Por: Cecilia Orozco Tascón
Mucho se ha contado ya sobre lo que el columnista Daniel Coronell, con gran tino, denominó “las calaveras en el armario” que guardan los aspirantes al Senado por el movimiento de Álvaro Uribe, movimiento que fue presentado por este como un “instrumento político útil para las nuevas generaciones”.
De la Torre llama la atención sobre “las nuevas generaciones” de Uribe para el Senado de 2014: el hijo de Luis Alfredo Ramos, cacique electoral detenido y a la espera de un juicio por sus presuntas relaciones con el paramilitarismo; el sobrino del condenado por ese delito Miguel Pinedo Vidal; una exmiembro del PIN en el Valle del Cauca, el partido del sentenciado parapolítico e investigado por delitos electorales Juan Carlos Martínez; una exintegrante de Alas Equipo Colombia, grupo disuelto después de que sus principales representantes recibieron fallo condenatorio, repito, por parapolítica. Y así…
El temible José Obdulio Gaviria merece capítulo aparte. Su presencia en un puesto seguro de ingreso al Congreso levantó una ola de protestas incluso en los círculos más cercanos al exmandatario. El precandidato presidencial Óscar Iván Zuluaga le pidió a Gaviria desistir de su aspiración. En su comunicado utilizó doblemente un concepto: “los dos sabemos que Álvaro Uribe es leal hasta la médula y que nunca le pedirá que retire su candidatura”. Y después: “las circunstancias exigen de usted el máximo gesto de lealtad, el de retirar(se)”. Qué curioso, Francisco Santos, otro de los precandidatos del uribismo, rechazó la petición de Zuluaga y lo criticó pero con idéntica línea. La reiteración conceptual es inquietante: “es un acto de deslealtad con el presidente Uribe con quien ha sido leal con él. Me parece una equivocación absoluta y manda una señal: que la lealtad se castiga y eso no me parece que sea sano…”.
La lealtad, como pilar de cierre de grupos que detentan poder, es un arma bien conocida en Italia, concretamente en Sicilia, en donde también se acata el código del silencio. Una más es la intimidación, campo en que se mueve con solvencia el cuasisenador Gaviria. Una cosa es una discusión en Twitter de un ciudadano particular que, diga lo que diga, no tiene responsabilidades públicas ni pretende tenerlas, caso de Juan Carlos Pastrana, y otra es el tono de las afirmaciones asquerosas y violatorias de la dignidad y la intimidad en boca de quien pretende ostentar un cargo de elección popular. Algún límite tiene que haber en las democracias para impedir que sujetos del lado más oscuro de la sociedad sean elegidos. La lista Uribe, de la que la columnista De la Torre asegura que es un “remedo de la lista Clinton”, tendrá mucho éxito gracias al perverso esquema político nacional, pero no podrá representar jamás al país de la decencia y de la legalidad.
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