Por Antonio CaballeroRevista Semana.
OPINIÓN. ¿Acaso no viene diciendo el establecimiento desde hace por lo menos 35 años que las guerrillas deben dejar las armas para competir abiertamente como partidos políticos?
Se
preocupa Plinio Apuleyo Mendoza, el autodesignado vocero de la derecha
militarista colombiana, por el “riesgo” que divisa como posible
desenlace de un acuerdo de paz con las guerrillas: “El de encontrarnos
con unas Farc dueñas de amplias zonas del territorio (y) con un partido
político de in
sospechada fuerza (la Marcha Patriótica)”.
¿Y
acaso no se trata justamente de correr ese “riesgo”? No solo a partir
de las conversaciones que ahora se adelantan en La Habana, sino de
antes. ¿Acaso no viene diciendo el establecimiento desde hace por lo
menos treinta y cinco años que las guerrillas deben dejar las armas para
competir abiertamente como partidos políticos?
Ya
una vez lo hizo el M-19, y no sobrevino ninguna catástrofe. Obtuvo un
tercio de los votos para la Asamblea Constituyente, y eso no desembocó
en la revolución sangrienta que vaticina la derecha militarista para
justificar su propia represión sangrienta, sino en la inofensiva (aunque
progresista) Constitución de 1991.
Ya otra
vez intentaron hacerlo las Farc fundando la Unión Patriótica, aunque con
el ingrediente nocivo de la “combinación de todas las formas de lucha”:
mantuvieron las armas. Y eso sí provocó un río de sangre. Pero entre
las filas de la Unión Patriótica, exterminada a manos de la derecha
militarista: de las llamadas “fuerzas oscuras” del paramilitarismo en
complicidad con sectores políticos y de la fuerza pública. Los amigos de
Plinio.
Más curioso resulta ver que muy
parecida a la opinión de Plinio es la de Rafael Pardo, hasta hace poco
jefe único del partido llamado liberal y actualmente ministro de Trabajo
de Santos. Dice Pardo:
“Mientras en La Habana
(las Farc) están en temas de acuerdo y de conciliación, los sindicatos
de la Marcha Patriótica están más en temas de confrontación (...) Cuando
en La Habana negocian civilizadamente alrededor de una mesa, que es lo
razonable en un proceso de paz, por fuera están presionando por vías que
no propiamente convocan al diálogo (...) No de confrontación armada,
pero sí dentro de los escenarios laborales y sociales”.
Repito:
¿y no se trata precisamente de eso? ¿De que la confrontación deje de
ser armada para volverse laboral y social? Y no solo política en el más
estrecho sentido de la palabra. Pues también tiene el gobierno –el
Establecimiento, confundidos los poderes del Estado con los económicos y
los mediáticos– la pretensión de que la única expresión de
inconformidad o desacuerdo sea estrictamente electoral y únicamente se
mida en votos.
Que los inconformes cambien las
balas por votos se acepta como demostración extrema de generosidad;
pero que no se les ocurra cambiarlas también por huelgas, por paros, por
marchas, por manifestaciones de protesta: entonces interviene la
Policía, como se ha visto en el Catatumbo, o el mismo Ejército, como
hace un año entre los indígenas del Cauca.
Y
también lo de los votos tiene límites: es necesario superar con ellos el
expandido umbral que deja por fuera, sí, los partidos de garaje, pero
también la opinión minoritaria. Así se le quitó a la exterminada Unión
Patriótica la personería jurídica alegando que había perdido sus
votantes; y se le acaba de devolver ahora, simbólicamente, como un
sarcástico homenaje post mórtem.
Así,
independientemente de lo que pueda llegar a acordarse en la mesa de La
Habana, o de si eso fracasa, no es sostenible el proyecto de tolerar una
más amplia democracia política que la precaria que actualmente existe
sin aceptar simultáneamente la existencia de una democracia económica y
una democracia social.
Si de verdad el gobierno
de Juan Manuel Santos quiere que el final del conflicto armado pueda
despejar el camino para un país en paz, tiene que prepararse para un
país plagado de conflictos sociales, económicos y laborales. Como
cualquier país democrático.
Que se lo expliquen al ministro de Trabajo.
(Bueno: y al de Defensa, y al de Hacienda, y...).
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