Cambio Total.
La Paz, ese derecho humano fundamental que todos tenemos
desde que nacemos, ha sido escamoteado en nuestro país. En principio por las
élites de ”criollos” que una vez liberados del imperio español, ante su obtusa
visión y carencia de ideas, corren a ”entregarse” al ”nuevo” imperio,
demostrando su esencia lacayuna.
La traición del ideario del Libertador Simón Bolívar fue en
Colombia ejecutado por los ”santanderistas”, quienes ”invitaron” a la nueva
potencia a que aposentara sus garras sobre nuestro suelo patrio. 200 años de
traición no han bastado a los ”criollos” aposentados en el poder en calidad de
mayordomos del imperio.
Para poder mantenerse en el poder han recurrido a su única
herramienta, la guerra. Guerra que ha tomado forma de violencia estructural –todo
el tiempo- y forma de violencia física utilizando su aparato represor, las
fuerzas militares, últimamente creando las monstruosas criaturas del
narco-paramilitarismo, ahora llamadas BACRIM. O sea, desde el Estado se
adelanta una guerra que toma dos formas, complementarias una de la otra, que
viola el derecho humano de la Paz.
La Constitución del 91 contemplaba que ”La Paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. Este
precepto no ha sido respetado por ninguno de los presidentes del Estado
burgués. Todos han adelantado la guerra contra el pueblo colombiano. Todos han
soslayado la responsabilidad de brindar salud, educación, vivienda, vida digna
y oportunidades por igual –la guerra estructural- y para ello han adelantado la
agresión contra sectores claves. El ataque a Marquetalia en 1964 fue la
declaratoria de la guerra física, la aplicación de la violencia física, la cual
serviría de excusa para adelantar la otra guerra, la estructural.
Así, el pueblo –que nada tenía que ver con la guerra física-
era y es agredido para conculcar su derecho a la paz y para no satisfacer sus
otras necesidades so pretexto de la guerra. La guerra es llevada así al clímax
de la política y toda la política se desarrolla alrededor/por la guerra. La
legislación nacional desde 1964 es muestra de ello. Sus leyes tienen un halo guerrerista,
al punto que vivimos mucho tiempo bajo estado de sitio, por ejemplo, o para
citar otro caso, las detenciones masivas de campesinos que exigen cumplimiento
de acuerdos anteriores, producto también de la movilización de masas.
La guerra –clímax de la política en Colombia- absorbe todo.
No solo los recursos que debían ser destinados a satisfacer las necesidades del
pueblo. La guerra se adelanta hasta en la música, para citar solo un ejemplo.
Sabemos que la música imperial-oligárquica de muchos artistas es vendida por la
”calidad” de sus producciones o interpretaciones, en tanto las producciones
populares son descartadas. Mientras, y paradójicamente, cuando quieren agredir
un pueblo, Cuba o Venezuela por ejemplo, hasta los ”sectores de izquierda” ”luchan”
porque se les permita a esos artistas sus conciertos, que son en realidad
conciertos de agresión a esos pueblos y van contra esos pueblos bajo la cobija
del ”arte” musical.
Las guerras en los momentos actuales son actos de invasión y
terror. En Colombia, ante el ataque a 48 campesinos por parte del ejército
estatal, los campesinos responden organizando sus guerrillas móviles hasta
conformar el ejército popular actual. En
el transcurso de esa guerra el gobierno y su estado adelantan la guerra con
todo su poder, negándoles toda posibilidad al pueblo de luchar, exigir, por sus
reivindicaciones y mejores condiciones de vida, y practica el Terrorismo de
Estado que ha cercenado la vida a más de 1 millón de colombianos, a más de 6,5
millones de desplazados, despojados de sus tierras por parte de las fuerzas
estatales.
Sabemos que los actos de guerra –o de política-
desarrollados desde el Estado son para favorecer a las clases sociales en el
poder, lo cual les significa más dinero en tanto acrecentan la explotación de
nuestros trabajadores y entregan nuestros recursos naturales al imperio. El
pueblo debe comprender que la única manera de acabar las guerras es acabando
las clases sociales. Por ello, tiene la inconmesurable tarea de derrumbar todo
el aparataje estatal actual –sustento de todas las injusticias- y construir uno
nuevo.
Mas la oligarquía y el imperio no se estarán quietos.
Defenderán con toda su fuerza su permanencia en el poder. La fuerza popular
debe ser muchísmo mayor que la fuerza oligárquica-imperial, y de hecho así es.
Lo que nos falta es el factor subjetivo para desarrollar la revolución y
garantizar el derecho a la vida y el derecho que tenemos todos los colombianos
a vivir en Paz.
Esa tarea desde luego se está adelantando en la Mesa de La
Habana y en ella se adelantan confrontaciones, combates, cuya fuerza deriva de
los combates realizados en nuestra patria. Hoy por hoy es claro que en la Mesa
de La Habana se juega el futuro de nuestro país. Ello hace imprescindible
empujar con toda la fuerza popular para imponer a la oligarquía la solución de
las causas que dieron origen y han perpetuado el conflicto interno. De lo que
hagamos hoy va a depender el disfrute de la Paz en el tiempo futuro. No hay
vuelta de hoja.
jmc
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