Por: Alfredo Molano Bravo
A MEDIADOS DEL AÑO 1984, CON JULIO Carrizosa y Darío Fajardo
recorrí la Serranía de la Macarena para escribir un informe para el
Fondo para la Protección del Medio Ambiente (FEN).
Cansados llegamos a
Vistahermosa después de haber caminado el día entero desde una vereda
llamada Maracaibo, donde habíamos conversado con una punta de guerrilla.
Los Acuerdos de la Uribe estaban en plena vigencia. Se vivía un gran
entusiasmo en la región. Había reuniones, se organizaban juntas, se
hacían fiestas, circulaban volantes, manifiestos. La UP avanzaba en Meta
mientras liberales y conservadores mermaban su fuerza. El comandante
del frente quería presentar su candidatura al Concejo municipal y muchos
guerrilleros y milicianos tenían idéntica intención. La gente tenía la
esperanza de que la guerra terminara y se preparaba para ese final
haciendo proyectos de acuerdos municipales: una carretera, un plan de
cacao, otro de frutos amazónicos, un gallinero comunal. Los colonos
querían volver a la economía legal y la guerrilla, a la plaza pública.
Los que no querían que eso sucediera eran los gamonales liberales y
conservadores y los secuaces de Rodríguez Gacha que manejaban la compra
de base de coca y la venta de insumos para producirla. Aquella noche
dormimos en paz. Pero nos levantamos en guerra. A las 2 de la mañana
pasaron hacia Piñalito, un puerto sobre el río Güejar, tres camiones
civiles con soldados, y regresaron a las 8. En la gallera del pueblo
había tres muertos. A partir de ese día, las fuerzas oscuras se dieron a
la tarea de asesinar a más de 300 militantes de la UP en la región. Con
todo, el nuevo partido logró elegir cuatro alcaldes y 47 concejales en
Meta. En todo el país, el avance electoral del nuevo movimiento
amenazaba el monopolio bipartidista: 24 diputados departamentales, 275
concejales, cuatro representantes a la Cámara y tres senadores; dos de
ellos, Iván Márquez y Braulio Herrera, habían sido guerrilleros. Uno de
los puntos de los Acuerdos de la Uribe permitía a los guerrilleros
acceder a la plaza pública, sin armas y sin uniformes. Virgilio Barco
había sido elegido con cuatro millones de votos y Jaime Pardo Leal había
sacado 350.000 votos. El presidente sacó al conservatismo de los
puestos públicos, pero lo rodeó de garantías para ser oposición. Lo que
nunca dijo fue que por oposición se debía entender exclusivamente la que
ejercían los godos: durante su mandato fueron asesinados la mayoría de
los 4.000 o 5.000 asesinados de la UP. A medida que los votos de la UP
aumentaban, crecían operativos paramilitares, ejecutados por el MAS, el
MRN, la Triple A, coordinados por los departamentos de inteligencia
militares (D-2) y (E-2) y por la XX Brigada, según denunció en su
momento el teniente coronel Luis Arcenio Bohórquez. Después entrarían en
acción las fuerzas preparadas por Klein y secuaces en Puerto Boyacá.
¿Qué pudo haber detrás de esa tenebrosa alianza? Sólo cabe una
respuesta: el acuerdo de acabar con los enemigos del sistema a cambio de
una descarada impunidad al narcotráfico. La evidencia es el crimen de
Pardo Leal, ejecutado por Rodríguez Gacha. Una historia conocida.
La
que está por conocerse es la que viene. Hoy, al devolverle a la UP la
personería jurídica, el Consejo de Estado reconoce que fue “exterminada”
por fuerzas oscuras. El fallo les facilitaría a las Farc su aterrizaje
electoral si logran ponerse de acuerdo con el Gobierno. La perspectiva
de que las guerrillas transformen en votos la influencia que el Gobierno
dice que tienen en cuanta protesta social hay —y se viene un tsunami—,
terminará por amenazar de nuevo el monopolio de los partidos, que en el
fondo siguen siendo los mismos. El uribismo siente pasos de animal
grande porque tendrá que compartir el campo de la oposición con la UP,
razón por la cual enfilará todas sus baterías contra ese partido
político. Pachito ya salió a decir que miembros de la UP habían
participado en masacres; la bandera electoral del uribismo será, sin
duda, el desconocimiento de la legitimidad que los exguerrilleros tengan
para presentarse a elecciones. Hace pocos días entrevisté a un mando
paramilitar del Bloque Cacique Nutibara. Le pregunté cómo veía la
posibilidad de un arreglo con la guerrilla en La Habana. Me respondió
cortante: “Grave, nosotros, a quienes no nos permitieron participar en
elecciones, no vamos a dejar que las guerrillas lo hagan; no
permitiremos la impunidad”.
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Alfredo Molano Bravo | Elespectador.com
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