La prolífica autora alemana que no quería que la vieran como una filósofo, planteó una tesis tan llamativa en su tiempo que aún, pareciera no haber sido investigada a fondo y que ella llamó, la banalidad del mal. Uno de los elementos más perversos de esta realidad está, sin duda alguna, hacer que el mal, terrible, cruel e inhumano, se banalice a través de exponerlo con algunas variables como el humor, el desprecio, la repetición constante y, sobre todo, hacer ver que sus víctimas se merecen todo esto.
Cuando el mal se banaliza, también se democratiza.
Esta mujer que nació hace 103 años en Hanover (Alemania) es, sin duda alguna, una referencia obligatoria para todos los que quieren entender y comprender los procesos del poder desde el punto de vista político. Fue una mujer que pensó, reflexionó (volvió a pensar) y escribió sobre muchos aspectos básicos de este mundo contemporáneo, en especial, de los totalitarismos y que la ha hecho famosa en todas las academias universitarias y que toma más profundidad cuando habla de la banalidad del mal en los escritos que hace al ser la periodista que sigue el juicio en Jerusalén del Adolf Eichmann y que, nosotros asumimos como una dura pero necesaria lección de poder, al menos, en una reflexión sobre cómo en determinadas circunstancias se banaliza el mal, encontrándonos –por ejemplo-, que quienes son capaces de cometer las más grandes atrocidades como parte de su trabajo cotidiano, tienen y expresan una vida completamente diferente cuando se relacionan con los suyos y que grafica con funcionarios que en la Alemania nazi, mandaban a la muerte a decenas de niños y, luego, a las pocas horas, estar amando a sus pequeños hijos.
Esta realidad que se repite cotidianamente en todo el mundo y, probablemente, en todas las culturas, nos da una terrible lección sobre lo que podemos ser los seres humanos que, por diferentes motivos como miedo o acostumbramiento progresivo, nos vamos acostumbrando a la presencia del mal en nuestras vidas, tomando una actitud pasiva e, incluso, condescendiente frente a su presencia o, en algunos casos, a realizar actividades francamente malvadas y crueles. Cuando por esta banalización del mal, lo terminamos por aceptar y por realizar, estamos frente al peligro más grande de lo que significa este tipo de mal que se corresponde al que se hace por indiferencia y pasividad o por, colaboración directa con el mal. Hannah Arendt nos recuerda como, en algunos casos, los mismos judíos eran quienes llevaban a los otros al sacrificio.
La politólogo que escribió sobre una gran cantidad de temas fundamentales, al describir y causar una gran polémica al evaluar este tipo de maldad, está diciéndonos como la gente y los grupos que son normales y corrientes, pueden desarrollar, en determinadas condiciones, un nivel de maldad para salvarse o para sentirse poderoso al formar parte del poder.
Este es una lección de poder que nos duele, o nos debe doler, como seres humanos y, de esta manera, evitar banalizar el mal por la forma cómo lo enfrentamos y lo comunicamos, como lo sentimos y como lo manejamos y estar pendientes de todos los mecanismos que usan muchos poderes para anestesiarnos (desensibilizarnos) frente a los actos de maldad y crueldad.
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