manera escogida para alcanzar,
con el apoyo del gran capital, lo que siempre ha deseado: el gran
debilitamiento del mundo del trabajo y el desmantelamiento del Estado
del Bienestar. Léanse las declaraciones de los dirigentes de dicho
gobierno, y no pueden ser más claros. El Presidente del BCE, el Sr.
Draghi, lo ha dicho con gran contundencia: “el modelo social europeo no
es sostenible”. Para estos intereses financieros, el euro es un pilar de
tal sistema de explotación. Creerse que este sistema de gobierno desea
la desaparición del euro (el famoso colapso del euro que nunca ocurrió) o
la expulsión de los países periféricos, es no entender la función que
la relación centro-periferia juega en dicha explotación, explotación que
no es de nación a nación, sino de clase contra clase, con una alianza
de las clases dominantes contra las clases dominadas (la mayoría de la
población) en cada país. Y el euro es un instrumento para ello. La
evidencia científica que avala tal postura es enorme, aún cuando
continúa siendo ignorada u ocultada en los mayores medios de difusión.
De ahí la necesidad de iniciar un debate
para salirse del euro como posibilidad. La amenaza de terminar con el
euro dará fuerza a las izquierdas en su negociación con las derechas. Y
para mantener la credibilidad en esta amenaza, hace falta prepararse
para salirse del euro que, siendo un proceso difícil, no es imposible, y
puede facilitar la salida de España y otros países de la recesión. Sin
minimizar los problemas de salida, el hecho es que otros países han roto
con monedas equivalentes al euro, y les ha ido bien, tal como es el
caso de Argentina. Quiero subrayar que lo que estoy proponiendo es
iniciar un debate, hoy inexistente en España, que pueda o no abocar en
la salida de España del euro. Lo que tiene que entenderse es que el peor
de todos los escenarios es mantenerse donde estamos; la población ya ha
perdido su apego a la Eurozona y están clamando un “¡Basta Ya!”. Y
llevan razón.
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