Por Daniel CoronellRevista Semana
OPINIÓN. Al final, lo que había era un proceso para legitimar la propiedad de Carranza y presentarlo como un tenedor de buena fe. El mismo estatus al que hoy aspiran Riopaila, Castilla y La Fazenda.
Foto: Jhon Calson
Un
certero disparo de pistola con silenciador mandó al otro mundo a un
hombre que sabía demasiado. El pasado jueves Pedro Libardo Ortegón
Ortegón, de 64 años, fue asesinado por un adolescente que fue capturado a
media cuadra del lugar del crimen, en la céntrica avenida Jiménez de
Bogotá.
Ortegón se llevó varios secretos a
la tumba, entre otros su fórmula para trabajar con dos archienemigos
como Víctor Carranza y Gonzalo Rodríguez Gacha; la enigmática
finalización de un proceso por narcotráfico iniciado en su contra en
Estados Unidos en 1989 y su habilidad para negociar baldíos con los
muertos.
De los dos primeros solo quedan
referencias borrosas: una mención en una acusación contra otro hombre en
donde es identificado con sus nombres y apellidos completos y el alias
de Don Pedro; un artículo de prensa del diario Desert News de Salt Lake
City, Estados Unidos, que lo relaciona con un cargamento de dos
toneladas de cocaína y una página en un libro llamado "Sobornos, balas e
intimidación".
De lo que sí quedó rastro claro
fue del negocio que hizo con dos muertos. Una huella indeleble fue
encontrada por el portal periodístico verdadabierta.com, dentro de la
investigación por la apropiación de baldíos en la altillanura
colombiana. (Ver vínculo)
En
una operación fraudulenta –idéntica a otras recientemente conocidas–
Pedro Libardo Ortegón terminó haciéndose a las fincas de cinco
adjudicatarios de baldíos. A ese punto ya había una violación de la ley
que ordena que nadie puede comprar más de una Unidad Agrícola Familiar
(UAF) para hacer una hacienda mayor. Pero lo que siguió fue peor.
Pocos
conocían en la región a quienes figuraban en los papeles como
adjudicatarios de los baldíos comprados por Ortegón y por otras
personas. Las tierras eran en realidad de Víctor Carranza. Las había
comprado en 1986 a una viuda por el precio de las ‘mejoras’. Esas
‘mejoras’ realmente eran 25.000 hectáreas de tierra, una hacienda
llamada El Porvenir que le fue vendida por escasos 2 millones y medio de
pesos poco después de que un grupo paramilitar empezara a asolar la
región.
Para colmo de casualidades, los
beneficiarios teóricos de esos baldíos en Puerto Gaitán (Meta) tenían
documentos de identidad de Muzo, Somondoco, Guateque y Garagoa;
municipios de la zona esmeraldera de Boyacá. Entre ellos estaba, por
ejemplo, Joaquín Silva Ramos a quien no recuerdan como un campesino del
área. Silva era un escolta de Víctor Carranza que murió protegiendo a su
jefe en uno de los atentados que sufrió.
Sin
embargo, la mayor sorpresa fue otra: dos de los cinco adjudicatarios que
le vendieron tierras a Pedro Libardo Ortegón estaban muertos para el
día del negocio.
José del Carmen León Gaitán y
Hugo Efraín Bustos Silva otorgaron poder en diciembre de 2007 para
firmar la cesión. Pero José del Carmen murió seis años antes en Muzo
(Boyacá), el 14 de enero de 2001, como consta en el registro de
defunción que publica verdadabierta.com.
El señor Bustos Silva llevaba aún más tiempo fallecido. Murió el 22 de abril de 1996 a causa de una laceración cerebral.
La
venta a Ortegón era solo una estación previa a la legalización del
gigantesco latifundio construido sobre el despojo, el fraude y las
amenazas a los campesinos de la zona.
Al final,
lo que había era un proceso para legitimar la propiedad de Carranza y
presentarlo como un ‘tenedor de buena fe’. El mismo estatus al que hoy
aspiran Ríopaila Castilla y "La Fazenda".
Ante
las denuncias del representante Iván Cepeda sobre el tema de El
Porvenir, el gobierno inició un proceso para que esas tierras retornen
al Estado. En contraste, nada está haciendo con relación a los predios
de La Fazenda, englobados en una operación muy similar (incluyendo un
muerto firmando).
O quizá sí. Está preparando una
ley para legalizar esas conductas y disfrazar las ilegalidades cometidas
de debate político sobre “el mejor modelo económico para el agro”.
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