Por José Manuel Acevedo M., Revista Semana.
El polémico nuevo magistrado hace parte de una lista de altos togados sobre quienes pesan cuestionamientos.
Lo
de Alberto Rojas ni es un episodio aislado ni debería sorprendernos. El
mal momento de la justicia lleva meses profundizándose y la
putrefacción, de la que habla Cecilia Orozco en su última columna en El
Espectador, no se tomó de golpe la rama judicial.
El polémic
o nuevo magistrado hace parte de una lista de altos
togados sobre quienes pesan cuestionamientos que en este país se hacen
un día y se olvidan al siguiente.
Hagamos
memoria: ¿Se acuerdan, por ejemplo, de los botines que el mafioso
italiano Giorgio Sale le regaló al magistrado del Consejo Superior de la
Judicatura José Alfredo Escobar? ¿Se acuerdan de aquellas
conversaciones entre estos dos personajes hablando como compadrotes?
¿Recuerdan ustedes, apreciados lectores, que el mismo mafioso también
tenía estrechísimas relaciones con otros magistrados como Carlos Isaac
Náder y Yesid Ramírez, a quienes engalanó con regalos? ¿Se nos olvida
que un extraño personaje llamado Asencio Reyes se convirtió en el
mecenas de nuestra justicia, organizando homenajes y viajes en honor de
algunos magistrados que hoy posan como adalides de la moral? ¿O ya no
nos acordamos que un magistrado de la sala penal de la Corte fue un bien
pagado abogado de Víctor Carranza, el cuestionado esmeraldero?
Lo
de Rojas es apenas el resultado de la mala memoria del pueblo
colombiano, que relajó sus estándares morales frente a los altos
magistrados de la Nación.
Creemos haber tocado
fondo, pero la verdad es que nuestra justicia está descompuesta desde
hace rato y tristemente parece que así se va a quedar.
No
es una casualidad que la confianza de la rama judicial esté por el
piso. De acuerdo con la última entrega de la encuesta Colombia Opina, la
justicia colombiana, en general, es la segunda institución peor
calificada, después del Congreso de la República, con una
desfavorabilidad del 71 por ciento. En particular, la desconfianza de
los encuestados en las altas cortes alcanza el 65 por ciento.
Y como no quiero generalizar, simplemente me pregunto: ¿Qué se hicieron los jueces decentes? ¿Por qué sus voces no se oyen?
No
sólo se necesitan unos cuantos magistrados probos que hagan bien su
tarea. Además de honestidad, los buenos que aún quedan en las altas
cortes deberían tener pantalones para no aceptar que en la oficina de al
lado les impongan personajes que no tienen hoja de vida sino
prontuario.
Pero Alberto Rojas no está solo.
Será por eso que el Consejo de Estado lo ternó. Será por eso que el
Congreso lo eligió. Será por eso que sus futuros compañeros de Corte
guardan silencio ante su inminente posesión, y será por todo eso que nos
veremos para lamentarnos, una vez más, en una próxima elección. Todo
pasa y todo queda.
Twitter: @JoseMAcevedo
Publicar un comentario