Por: Tatiana Acevedo
En 1983 Carlton Turner, Zar antidrogas del presidente Reagan, defendió la aspersión de cultivos de marihuana en Colombia: “Escogimos el paraquat porque es fotodegradable, biodegradable, actúa rápido.
Cuatro décadas. Cuatro herbicidas (paraquat, garlón-4, tebuthiuron, glifosato). Y en Bogotá, casi idénticas discusiones cada tanto. Algunos alertan contra la toxicidad del veneno de turno (¿qué efectos tendrá sobre el agua o los pececitos?). Otros afirman que son temores infundados y sólo se está erradicando la “mala” naturaleza.
Entretanto, un gran repertorio de quejas y ansiedades permeó las conversaciones y protestas en las regiones fumigadas. “Que ese veneno hace que nazca una mata dentro de la mata, que la asesina por dentro y es horrible”. Se habló también de peces muertos o mutantes, de variedades extintas de ñame, de lluvias que sabían raro, de embarazos que se perdían y piel que se volvía “como la de un reptil”. En intervenciones o escritos, embajadores gringos, presidentes y científicos con doctorado han desestimado sistemáticamente estas narraciones, resaltando la ausencia de “datos duros”. Con sarcasmo, han insinuado que son “mitos”, producto de la exageración pueblerina. Información “anecdótica”.
Sin embargo estas historias, que según hoy se revela tienen mucho de verdad, debieron haber sido motivo suficiente para detener la aspersión. El temor constante de estar siendo envenenado por la vida misma (respirar, tomar agua o comer), de estar a punto de enfermarse o enfermar a los hijos que aún no han nacido, se revela paralizante, enloquecedor. La vida con miedo no es una anécdota.
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