¿Cuantas veces hemos puesto la sala, las sillas, la mesa, el micrófono, el vaso de agua, la gente y los aplausos a quienes luego han utilizado esa tribuna contra nosotros? Creo que no es necesario recordar los numerosos episodios que, de una manera u otra, han acabado con un debilitamiento de la organización y el viraje ideológico hacia el centro o hacia el populismo, según soplasen los vientos políticos.
Se entenderá, por tanto, que en un momento de conflicto social agudo y con procesos electorales a la vuelta de la esquina, haya que ser extremadamente riguroso con los procesos democráticos internos dentro de las organizaciones en las que militamos, debatimos y llegamos a conclusiones colectivas, sobretodo para evitar ser víctimas de interferencias externas interesadas, normalmente apoyadas por medios de comunicación al servicio del poder y que tienen el sagrado deber de salvaguardar el criminal sistema económico imperante.
No seré yo quien diga que formo parte de una organización perfecta, sin nada que mejorar. Y tampoco he sido de quienes han ocultado sus posiciones al respecto ni quien exprese mis opiniones de forma anónima para protegerme de las críticas. Por supuesto que no, pero hay algo que está por encima de cualquier estrategia personal o colectiva, o de cualquier aspiración; y es la lealtad a los y las camaradas, y a los y las compañeras con los que cada día debatimos, repartimos octavillas, pegamos carteles y nos dejamos lo mejor de nuestra vida por una causa.
“Ni en dioses, reyes ni tribunos está el supremo salvador”, nos recuerda la Internacional, sin que ello signifique que no necesitemos líderes que expongan nuestras propuestas, nuestras aspiraciones y nuestros objetivos. Pero esos líderes no se fabrican en un plató de televisión, en las páginas de los periódicos o las emisoras de radio. Los líderes son líderes cuando son puestos ahí por quienes les ceden de manera voluntaria la representatividad colectiva de manera temporal (o permanente en los casos excepcionales en que se convierten en iconos). Del debate y la lucha diaria, y siempre que los procesos sean democráticos y abiertos, es como surgen los líderes legítimos, de la misma manera en que también podrán ser depuestos.
Ninguna Revolución se ha hecho desde los platós de televisión o los medios de comunicación, ni tampoco por la obra y gracia de un líder ajeno a las tareas de organización del poder en las bases suficientemente capaz de derrocar un régimen. Es común citar a Lenin para justificar muchos comportamientos y actitudes. En no pocas ocasiones nos hemos encontrado en discusiones políticas en las que una y otra parte citaban al líder bolchevique para defender cosas contrarias. También es común comparar la situación de España y procesos como el bolivariano en Venezuela, en base a la incuestionable necesidad de confluencia de las fuerzas políticas y movimientos sociales hacia un proceso Revolucionario. De la misma manera podemos incluso encontrar a quienes comparan a un grupo de iluminados con los barbudos que bajaron de la Sierra Maestra para hacer triunfar la Revolución. Cuando se hacen dichas odiosas comparaciones muchos olvidan que esas Revoluciones – como todas – se produjeron gracias al tejido revolucionario que sus líderes se ocuparon durante años de tejer, reforzar y dar la orientación necesaria. Lenin sin los soviets y el partido bolchevique sólo habría sido un charlatán más, igual que Chávez sin el “Movimiento Bolivariano Revolucionario – 200″ que empezó a tejer en 1977, o que Fidel Castro sin el Movimiento 26 de Julio fundado en 1953 (6 años antes del triunfo de la Revolución). Es decir, un líder revolucionario sin un tejido revolucionario es sólo un charlatán.
Por eso, si lo que queremos es darle un sentido revolucionario a las protestas y no queremos limitarnos únicamente a una serie de gestos populistas o a un mero proceso electoral, tenemos una obligación ineludible si no queremos convertirnos en charlatanes: crear organización y darle una orientación revolucionaria.
En este momento de conflicto social agudo en España muchos son los movimientos que cada día se enfrentan en cada pueblo y cada ciudad de nuestro país a una situación de saqueo y represión de la clase trabajadora y las clases populares. Hacer confluir esta innumerable cantidad de movimientos en estructuras de contrapoder, encontrando las fórmulas para su funcionamiento a través de la acción y la experiencia, de los aciertos y los errores colectivos, es por tanto la labor principal que tenemos por delante. Es por ello que cualquier intento de socavar esta tarea, o de debilitar las aún débiles organizaciones obreras, está destinado a asestar un golpe más – voluntario o involuntario – contra la clase trabajadora.
Los procesos democráticos de abajo a arriba, la lealtad a compañeros/as y camaradas, la construcción de estructuras de contrapoder haciendo confluir a los movimientos, y huir de salvadores iluminados, es lo único que puede garantizar nuestro éxito y el éxito de nuestro programa máximo.
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