Por: Alfredo Molano Bravo
ENTRE ADORMILADO Y FANTASIOSO iba viajando el martes desde Cali hacia Popayán. Una carretera que después de pasar los aburridores cultivos de caña de azúcar del valle se vuelve interesante y bella en la loma. Adelante de Piendamó un pasajero gritó: “¡Ahí vienen!”, como si los estuviera esperando.
Las
negritudes venían a pie desde Suárez y Buenos Aires, regiones mineras
donde se explota el oro con batea desde hace cuatro siglos; hace unos
años les construyeron la hidroeléctrica de Salvajina, que les quitó
tierras y minas. Ahora, las retroexcavadoras explotan lechos de
quebradas y los paramilitares vuelven a rondar sembrando el terror para
que las comunidades terminen por aceptar la entrada de las grandes
mineras.
Los indígenas nasas, que
le han mostrado al país la fuerza organizativa que tienen, están en la
carretera más como campesinos que como indígenas, en el sentido de que
no sólo reclaman para sus resguardos las tierras de Cartón Colombia,
sino también precios de sustentación para sus productos, crédito
subsidiado, desmonte de los monopolios de los insumos agrícolas,
libertad de comercio para sus semillas ancestrales, vías para sacar sus
cosechas y, sobre todo, desmilitarización de las regiones.
El
país hierve de fiebre. Los “labriegos” de Boyacá, que no salían a
pelear desde la batalla del Pantano de Vargas; los cafeteros de
Chinchiná; los lecheros de Ubaté; los paperos de Ipiales; los alverjeros
de Sumapaz y los cacaoteros de Santander, todos salen, atraviesan
troncos y se enfrentan a las tropas del Gobierno, cansados de las
protestas pacíficas, de los pliegos de petición, de las respetuosas
solicitudes burladas. Los gobiernos, con el incumplimiento sistemático y
deliberado de los acuerdos que firman con los campesinos y con el
cumplimiento estricto de los acuerdos que firman con EE. UU., Europa,
Corea, han obligado a la gente a las vías de hecho, a enfrentarse con
las fuerzas armadas, para luego argumentar con cinismo que los labriegos
están siendo utilizados por la guerrilla. Desprecian a la gente al
mostrarla como una masa estúpida, ignorante y maleable, susceptible
siempre de ser manejada por los agentes del mal, y por eso son capaces
de firmar los TLC pensando sólo en los intereses de los “agentes del
bien”.
Todo parece indicar que la
“tortilla se les volteó”, como cantábamos hace 50 años —¡medio siglo!—
cuando entramos los buses a la Universidad Nacional, en agosto de 1963.
Casualmente recordaba las pedreas de aquellos años arrastrando un
maletín de rueditas por la vía Panamericana, saltando troncos,
esquivando torpedos de los manifestantes y bombas de la fuerza pública,
la que mucho tiene de lo primero y nada de lo segundo.
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Alfredo Molano Bravo | Elespectador.com
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