Estación central de Duisburg, a cuatro horas de tren de Berlín. Si no fuera porque su realidad supera toda ficción, Andreas Kramer podría ser un personaje de John le Carré. Este hombre de 48 años, sensible, historiador interesado en Bizancio y de hablar un tanto atropellado, ha jurado este mes ante un tribunal de Luxemburgo que su padre, Johannes Kramer, un oficial de los servicios secretos alemanes (BND) que trabajaba para los grupos terroristas de la OTAN (Gladio-stay Behind), fue el autor no solo de la mayoría de los 24 atentados con bomba registrados en el Gran Ducado entre 1984 y 1985, sino también del más mortífero atentado terrorista de la Alemania de posguerra: el de la Oktoberfest de Munich, el 26 de septiembre de 1980, con 13 muertos y 213 heridos, una carnicería nunca aclarada con niños entre las víctimas y muchos miembros amputados.
Esta información ha causado revuelo en Luxemburgo, en lo que se conoce como el “juicio del siglo”, pero no en Alemania. Ningún juez alemán se ha interesado por el asunto, ni ha llamado a declarar a Kramer. Nadie le ha acusado de mentir, ni de ser un charlatán. Ningún medio de comunicación importante se ha hecho eco. Silencio. Ese silencio es lo que me lleva a Duisburg. Kramer me recibe en la estación de esa ciudad del Ruhr y me conduce a una cafetería, donde espera Giselle, su compañera, postrada en una silla de ruedas. Ambos son seres frágiles, pero determinados. Dos individuos se sientan en la mesa de al lado y nos cambiamos de sitio.
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Esta información ha causado revuelo en Luxemburgo, en lo que se conoce como el “juicio del siglo”, pero no en Alemania. Ningún juez alemán se ha interesado por el asunto, ni ha llamado a declarar a Kramer. Nadie le ha acusado de mentir, ni de ser un charlatán. Ningún medio de comunicación importante se ha hecho eco. Silencio. Ese silencio es lo que me lleva a Duisburg. Kramer me recibe en la estación de esa ciudad del Ruhr y me conduce a una cafetería, donde espera Giselle, su compañera, postrada en una silla de ruedas. Ambos son seres frágiles, pero determinados. Dos individuos se sientan en la mesa de al lado y nos cambiamos de sitio.
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