Por: William Ospina, El Espectador.
¿POR QUÉ SERÁ QUE CADA VEZ QUE LE creemos, el gobierno de Santos cambia de discurso, como si le complaciera desconcertar a la opinión pública, como si tuviera una agenda secreta, o como si no estuviera muy seguro de las cosas que afirma?
Sin
embargo, como si escuchara demasiado a los enemigos de la paz, cada vez
que da un paso que hace avanzar el diálogo, lanza enseguida una carga
de profundidad contra el proceso.
El
presidente Mujica de Uruguay propone hablar con las Naciones Unidas
para que se pronuncien sobre la paz de Colombia, y el presidente Santos,
que habla de la necesidad de avanzar hacia la reconciliación, ordena al
ejército dar de baja al jefe de las guerrillas cuando lo encuentren en
su camino.
Claro que están en
guerra, claro que los combates siguen, claro que no han firmado un
acuerdo. Pero el presidente de un país donde no existe legalmente la
pena de muerte tiene que decirle a su ejército que combata a la
guerrilla, que capture a sus jefes, y que si se resisten los elimine en
combate. Pero no puede dictar altisonantes sentencias de muerte y seguir
tan campante con el diálogo.
Es
más, en bien de la democracia, el presidente de la República no puede
desear la muerte de ningún colombiano. Debería estar llamando a todos,
incluso a Timochenko, a cerrar filas en torno a la paz y a la vida. Pero
el presidente se parece a esas figuras de los dibujos animados que
dicen una cosa y de pronto se les sale de adentro el adversario diciendo
la contraria.
Anunció que se
emprendería la restitución de los predios despojados y la reparación de
las víctimas. Pero a mitad de su mandato, sin que hubieran echado a
andar los procesos de restitución y de reparación, empezaron a salir los
funcionarios que tenían en sus manos las responsabilidades, el gerente
del Incoder y el ministro de Agricultura, sin que podamos decir que
salieron porque el proyecto estaba cumplido, o al menos en marcha. Todo
lo que queda es una extraña sensación de vacío.
Santos
anunció que haría depender nuestra economía de tres grandes fuerzas, la
minería, la industria y la agricultura, declarando que no estaba de
acuerdo con el atraso del campo, que estaba a favor de una audaz
modernización que aprovechara realmente las posibilidades de un país
riquísimo en recursos y lleno de habilidad laboral.
Nos
dijo que quería hacer de Colombia un país integrado a Latinoamérica, a
la cuenca del Pacífico, a la economía mundial, al club de los países
emergentes. Pero la industria decrece, la minería decrece, la
agricultura no arranca, y el Gobierno sigue firmando tratados de libre
comercio sin preparar al país para el choque con esas economías más
fuertes, sin blindar a la industria y sin modernizar la agricultura,
como si dirigir la economía fuera firmar alegremente tratados sin
porvenir.
Entonces crece el paro
agrario y comprobamos que todas las cosas que sembraron los gobiernos
del TLC ahora se están cosechando. Los grandes sembradores de vientos,
Gaviria, Pastrana y Uribe, ni siquiera piensan en reconocer que tengan
alguna responsabilidad en esta reacción de campesinos que se levantan
por todas partes. Después de arruinar el campo y la industria quieren
seguir diseñando el futuro.
Menos
mal que el Gobierno no ha salido todavía a decir que esos miles y miles
de campesinos que marchan por las carreteras, que protestan contra el
TLC y que piden un futuro para el campo, son guerrilleros, porque eso
equivaldría a decir que las Farc son el campo colombiano: y eso no es
verdad.
Con su extraordinario
sentido de la oportunidad, radica entonces un proyecto de ley en el
Congreso, para que sea por medio de un referendo que se refrenden los
pactos de La Habana, aunque la guerrilla no está de acuerdo con ese
mecanismo. Y lo único que logra, justo cuando el país está en vilo, es
que la guerrilla amenace con levantarse de la mesa.
Es
como si el presidente fuera el doctor Sí en el día, afirmando con
entusiasmo sus convicciones, y por la noche descubriera que en realidad
es el doctor No, y se revolcara en la necesidad de echar para atrás
todas las cosas.
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