“Hace diez años las Farc hubieran dicho que soltarían al general (Alzate) si liberaban primero a ‘Simón Trinidad’. Hoy demuestran interés en buscar soluciones”, dice Alberto Pinzón Sánchez. / Fotos: Archivo particular
El médico y antropólogo Alberto Pinzón Sánchez, exmiembro de la Comisión de Notables del proceso del Caguán y amigo cercano de ‘Alfonso Cano’, analiza, desde el exilio, las conversaciones del gobierno Santos con las Farc.
Por: Cecilia Orozco Tascón
Usted fue miembro de la Comisión de notables que se conformó durante el proceso de paz del gobierno Pastrana con las Farc ¿Cómo fue seleccionado para esa comisión?
En 1967 comencé a estudiar Antropología en la Universidad Nacional. Posteriormente me gradué en Medicina e hice varios posgrados, el último de ellos en resolución de conflictos. Uno de mis compañeros de Antropología, mi primera carrera, era Guillermo Sáenz y con él hicimos una muy buena amistad…
… Disculpe, lo interrumpo: ¿se refiere a Guillermo León Sáenz, el mismo que se hizo llamar Alfonso Cano y que terminó de jefe de las Farc?
… Disculpe, lo interrumpo: ¿se refiere a Guillermo León Sáenz, el mismo que se hizo llamar Alfonso Cano y que terminó de jefe de las Farc?
Correcto. Hicimos una muy buena amistad no solo porque compartíamos estudios sino porque ambos teníamos grandes inquietudes intelectuales. Coincidimos también en materia política y análisis de la historia. Uno de los temas que más nos unió fue el estudio de los libros de marxismo. Esa etapa de mi vida la relaté en el libro Salvo la ilusión todo es poder. Precisamente allí cuento muchos detalles de mi amistad con Guillermo.
Probablemente su amistad con Cano fue el factor que hizo que se pensara, en la época en que integró la Comisión de notables, que usted pertenecía a las Farc.
Esa que usted menciona pudo ser la interpretación que le dio Inteligencia militar a mi amistad con Guillermo pero nunca fui integrante de la guerrilla. Lo he dicho y lo reitero porque como médico que soy, mi objetivo es salvar vidas, no quitarlas. Siempre me he dedicado a luchar contra la enfermedad, el dolor y la muerte. Ahora, si me pregunta si tenía comunicación intelectual con Alfonso Cano, contestaría que sí, que es cierto que la tuve.
¿El posgrado que usted estudió en resolución de conflictos sirvió para que lo postularan para esa comisión en la que usted figuró públicamente hacia el año 2000?
Tal vez sí, pues cuando terminé el posgrado hice una tesis sobre cómo podía encontrarse solución a la crisis que estaba viviendo Colombia. En ese momento todavía creía, como todos, en una negociación simple entre el gobierno y la guerrilla, posición que revalué posteriormente cuando me di cuenta de que el problema era mucho más complejo: había que trascender ese concepto estrecho y empezar a trabajar con el de la solución política que es más amplio y que requiere de consensos, diálogos, acuerdos.
En esa época se dijo que dos de los cuatro miembros de la comisión eran del gobierno y dos de la guerrilla ¿Fue así como se escogieron?
Desde muy temprano hubo problemas en el proceso de Pastrana por el compromiso que él adquirió con el presidente Clinton. Pastrana se comprometió a implementar el Plan Colombia en 1999. Para mí era incomprensible esa decisión porque ese plan nació de una ley bipartidista del Congreso de Estados Unidos aprobada tanto por demócratas como por republicanos. Desde cuando Pastrana aceptó la ayuda norteamericana, quedó supeditado a su voluntad. Para contestar su pregunta, la decisión de conformar la Comisión de notables surgió de las contradicciones que se presentaban en el Caguán. Pero no es cierto que se hubiera integrado con dos delegados de la guerrilla y dos del establecimiento como lo afirmó Carlos Castaño en su libro Mi confesión, momento en que empezó la persecución contra mí y tuve que salir al exilio. No fue así como se escogieron los nombres de los notables.
Entonces, ¿cómo fue?
En la mesa de diálogos del Caguán las partes escogieron de común acuerdo a cuatro personas. No supe cuál fue el mecanismo que usaron. Simplemente seleccionaron unos nombres: Vladimiro Naranjo (exmagistrado, q.e.p.d.), Ana Mercedes Gómez, Carlos Lozano, director del periódico Voz y yo. La legalidad de los integrantes de la comisión emanaba del acuerdo que hubo en la mesa de diálogo gobierno - guerrilla.
Si yo dijera que tanto usted como Carlos Lozano fueron seleccionados para equilibrar las cargas (por un lado ustedes dos y por el otro Naranjo y Gómez) y que ustedes estaban presentes por su condición política cercana al comunismo sin implicar que por eso fuera ilegal o delictiva ¿estaría en lo correcto?
Diría que más que comunista, mi formación es marxista, democrática y progresista. Cuando me seleccionaron para esa comisión, para mí fue una sorpresa. Yo no había sido consultado. Ese nombramiento debió tener más relación con mi preparación académica que con otras razones. Pero haber pertenecido a ella me significó persecución y exilio, como le dije. En septiembre del 2001, cuando entregamos el informe con nuestras conclusiones en el palacio presidencial, el acto no fue clandestino ni a espaldas del país. Allí estaban, además del comisionado de paz Camilo Gómez, una cantidad de asesores del presidente.
¿Por qué dice que a partir de ese momento su integridad corrió peligro?
Porque inmediatamente vinieron las amenazas. En diciembre empezaron las situaciones peligrosas. Por ejemplo, un día en que me citó Carlos Lozano para ir a las oficinas de Voz a darle una revisión final al informe, se encontró un artefacto explosivo de gran poder que hubiera podido volar todo el barrio en donde se encontraba el periódico, si hubiera estallado.
¿Cuánto tiempo después tuvo que salir del país?
Inmediatamente, y nunca he podido regresar. La verdad, no he salido de Europa desde entonces. Mire lo que le sucedió a Joaquín Becerra, el director de Anncol, que viajó a Caracas con su pasaporte sueco para asistir a un supuesto congreso. Era una trampa. Lo metieron a un calabozo y al otro día lo mandaron para Colombia. Lo tuvieron preso tres años y después lo dejaron libre porque no pudieron sustentar los cargos en su contra.
Precisamente usted escribe con regularidad en Anncol, una página que, si bien no es la propia de las Farc según ellas lo aseguran, se aproxima bastante a sus posiciones ¿Cómo y por qué llegó a ser colaborador habitual de ese medio?
Comencé a escribir para Argenpress, un medio digital latinoamericano, cuando ya me había trasladado a Europa. Un día recibí un correo en que me decían que si autorizaba que colgaran mis artículos en Anncol. Hablé con Joaquín Becerra, el director, a quien había conocido en un encuentro de colombianos en París. Eso fue hacia 2002. A partir de ese momento, lo que escribo para Argenpress tiene copia para Anncol.
Ahora, conociendo su historia, interesa saber si cree posible que las Farc hayan modificado tanto su actitud que se pueda hacer realidad, en pocos días y en un rápido acuerdo con los países garantes, la devolución del general Alzate ¿Algo está cambiando en esa organización?
A mi juicio, hoy existen, en el país, condiciones diferentes a las del pasado y las resumo: en primer lugar, Estados Unidos tiene, definitivamente, otras motivaciones. Superado el Plan Colombia y asumido su fracaso en la guerra contra las drogas, ya no tiene razones para oponerse a los acuerdos. En segundo lugar, hay un gran avance en la movilización social que presiona la solución a sus reivindicaciones. Eso no existía en la época del Caguán. En tercer lugar, con el actual proceso se disparó una batalla de ideas que motiva a los medios de comunicación tradicionales y alternativos a abrir sus espacios para una discusión amplia. Todas estas son situaciones superan, incluso, la mentalidad de la discusión puramente política. Estamos pasando al plano jurídico que es más completo.
En concreto, en cuanto a las Farc ¿qué está modificándose?
No solo en cuanto a ellas. Le reitero que todo el país está adquiriendo nuevas concepciones y ha ampliado su visión. Por ejemplo, frente a las exigencias de las víctimas, no se trata de ponerse una camiseta que diga “soy víctima de las Farc” u otra en que se lea “soy víctima del Estado”. Hay todo un fenómeno intelectual que intenta desmenuzar lo sucedido y en el cual se exigen los derechos y la presencia de ellas en la Habana. Sin ellas no se pueden tomar decisiones sin tenerlas en cuenta. Tampoco es posible pensar en que un grupo de parlamentarios imponga una ley como la de Justicia y Paz. La sociedad ha tomado, con este proceso, una dinámica sorprendente y la guerrilla, que está inmersa en ella, entra en esos cambios. Hace diez años las Farc hubieran dicho que soltarían al general Alzate si liberaban primero a Simón Trinidad o a algunos presos. Ahora, cuando el pueblo reclama paz, demuestra estar interesada en buscar soluciones.
¿Cree que las Farc 2014 se distancian de las del 2000 o de las de 1990 en que tienen mayor formación política o simplemente se están acoplando a las nuevas situaciones?
Yo no lo plantearía como una ruptura ni como un distanciamiento con el pasado sino como un desarrollo. Existen grandes avances en la toma de conciencia, como vengo sosteniendo. El análisis político es más sofisticado y permite ver matices. Se está superando la visión de blanco o negro que se tenía antes. Y ese cambio que está sucediendo en la insurgencia, también se nota en algunos periodistas formadores de opinión y hasta en el gobierno y en la política tradicional. El hecho de que el presidente Santos, un hombre tan de la entraña del establecimiento y quien no dudó en ordenar la ejecución de Alfonso Cano, haya reconocido que hay conflicto interno y que es necesario superarlo, es otra demostración del avance que se vive. A pesar de su interlocución permanente con el Departamento de Estado, creo que Santos no tiene la sobredeterminación que tuvo encima Pastrana de Estados Unidos.
En un proceso de paz, las partes tienen que reconocer sus culpas. Cuales a su juicio, serían las de la Farc?
Si se da la solución política y se pasa a una etapa de posconflicto, todos los colombianos incluidos los que conforman las Farc, deberán ser sujetos de deberes y derechos. No me gusta el término “culpa” porque tiene una connotación moral o religiosa. Me parece mejor hablar de reconocimiento de responsabilidades y estas deben ser asumidas por todos en un sistema de garantías que se pacte como solución al conflicto.
Una pregunta que todos se hacen: ¿los militaristas de las Farc tienen más poder que el grupo que quiere una salida negociada?
Por lo que ha sucedido, las Farc se muestran monolíticas y estructuradas en sus planteamientos y en sus acciones. No veo una división como la que usted plantea, con un ala militarista y otra pacifista. El comunicado que dio a conocer el bloque Iván Ríos referente a la situación del general Alzate, dice que ese grupo está bajo las órdenes del Secretariado. Es decir, que responde a una sola línea de mando.
Si se alcanza la paz ¿cómo imagina usted a los exmilitantes de las Farc que se conviertan en civiles: como congresistas, funcionarios estatales o ejerciendo qué tipo de actividades?
En un posible posconflicto los veo como ciudadanos comunes que pueden participar en todas las esferas de la vida social. De eso trata la solución política. No veo por qué tendrían limitaciones. Ellos deben tener plenos derechos y deberes y habrá que cumplir la nueva legalidad que surja de la solución pactada al conflicto.
¿Supone que es posible que algunos de los negociadores de las Farc y de sus máximos jefes acepten estar unos años en la cárcel para cumplir los convenios con la justicia internacional que ha firmado el Estado colombiano?
Las Farc no han luchado contra la justicia internacional sino contra el Estado. Este adquirió compromisos internacionales pero la guerrilla no. El Estado debe encontrar, en una discusión amplia con la insurgencia, la solución política en cuanto a cómo va a funcionar la nueva legalidad. Si el Estado dice: “les ofrezco que ustedes entreguen las armas y yo los dejo hacer política”, su propuesta carecería de realismo porque desconocería dos hechos: 1. Que las Farc y la insurgencia no armada (que también existe) han hecho política siempre. Otra cosa es que no sea parlamentaria o electoral. Y 2. Que una negociación realista debería basarse en las reformas estructurales que demanda el país y que hay que garantizar en un texto constitucional. Es decir, no se trataría de armas por política sino de armas por unas reformas que tendrían que ser validadas en una constituyente.
Marxista definido
Alberto Pinzón, de 60 años, estudió antropología en la Nacional y medicina en la universidad de Caldas. Cursó, además, tres posgrados: Tecnología médica, Administración de salud y Resolución de conflictos en la Javeriana. Empezó a ejercer medicina en Bucaramanga, gracias a un amigo de su padre, el exgobernador de Santander Alfonso Gómez Gómez, quien lo vinculó al hospital universitario, primero, y después, al cargo de Jefe de programas médicos especiales. Volvió a Bogotá cuando el presidente Belisario Betancur nombró como su ministro de Salud a Jorge García Gómez que lo nombró en la Dirección de participación de la comunidad y en la División de programas médicos especiales del ministerio. Trabajó más adelante con el entonces ministro Jaime Arias y se encargó, a finales de los años 80, de los novedosos programas de vacunación. También fue funcionario en el Fondo Nacional Hospitalario y en la Superintendencia de Salud. Con pocas interrupciones, fue empleado público cerca de 18 años. Durante ese periodo, mantuvo estrecha amistad con Guillermo Sáenz, conocido como Alfonso Cano, uno de los jefes máximos de las Farc. Como dice el propio Pinzón, su paso por el Estado no significó que hubiera abandonado sus convicciones de marxista y de hombre de la izquierda, como se define. Vive en el exilio hace 13 años.
“Nunca dejamos de ser amigos”
Usted y Alfonso Cano, ¿mantuvieron contacto después de que él ingresó a la guerrilla?
Guillermo Sáenz terminó estudios de Antropología al tiempo conmigo, aunque no estoy seguro si se graduó o no. Al principio, él fue profesor en varias universidades en la materia Antropología de familia que era una de las que más le gustaba. Desde entonces, nunca dejamos de ser amigos aun cuando no nos viéramos. Tiempo después, Guillermo fue encarcelado porque le encontraron armas en un apartamento que tenía en Chapinero. Cuando pagó la condena y salió libre, pasó a ser clandestino. En ese periodo perdimos comunicación directa. Pero como mi amistad con él nació junto con la de otros compañeros de la época, entre unos y otros intercambiábamos ideas, mediante correos, hasta cuando reapareció en el proceso de paz de Belisario Betancur.
Pero se ha dicho que ustedes no dejaron de relacionarse nunca.
Es verdad. A veces me llegaba una carta, una nota o un papel. Había un tema, por esa época, que nos preocupaba a todos y era el proyecto en que se establecía la elección popular de alcaldes. Le enviaba mis opiniones por escrito y un mes o dos más tarde, me llegaba la respuesta u otra nota. En fin, teníamos algún contacto pero eso no puede catalogarse como una ilegalidad ni me convierte en guerrillero. Nunca pertenecí a una organización armada.
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