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Camino de espejos

Written By Unknown on sábado, septiembre 13, 2014 | sábado, septiembre 13, 2014

ALFREDO MOLANO BRAVO 13 SEP 2014 - 

Andar por la carrera 30 o por la Circunvalar en Bogotá, por las calles de Lorica o las de Tumaco, es un peligro.
Por: Alfredo Molano Bravo, El Espectador
A las 6 de la tarde o a las 7 de la mañana las ciudades y los pueblos zumban como un enjambre. Las motos corren, brincan, culebrean, rompen espejos, atropellan peatones y no pocas veces dejan un muerto. Si uno ve un zapato en la mitad de una vía, a pocos metros hay un reguero de aceite y al lado un motociclista cuan largo es sobre el pavimento. La vida no cuesta nada porque hay mucha. Sobra. Cada cual se defiende como puede. A la brava, con lo que puede. Las motos se han vuelto el vehículo más popular porque cuesta menos; porque el transporte público es pésimo, sucio, ruidoso. En una moto corre el viento, se llega más rápido y es, claro está, mucho más barato. Hoy por hoy es una reivindicación, una protesta. En un semáforo, cuando se pone en rojo, se apilan cientos de motocicletas. Los motociclistas respetan este color; no así los policías, que no sólo no ven semáforos sino tampoco ven la calle y andan por las aceras. Cuando se pone en verde, dan la largada y el enjambre se enloquece; se cruzan unos con otros, se meten, se empujan. Hoy hay más motos que carros en el país: cuatro millones setecientos mil de ellas y cuatro millones y medio de ellos. En dos años, el número de motos duplicará el de carros. Hay cinco ensambladoras de motocicletas en el país y exportamos. En Cauca se está montando una planta para fabricarlas y venderlas a menos de dos millones. Hoy los distribuidores casi todos sueltan una moto a quien pueda pagar 89.000 pesos mensuales a tres años, sin prenda y con Soat de encime. Los motociclistas son cada vez más jóvenes y las motociclistas cada vez más bonitas. O se supone que son más bonitas porque no se les ve la cara. Pero se les ve el pelo al viento.
El enemigo son los carros, los camiones, los buses y las autoridades que se ensañan en detenerlas, pedirles papeles y papeles, creando trancones para ver si pescan en ese río revuelto una colaboración para la gaseosa. Hay polochos de 20.000 pesitos y otros, más cumplidores, de 50.000. Los choferes de los carros no ven las motos y, si las ven, no les importa; al fin, dirán, pegamos más duro. Igual a lo que sucede en el mundo de la competencia, en la vida política, en la lucha de clases, tan desacreditada como cierta. En las vías no está ausente esa pelea y es del mismo origen. No pocas veces un taxista saca el zuncho para cascarle al motociclista por lo que él —el taxista— suele hacer: birlarse toda norma. Lo mismo hacen los buseteros —sobre todo si manejan esa especie rara llamada Sitp, cuando no está varada— y las ambulancias y las escoltas militares o civiles, al fin escoltas. El más fuerte tiene siempre la vía y lo protegen las latas más duras y las autoridades más débiles. El país.
Es hora de hacer aquí también una negociación de paz, con mesa, plenipotenciarios y todo. Y todos sin armas, sin bómperes, sin cascos, sin zunchos. No más espejos rotos, no más motos y piernas partidas. ¡Basta ya! Todos somos víctimas y victimarios al mismo tiempo y por las mismas razones. A cambio de no romper más espejos ni culebrear, ni andar por las aceras, los peatones se comprometen a atravesar las calles por los puentes y las cebras; los conductores —llamémoslos así en aras de la convivencia— se comprometen a orillarse a la izquierda para que el río de motos, en orden, pase por la derecha. Es decir, al contrario de lo que pasa en el país: los fuertes a la derecha y los débiles a la izquierda. O lo que debería pasar. El acuerdo no es difícil si se exceptúan los privilegios que tienen las autoridades, las ambulancias y las escoltas. Con ellos la cosa es a otro precio. No tienen ley. Son la ley y la hacen a su paso. Ese es siempre el problema de todo acuerdo, que hay un tercero que no quiere, que no cede sus privilegios. No obstante, propongo que se convierta en himno la tonada que canta mi hijo, un motociclista empedernido:
“Por un camino de espejos voy pa lejos,
Y en cada espejo veo de la gente sus quejos.
Por un camino de espejos, día tras día, juego mi vida”.
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