En Colombia y en muchos otros lugares, parece que el concepto de educar a los niños debe ser igual a mortificarlos. Los horarios parecen diseñados para este propósito. Qué sentido tiene iniciar clases a las 7:00 a.m. En algunos casos el recorrido del bus tarda más de una hora y en esas condiciones las pobres criaturas deben levantarse ante de las 5:00 a.m., y por supuesto la mamá o el papá un poco antes, para prepararles, adormilados, un rápido desayuno. El milagro es que el estudiante no termine odiando el colegio. La jornada escolar termina a una hora incómoda para los padres: el hijo regresa antes de las 4:30 p.m., luego de otra hora de bus, afectando de esta forma el trabajo de los progenitores. Se logra mantener una familia, si no unida, al menos adormilada durante todo el día. Este esquema responde muy bien al sentido del sacrificio propio de la cultura judeocristiana.
A esto hay que agregar las tareas que deben hacer, en muchos casos con la ayuda de los agotados y soñolientos padres. Afortunadamente, el espíritu emprendedor de los conciudadanos los ha llevado a abrir papelerías que funcionan toda la noche, las cuales ofrecen el material que al niño le pidieron para la tarea de mañana y que sólo recordó antes de acostarse. Por alguna siniestra razón, los domingos hacia las 8:30 p.m., el estudiante recuerda la tarea del lunes. No es de extrañar que en la noche dominguera las papelerías nocturnas estén abarrotadas.
No pocos estudiantes pasan el doble del tiempo en el bus, mirando por la ventana el mismo monótono recorrido, que en clases de ciencias naturales, matemáticas o comprensión de lectura. Si al menos cambiaran de ruta, podría pensarse que los están capacitando para ser futuros taxistas o conductores de Uber.
En una institución vinculada al Ministerio de Educación se discutió la posibilidad de realizar un estudio sobre la modificación de los horarios de los colegios y presentarlo al Ministerio. No tuvo acogida la idea. Se mencionó, con cierta razón, que era inútil, debido a que una parte significativa de los administradores educativos tienen la trascendencia del estreñido y reducir la mortificación no está en su agenda.
Hace una semana, la exdirectora de la institución mencionada circuló un articulo de Tim Lott en el que se plantea la conveniencia de modificar los horarios de las escuelas de EE. UU., que no empiecen a las 8:30 a.m. sino a las 10:30 a.m., y terminen a las 5:00 p.m. Sugiere que se acondicionen lugares para que los estudiantes puedan tomar la siesta, así se mejora la atención en las horas de la tarde. Afirma que la mejor forma de tener niños felices es prohibir las tareas en la casa y salir de los profesores aburridos.
Propone que se amplíe la educación virtual y que los profesores presenciales actúen como facilitadores para ayudar a la comprensión de las clases virtuales. Los profesores no presenciales serán los pocos escogidos que logren entusiasmar a un muchacho de 12 o 13 años con una clase de logaritmos.
En Colombia, las pruebas Saber 11 y Pisa muestran que los mejores resultados los obtienen los estudiantes de colegios públicos cuyos profesores están más cerca cultural y geográficamente de sus alumnos, y que no hay alta correlación con los posgrados de los docentes, cuyo fin principal es ascender en el escalafón. Se recuerda a los maestros apasionados con lo que enseñan, no necesariamente a los de mayores puntajes burocráticos.
Publicar un comentario