Por: Rodrigo Uprimny
Hoy vivimos al mismo tiempo unas negociaciones de paz con las guerrillas con buenas posibilidades de éxito y una muy intensa conflictividad social, como lo muestra el paro agrario. ¿Cómo interpretar esa simultaneidad de procesos?
Pero esa versión es equivocada y nos ata al pasado. Por el contrario, esa simultaneidad nos plantea uno de nuestros mayores desafíos: si queremos una paz duradera, debemos transformar la relación negativa que hasta ahora hemos vivido entre conflicto, protestas y democracia en una relación positiva.
En general, en Colombia, el Estado y las élites han visto las protestas como desórdenes y problemas de orden público que debían ser reprimidos. Un ejemplo de ese sesgo autoritario es que durante décadas, la revista Criminalidad de la Policía incluyó a las huelgas en las estadísticas sobre alteraciones del orden público, al lado de los ataques guerrilleros o los atentados.
La persistencia del conflicto armado obviamente ha acentuado ese sesgo. Las protestas han sido lideradas en general por la izquierda y por ello algunos sectores autoritarios las asociaron a expresiones guerrilleras, con esa idea falsa de que todo militante de izquierda no es más que un guerrillero encubierto. Pero a su vez, es cierto que las guerrillas han intentado, con mayor o menor éxito, infiltrar esas protestas, a fin de subordinarlas a sus estrategias políticas y militares.
La derecha autoritaria, como las guerrillas, ha coincidido entonces en meter a las protestas y al conflicto social en la lógica de guerra. Y el resultado ha sido el debilitamiento de los movimientos sociales y la represión reiterada de la protesta, lo cual a su vez ha acentuado, en un círculo vicioso, la violencia y la guerra. Instrumentada por la guerrilla o reprimida por el Estado, la protesta social no ha podido ser en Colombia el canal de expresión y transformación que es en sociedades verdaderamente democráticas. Y en parte por eso muchos conflictos sociales, desprovistos de canales pacíficos de resolución, han tendido a expresarse violentamente.
La democracia colombiana, si quiere ser digna de ese nombre, tiene una asignatura pendiente: reconocer la protesta como expresión legítima y encontrarle formas democráticas de respuesta, sin que debamos idealizar toda protesta, pues algunas degeneran en violencias inaceptables y no siempre quienes protestan tienen razón. Pero aquí está tal vez la respuesta a la pregunta inicial. La paz pasa no sólo por una negociación con las guerrillas, que ponga fin al conflicto armado, sino también tiene otro reto igualmente difícil: el Estado debe aprender a responder democráticamente a las protestas y a los reclamos ciudadanos.
* Director de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.
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Rodrigo Uprimny * | Elespectador.com
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