Si la paz no convida, no “pica”, a los colombianos, no los convence, ni al Estado, instituciones y Gobierno, los compromete en el cumplimiento, implementación, desarrollo y construcción del Acuerdo de Paz suscrito con las guerrillas de las Farc– EP, es que la guerra y el conflicto armado de más de medio siglo que registra nuestra historia contemporánea no es ni ha sido un problema fundamental.
El eje repartidor sobre el cual ha girado el discurso político, económico y social, sus diferentes modelos y variantes, que por el mismo tiempo se ha mantenido para justificar el estado de insolvencia del Estado, sucesivos gobiernos e institucionalidad soporte en Colombia.
Si hoy la paz pasa de agache, quiere decir que la guerra, el conflicto armado, la confrontación con las guerrillas, objetivamente nunca tuvo la dimensión real en el teatro de las operaciones militares que nos “notificaba” el sistema, ni el efecto devastador en el aparato productivo y en la economía que los gremios “proclamaban” para reclamarle al Estado profundizar la guerra y armar el más numeroso y mejor dotado de los ejércitos en el continente latinoamericano.
Eso, en lo militar, porque en lo ideológico y político sí que fue exponencial la “realidad” del conflicto, sus llevaderas escaramuzas con las guerrillas, al punto que poco faltó, según ese libreto, para que las Farc–EP “se tomaran el poder”, “cayera la capital de la República”, y conformaran un “Gobierno revolucionario”, cuya primera medida sería “nacionalizar los bancos”, “abolir la propiedad privada sobre la tierra” e “instaurar el comunismo”.
Ni más ni menos, el brebaje ideológico más potente de cuantos hoy tienen perturbados y predispuestos a tantos colombianos, sin conocimiento de causas, a no aceptar el Acuerdo de Paz con unas guerrillas desarmadas en lo militar e ideológico, y del todo comprometidas a participar activamente en la construcción de nuevos espacios políticos en el marco e instituciones de una democracia más inclusiva y pluralista.
Y al aparato productivo nacional postrado en las precariedades de un modelo prevalecientemente endógeno que por más de 50 años, y al amparo de la guerra y la “toma del poder” inminente por la guerrilla, vivió sobreprotegido y apuntalado en todo tipo de subsidios y beneficios tributarios con cargo al erario; cebado y engordado en las dehesas de las exportaciones primarias, agrícolas y extractivas, y para nada interesado en la diversificación, la innovación tecnológica y la industrialización, que dieran en una economía modernizante, competitiva, transformadora y, en contraprestación, generadora de dividendos sociales para el conjunto de la población colombiana.
Que contuviera, si era verdad su avance incontenible, la creciente expansión de una guerrilla que, según los propagandistas del gobierno de turno, se multiplicaba por los cuatro costados del país y estaba a tiros de convertirnos en la segunda república de soviets de América Latina.
¡Joder!
Cuanto deja entrever este paneo por las claraboyas de la guerra y la paz en Colombia, es que la primera tenía más de imaginación, de “aparato ideológico” para soportar, fortalecer y reproducir un modelo económico, político y social, unos intereses y una cultura de poder, que de confrontación armada de mediana y/o alta intensidad, permanente, entre un ejército regular y una guerrilla marxista con capacidad de vencer e instaurar su modelo político.
Razón, subjetiva desde luego, para explicar esa apatía peligrosa, ese dejo contagioso de los colombianos por la paz. Por un nuevo contrato social, y por un nuevo aparato productivo más inclusivo, diversificado y moderno que, en últimas y primeras, es cuanto significa y connota la paz.
Entre tantos buenos augurios.
* Poeta.
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