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Ante la muerte de Diomedes Díaz: Quizás haya otra vida, sin rencores ni resentimientos, donde parrandearemos todos con él al son de los acordeones.

Written By Unknown on jueves, enero 02, 2014 | jueves, enero 02, 2014

La Pluma de Gabriel Angel

Con el perdón de algunos, me apresto a escribir sobre Diomedes Díaz, el artista colombiano que por encima de todas las polémicas, representa de manera más fiel el curso de la vida emocional de la generación nacional que ronda los cincuenta años. Pese a quien le pese, el Cacique de la Junta encarnó una especie de eco de nuestras emociones y vivencias, un intérprete fiel de nuestros sueños de amor, un genio capaz de retratar como nadie en sus canciones nuestras almas.

Su muerte nos golpea, qué duda cabe, aunque en el fondo supiéramos que estaba cerca, como consecuencia de ese lado amargo que sigue a la fama y que en él resultaba ostensible con solo mirar su estampa. Me apresuro a exculparlo, no creo que el peso de los intereses mercantiles, de la vida bohemia y desordenada que le impusieran quienes usaron de él para lucrarse y disfrutar, deba caer sin piedad sobre sus hombros. Sus circunstancias fueron esas, pese a él mismo.

En alguna conversación, años atrás, un erudito conocedor del mundo vallenato, que se reclamó como seguidor por excelencia de la música de los Betos, por encima del propio Diomedes, me hizo notar algo que llamó poderosamente mi atención. En su parecer, todo el odio y pus que se descargó sobre el cantante tras el fatídico suceso en que murió una de sus seguidoras, era en realidad una guerra comercial, una embestida que buscaba derribar el ídolo inamovible.

Su reinado musical no conocía antecedentes, ni rivales. Sus discos se vendían por centenares de miles en unas cuantas semanas, sus presentaciones eran seguidas por multitudes. Mientras él conservara esa aura, resultaba imposible que surgieran competidores en condiciones de igualarlo. Por eso habían aprovechado su caída. Para construir el repudio de una buena parte del mercado. De quince años acá casi consiguieron que las nuevas generaciones aprendieran a detestarlo.

No así quienes lo conocimos bien desde sus propios inicios. En el sur de la Guajira y el norte del Cesar brotan silvestres de la tierra los aires de acordeón y la poesía en canto. En el pasado, su origen era rural, las fincas de la sierra. En el presente, un tanto impostadas, nacen de ruidosas capitales. El mérito singular de Diomedes Díaz estriba en haber conseguido que su música y sus composiciones campesinas hicieran el tránsito exitoso a las grandes ciudades.

Con él el vallenato se tomó a Colombia. Es cierto que otros lo habían precedido en el camino. Rafael Escalona consiguió que la Sonora Matancera internacionalizara algunas de sus más conocidas canciones. Y hasta que sus parrandas ingresaran al Palacio presidencial. Otros músicos alcanzaron que la elitista clase ganadera de Valledupar admitiera un día en su exclusivo club a los vaqueros, piguas y andariegos que interpretaban esos ritmos de negros, indios y zambos.

Los conjuntos de los Hermanos López y los Hermanos Zuleta, con las voces asombrosas de Jorge Oñate y Poncho, inauguraron la era de los cantantes en el vallenato, actividad reservada desde siempre a los propios acordeoneros, independientemente de la calidad de su voz. Pero su música gloriosa sólo en contadas ocasiones rompió las fronteras de la costa atlántica. Diomedes Díaz en cambio llevó sus canciones a todos los rincones de Colombia, a todos sus pueblos y ciudades.

Donde se convirtió en el ídolo incuestionable. Quizás sólo uno de los grandes cantantes vallenatos de su generación consiguió balancear su fama, Rafael Orozco, la tempranamente desgraciada voz del Binomio de Oro. Pero su imprevista muerte en el cenit de su éxito, dejó como único rey a Diomedes, quien además de su sabrosa y poderosa voz, poseía una virtud que lo elevaba al firmamento por encima de cualquier otro, su habilidad para componer cantos inmortales.

Cuántos de mi generación y la siguiente enamoramos y llevamos serenata a nuestras novias con las canciones de Diomedes Díaz. A cuántos nos acompañó a llorar embriagados nuestras decepciones. Cuántos cumplimentados, cuántos padres y madres fueron homenajeados por nosotros gracias a sus cantos, cuántos llegaron a sentirse retratados con sus versos a los hijos, a la navidad, al tedio del matrimonio en crisis, al hecho de conocer otra mujer maravillosa.

Y cuántos gozamos con la extraordinaria alegría con la que sus distintos conjuntos nos impelían a bailar una y otra vez sus interpretaciones. Cuántas frases al oído de nuestra pareja calurosa asida a nosotros repitieron las bellas insinuaciones del artista en sus discos. Cuántos de nuestros mejores recuerdos y experiencias se ligan a los bailes animados por él o sus canciones. Creo que fue él quien creó el término y lo ejemplificó como ninguno, la fanaticada, sus seguidores a morir.

Por decenas se contaban las mujeres y los hombres del pueblo que con grandes grabadoras en sus hombros seguían al artista en cada una de sus presentaciones. Para luego vender como pan caliente esas grabaciones en los pueblos de la costa. La gente las compraba y coleccionaba con una pasión conmovedora, haciéndolos sonar a todo volumen en sus casas o en los equipos de sus automóviles. Uno sentía que Diomedes Díaz era un Dios, con miles de devotos por todas partes.

A quienes correspondía cada vez que podía con sus versos. Yo no sé cómo se paga, ese gesto tan bonito, quiero repartir mi alma, dándole’ a todo’ un poquito.De ese modo, sencillo y familiar, conseguía acrecentar el amor de sus seguidores por él. Antes de que ingresara a las FARC, siendo Simón Trinidad gerente del Banco del Comercio de Valledupar, Diomedes invocó su nombre en numerosas canciones. Después, obviamente, tuvo que cuidarse de expresar su cariño al amigo.

Le cantó a la paz, con versos de Hernando Marín, y se oprimió el corazón para componer El Ahijado, un canto majestuoso a los huérfanos de los asesinados por la brutal violencia que sacude a Colombia. Si verseó a los paramilitares en parrandas en Valledupar, lo hizo animado por la clase dirigente del Cesar y los mandos militares,que lo contrataban para sus parrandas con Jorge Cuarenta. También verseó alguna vez, y gratis, para los mandos guerrilleros en la Sierra.

Era por encima de todo un artista. Un hombre del pueblo que le cantó al amor y las vivencias de su gente. Un hombre, un ser humano, con virtudes y defectos como todos. Al que recordamos y queremos por las cosas buenas que hizo, que fueron muchas. Lo demás quizás lo arregle él mismo ante Dios con la ayuda del Santo Ecce Homo del Valle y la Virgen del Carmen. Quizás haya otra vida, sin rencores ni resentimientos, donde parrandearemos todos con él al son de los acordeones.

Montañas de Colombia, triste navidad de 2013.
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