16 jul del 13.- Por primera vez un alto
oficial reconoce públicamente cómo participó en una de las más
sangrientas incursiones de los paramilitares. Su declaración, justo una
década después de sucedidos los hechos, involucra a altos comandantes de
la Fuerza Pública, algunos de ellos aún activos.
En
los próximos días el coronel (r) del Ejército Víctor Hugo Matamoros
será llamado a juicio, acusado de facilitarles a los paramilitares su
ingreso a la región del Catatumbo, en Norte de Santander, donde llegaron
en 1999 y cometieron varias de sus peores atrocidades. Sólo en el
primer año de incursión hubo 800 civiles asesinados, muchos de ellos en
masacres; un número incierto de desaparecidos, y al menos 20.000
desplazados.
El caso de este coronel se convertiría
en la primera de una serie de acciones de la justicia sobre los mismos
hechos, que podría involucrar al menos a cuatro generales y un coronel
del Ejército, y a un coronel y un capitán de la Policía. Algunos de
ellos aún son activos, o, pese a estar retirados, mantienen altos cargos
en sus instituciones.
El testigo clave de este proceso accedió
a hablar con SEMANA. Se trata de Mauricio Llorente Chávez, quien en
1999 era mayor del Ejército y comandante del Batallón Héroes de
Saraguro, en Tibú, la puerta de entrada al Catatumbo. Llorente lleva 10
años en la cárcel y fue absuelto en dos instancias por estas
acusaciones, pero la Corte Suprema, en casación, lo condenó a 40 años.
El mayor, que hasta hace poco negaba su participación en estos crímenes,
ahora se convirtió en el ventilador de un escándalo de impredecibles
consecuencias.
La Fiscalía considera confiable su
testimonio, entre otras cosas, porque coincide con versiones que han
dado paramilitares desmovilizados en otros expedientes. Aun así, y
aunque esta revista confirmó varios de los hechos narrados con otras
fuentes independientes, y a que habló con la mayoría de los mencionados
por Llorente, en esta publicación se omiten los nombres de los oficiales
que aún la justicia no vincula en procesos relacionados con los seis
años de presencia paramilitar en esa región.
La declaración de Llorente coincide con
el anuncio del jefe paramilitar extraditado Salvatore Mancuso de que las
revelaciones de la relación de su grupo con la Fuerza Pública sería un
"capítulo doloroso" para el país, y un episodio de mayor calado de lo
que ha significado la para-política.
Varios camiones
Una de las primeras cosas que confirma
el relato de Llorente es la forma como llegaron los paramilitares al
Catatumbo. En una operación sin precedentes, varios camiones llevaron
desde Córdoba a unos 200 paramilitares fuertemente armados y, sin mayor
obstáculo, cruzaron cinco departamentos: tenían la misión de llegar
hasta La Gabarra, en el Catatumbo, el 29 de mayo de 1999. De acuerdo con
versiones de desmovilizados, en la reunión de planeación participaron
dos generales quienes, con Mancuso y Carlos Castaño, diseñaron la
estrategia. Llorente menciona a otro general que habría solicitado
información de cartografía al ahora investigado coronel Víctor Hugo
Matamoros, en esa época comandante del Grupo Mecanizado Maza, batallón
acantonado en Cúcuta.
Según varios testimonios, el único retén
que encontró esta caravana de la muerte fue en Sardinata, en el desvío
hacia Tibú. "Fueron seis camiones 'carevaca' diesel, 12 varillas los que
salieron de Montería. Adelante iba una camioneta azul, y era la que
abría el paso. Sólo cuando llegamos a Sardinata (Norte de Santander) un
'suiche' (subteniente del Ejército) nos detuvo. Llamó y le dieron la
orden de que siguiéramos, que ya estaba todo cuadrado".
La toma del Catatumbo estuvo marcada por varias masacres. Tres de ellas son las que se consideran decisivas del ingreso para.
La primera fue ese mismo 29 de mayo. Al
paso de la flotilla de camiones, los paramilitares asesinaron al menos
cinco personas y las dejaron tiradas en el camino con el fin de sembrar
terror. Al cruzar Tibú, pasaron por un retén de la Policía a cargo del
capitán Luis Alexánder Gutiérrez Castro, según el proceso que se le
sigue por estos hechos. Allí se dice que mientras los paramilitares
pasaban, la Policía requisaba los vehículos particulares, y que
Gutiérrez en eso recibió una llamada para alertarlo sobre la caravana, y
dijo: "Ya todo está coordinado por arriba, estábamos esperándolos desde
hacía 20 días". La misión de llegar a La Gabarra se truncó en el sitio
Socuavo, donde la guerrilla les cerró el paso a los camiones, y hubo
combates.
La segunda masacre fue el 17 de julio.
Para ese momento el mayor Llorente dice que se había reunido con los
paras porque decían ir referidos por el coronel Matamoros, y asegura que
presenció llamadas que le hacían a éste y al coronel de la Policía a
cargo del departamento. En su defensa, Matamoros expone que la zona de
las masacres no era su jurisdicción, y que pese a ser de un rango
superior, Llorente no estaba en su línea de mando. Esto es parte de lo
que quiere que valore un juez, por lo que su defensa pidió que el caso
sea llevado a juicio. Según Llorente, las cosas se facilitaron pues
recibió órdenes del general a cargo de la división de enviar de gran
parte de sus tropas, con lo que, sin mayor justificación, dejó su
batallón debilitado.
Dice Llorente en su testimonio: "Yo
planeo la incursión con David (alias del sobrino de Mancuso y quien
estuvo al tanto de todas las acciones). Le dije que lo único que
necesitaba era realizar un simulacro de un hostigamiento al batallón,
para justificar que no podía salir a atender otras situaciones. Coordiné
todo con el capitán que estaba de segundo al mando de mi batallón, que
hoy es un coronel activo y que ya venía trabajando con las autodefensas.
Nos reunimos con él y me dijo que lo importante era disminuir aun más
el personal, por eso montamos una operación al lado opuesto del lugar de
retirada de las autodefensas. Esto lo hicimos para que cuando
comenzaran a investigarnos, tuviéramos cómo decir que no teníamos
personal para apoyar. Nos reunimos con el capitán y 15 soldados de los
más antiguos para reforzar los puestos esa noche, porque si colocábamos
un soldado muy nuevo, de pronto respondía al escuchar los disparos de
las autodefensas y ahí se podía formar un problema. Les pregunté a los
soldados si estaban de acuerdo en que las autodefensas entraran al casco
urbano, y me dijeron: 'Mi mayor, estamos con ustedes'. Ellos se
quedaron en las garitas y dejarían quietos los fusiles cuando escucharan
los disparos, y uno que otro haría un tiro como si estuviéramos
respondiendo. Las autodefensas dispararon a un sector donde queda la
pista de gimnasia, para que no le hiciera daño a nada, y el acuerdo es
que mientras ellos hacían esto, las otras autodefensas harían su
incursión a Tibú"
En el pueblo, los paramilitares fueron
en tres camiones. Unos 65 hombres. Llegaron a la plaza principal de
Tibú, sacaron a las personas de los establecimientos, y una informante
que llevaban encapuchada señalaba quiénes iban a morir. Esto sucedió a
una cuadra de la estación de Policía.
Pusieron a las mujeres en la primera
fila y a los señalados los tiraron al suelo y les dispararon con fusil a
la cabeza. "Salía sangre para todos lados", cuenta un testigo. Nueve
personas murieron allí. Luego los paramilitares robaron el dinero de los
negocios y se llevaron a cuatro más en uno de los vehículos. Fueron
dejando sus cuerpos a su retirada, milagrosamente uno de ellos, a pesar
de la gravedad de las heridas, sobrevivió y hoy desde el exilio es otro
de los testigos clave.
"Hubo una tormenta impresionante -dice
Llorente- y se empezaron a escuchar disparos. Se fue la luz. Todo eso
ayudó para lo que iba a pasar esa noche. Inmediatamente ocurre todo,
recibo una llamada de un señor de una de la alcabalas, le digo que qué
pasó, me dice: 'Mayor, por acá pasaron unas personas, entre ellas una
mujer'. Y le pregunte quiénes eran y me dijo que creía que eran
paramilitares, pero yo le dije que las autodefensas no tenían mujeres en
sus filas. Le dije que ya le iba a enviar refuerzos. Nunca los envié
porque no los tenía, y fuera de eso no tenía la intención porque yo ya
sabía qué estaba pasando. Le pregunté: ¿Ya pasaron por ahí, me dijo:
'Sí'. Entonces yo me dije: 'Ya pasó todo'".
La tercera masacre fue un mes después,
el 21 de agosto. Sin resistencia alguna, los paramilitares finalmente
lograron llegar al municipio de La Gabarra y asesinaron a 35 personas.
El entonces capitán del Ejército Luis Fernando Campuzano, quien estaba
al frente de la guarnición y debía proteger al pueblo, ya fue condenado
por estos hechos. La Corte Suprema de Justicia revocó dos disposiciones
previas, pues encontró que Campuzano retiró el retén que estaba en la
entrada del pueblo, lo que facilitó el ingreso de los paras, no atendió
los llamados de auxilio ni fue diligente en la persecución.
Mayor dolor
A partir de este momento, vinieron los
cinco años de mayor dolor para los habitantes de la región del
Catatumbo. "Luego de todo esto, las autodefensas empiezan a patrullar
conjuntamente con el Batallón. Ya empiezan a causarle bajas a la
guerrilla, a ocasionar combates, pero juntos", dice Llorente. Esta
incursión paramilitar fue presentada como una estrategia militar
contrainsurgente, pero en la práctica estaba más orientada a ejercer
control sobre el negocio del narcotráfico, al sacar a la guerrilla de
los cultivos y del control de las rutas hacia Venezuela. En 2002 Carlos
Castaño confesó en una entrevista con SEMANA cómo el 70 por ciento de
sus ingresos provenía del Catatumbo.
En 2005, esta revista reveló documentos
secretos del gobierno de Estados Unidos que fueron desclasificados. En
ellos el embajador de Estados Unidos de ese momento, Curtis Kamman,
muestra su preocupación sobre Santander: "Argumentando tener pocos
recursos y demasiadas misiones, la unidad del Ejército local se negó a
combatir a los paramilitares en esa área". Sobre las primeras acciones
de la incursión paramilitar de La Gabarra dice: "La oficina del
Vicepresidente reportó privadamente que soldados del Ejército se
pusieron brazaletes de las AUC y participaron activamente en las mismas
masacres... ¿Cómo pueden ocurrir siete masacres bajo las narices de
varios cientos de miembros de las fuerzas de seguridad?".
Justo por esta época se cumple una
década de la incursión paramilitar al Catatumbo. Una dosis de verdad
parece asomar su rostro con el testimonio de Llorente, pero faltan
muchas más, y en más regiones. Mucha agua ha corrido desde ese momento
y, por fortuna, es muy distinta la situación que hoy vive la Fuerza
Pública. Algunos piensan que este tipo de revelaciones desestabilizan,
pero la acción de la justicia y el conocimiento de la verdad por
dolorosa que sea, le permite a la democracia salir más robustecida de lo
que en su momento la dejaron las miopes acciones de los violentos.
Publicar un comentario