Joselito Mamatoco.
Recientes declaraciones del
presidente Juan Manuel Santos vuelve a poner en la palestra la Salud Mental de
los colombianos. Me gustaría precisar algunos conceptos en ese contexto.
La carga del pesimismo
El pesimismo pareciera que se toma
Colombia. Mas si vemos lo sucedido con la implementación –no en el aspecto del
cumplimiento por parte del gobierno Santos porque ya eso está definido desde
hace rato-, podemos constatar cómo las comunidades alrededor de las cuales se
mueven las FARC están imbuídas de la justeza de la Paz. Y mucho más allá.
Esto lo ejemplarizamos solamente con
Bojayá. Esa población es un ejemplo de cómo un pueblo que sufrió los rigores de
la guerra interna fratricida es capaz no solo de perdonar, sino de abrazar en
noble gesto de reconciliación a la FARC. No abrazó a los narco-paramilitares,
ni a las fuerzas militares, por cuanto ellos nunca hicieron un gesto de
reconciliación con las víctimas de Bojayá.
Así que creo que esa tesis del pesimismo
debe ser tomada con pinzas de cirugía, con mucho cuidado. Sobre todo cuando los medios en poder de la oligarquía diseminan –cual
infección viral- la especie del pesimismo. He leído y analizado muchos de los documentos y
noticias producidas en diferentes zonas geográficas y tiempos que demuestran
que antes que pesimismo, el pueblo colombiano, tiene un optimismo histórico a
toda prueba.
El propio psiquiatra citado por
Santos lo dice de manera enfática: “Colombia en general es un país que en términos de
salud mental, enfrenta, como cualquier ser humano en particular, unos procesos:
el de ser realistas, y yo creo que a veces somos excesivamente realistas; somos
importantemente creativos y la humanidad nos lo reconoce. Los colombianos somos
realmente empáticos. Nosotros, los ciudadanos
del común, los cotidianos, tenemos un espíritu solidario, capacidad de
ponernos en los zapatos del otro, y es lo que llamamos resiliencia. Los
colombianos somos resilientes. Capaz de reconstruirnos nueva y nuevamente. Ante
las tragedias y las situaciones extremas nos creamos y nos recreamos. Yo, en
ese hipotético país que se llama Colombia, veo esas virtudes en los ciudadanos.
Entonces digamos que mi mirada al futuro es optimista”.
Ese
optimismo se patentiza en que ante los incumplimientos del gobierno en la
implementación del Acuerdo Final de Paz los propios ex-guerrilleros con pocos
recursos y con sus propias manos han ido construyendo algunos proyectos
productivos importantes, con un optimism histórico. Ha sido invaluable el apoyo
de la ONU, de algunos empresarios convencidos de que ese es el camino, y de las
comunidades cercanas a las ZVTN.
La
alegría vivida en éste año de implementación, la marcha de proyectos, el
re-encuentro con las familias, el nacimiento de los hijos, etc, nos hace
valorar altamente como un componente transcendental, imprescindible, en la
marcha de la implementación.
La Salud
Mental
Desde luego que ninguna sociedad
después de soportar y sufrir 53 años de una Guerra injusta decretada por la
oligarquía en el poder puede salir incólume de ella. Las
heridas son inmensas y no se pueden voltear como se pasa una página de un
libro. No. Ese pasar de
página debe ser construído en la medida en que se va construyendo la paz. Por
ello, la implementación se programó a 10-20 años.
Si el estado colombiano es
incapaz de garantizar la salud física de la población –incluyendo la de los
ex-guerrilleros-, sabemos que mucho menos garantizará la salud mental. En
efecto, apenas en el año 2003 se produce la primera gran encuesta sobre salud
mental en Colombia y en el 2015 se da una nueva encuesta sobre la Salud Mental
de los colombianos .
La adelantaron
”el Ministerio de Salud, Colciencias y la Universidad Javeriana, en alianza con
la firma investigadora DPT. Fue un
trabajo tan grande que visitaron casi 20.000 hogares.
Encontraron que el 13,7 por ciento de los niños entre 7 y 11 años, compuesto
por desplazados del conflicto interno, tiene problemas mentales”.
Según algunos expertos 2 de cada
10 colombianos sufren algún tipo de enfermedad mental y, según los datos más
recientes, el 20 por ciento de los habitantes padece algún tipo de enfermedad
mental, o sea, 20 de cada 100, 1 de cada
cinco.
Dicen los expertos que ”las
principales causas son el abuso de sustancias narcóticas y el alcohol, más los
traumatismos que provoca la
guerra o la violencia. “Sus secuelas son muy diversas:
depresión, trastornos de la personalidad, intentos de suicidio, perturbaciones
mentales de los niños”.
Hay que enfatizar el papel
que juega el consumo de drogas. Niños que comienzan a utilizar drogas
narcóticas a la edad de 12 años nosh ace prender las armas, más cuando el “el
70 por ciento de los pacientes recluidos en clínicas psiquiátricas está allí
por consumo de drogas”.
Una publicación
de The British Journal of Psychiatry dió a conocer una investigación
realizada con participación OMSm la Universidad de Harvard, la Universidad de
Michigan y el Dr. José Posada Padilla Los resultados son reveladores: el 30% de
los trastornos mentales en Colombia son fruto de adversidades asociadas con la disfunción
familiar. Estamos hablando de divorcios,
violencia, la muerte de algún padre, abuso sexual, etc. Según la investigación
si se logra controlar estos factores se reducirían hasta en un 23% los casos de
trastornos afectivos, en un 27% los de abuso y dependencia de las drogas, en un
31% los de ansiedad y en un 42% los de conducta”.
Aquí nos toca
recalcar qué papel juega el estado en la detección y tratamiento de los
colombianos que padecen trastornos o enfermedades mentales. Porque la única
realidad es que las enfermedades mentales se decía que "aumentaban por los años de guerra y violencia, que han dejado
secuelas graves y duraderas en la población, secuelas que no se diagnostican,
ni se tratan y menos aún se rehabilitan. Esto aumenta las enfermedades
mentales".
O sea, no se puede achacar la disfuncionalidad en Salud Mental de los colombianos al conflicto armado, como no se puede achacar la corrupción a éste.
O sea, no se puede achacar la disfuncionalidad en Salud Mental de los colombianos al conflicto armado, como no se puede achacar la corrupción a éste.
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