OPINIÓN. Por cada granada de humo blanco pagamos 43.880 pesos. Cada cartucho de gas nos vale 27.183 pesos.
Se
ha vuelto un lugar común decir que todos pierden con los paros. La
frase es tan repetida como falsa. Hay unos que ganan –y ganan mucho-
cada vez que hay una protesta. La industria de las llamadas “armas no
letales” recibe multimillonarias utilidades por cuenta de la represión
de las manifest
aciones en Colombia y en el mundo. Los dueños de esa
industria tienen a la vez intereses en negocios como la venta de
productos lácteos o la calificación de riesgos en países como el
nuestro.
El gas lacrimógeno es uno de los
mejores negocios de esta época. A pesar de que la Organización de
Naciones Unidas clasifica el gas lacrimógeno como un arma química, los
poderosos intereses detrás de esta industria han logrado que su producto
estrella se comercialice a nivel mundial como “arma no letal”
La
mayor productora de gas lacrimógeno es una empresa llamada Combined
Systems Inc. La compañía funciona en Jamestown, un pacífico pueblito con
menos de 700 habitantes en Pensilvania, Estados Unidos.
De
acuerdo con su página oficial su negocio es la “fabricación y
suministro de municiones tácticas y dispositivos de control de masas a
las fuerzas armadas, la policía, las autoridades carcelarias y las
agencias de seguridad nacional en el mundo entero” (Ver link)
La
compañía es una máquina de hacer dinero. Cuanto peor le vaya al mundo,
mejor le va a ellos. Un reciente estudio adelantado por la profesora
Anna Feigenbaum de la Universidad de Bornemouth en Gran Bretaña, prueba
que durante los períodos de crisis económica se disparan los gastos
antimotines.
El periodista Marcelo Justo hizo
un completo reporte para BBC Mundo que muestra, entre otras
revelaciones, el ejemplo de España. Mientras el gobierno de Rajoy
recortó el presupuesto de 2013 en casi todas las áreas, empezando por
salud y educación, hubo un aumento de 17 veces (!) en el renglón de
‘antidisturbios’. Los fondos pasaron de 173.000 euros a más de tres
millones. (Ver vínculo)
Colombia
es un gran comprador de Combined Systems. De acuerdo con una
publicación de Source Watch los principales clientes de la compañía
fabricante de gas lacrimógeno son en su orden: Estados Unidos, Israel,
Egipto, Colombia y Yemen. (Ver vínculo)
En
el año 2007, se registraron 800 protestas en Colombia. El 26 de
diciembre de ese año -en medio de las celebraciones de navidad y año
nuevo- el gobierno de entonces firmó a través de la Policía Nacional un
contrato con los representantes locales de Combined Systems por US
$2.262.936 (Ver portada contrato)
El
objeto del contrato es la compra de granadas de gas, armas lanzagases y
otras municiones antimotines. Quien firmó el contrato como directora
administrativa y financiera de la Policía fue la entonces coronel Luz
Marina Bustos Castañeda, hoy subdirectora general de la institución. La
coronel Bustos ahora es general y con su firma ese contrato ha sido
extendido y adicionado, hasta nuestros días, en cantidades
multimillonarias.
Una de esas adiciones deja
ver cuánto le cuesta cada disparo antimotines a los contribuyentes
colombianos. Por cada granada de humo blanco pagamos $43.880. Cada
cartucho de gas nos vale $27.183. (Ver valor gas)
Otro
contrato, esta vez del Fondo Rotatorio de la Policía, indica que
Colombia le compró a Combined Systems fusiles lanzagases por
$242.604.960. (Ver fusiles lanzagases)
Los
principales accionistas de Combined Systems son Point Lookout Capital
Partners y The Carlyle Group. El grupo Carlyle es un conglomerado
empresarial con múltiples intereses que van desde la banca internacional
hasta la tecnología agropecuaria con Syangro Technologies, pasando por
la producción de leche en la India con Tirumala Milk. Carlyle es dueño
también de la calificadora de riesgos Duff and Phelps que evalúa la
seguridad de las inversiones en países como Colombia.
Nuestro
país es magnánimo con los conglomerados que explotan nuestros recursos y
nos venden lo que no necesitamos en desarrollo de las ‘bondades’ del
TLC. Al mismo tiempo es avaro con los campesinos que producen alimentos,
severo con quienes se atreven a protestar y generoso con los
vendedores de instrumentos para la represión.
Al final ellos se quedan con la plata y nosotros con las lágrimas.
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