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Las
municiones de racimo han matado y herido a decenas de miles
de civiles inocentes desde que fueron utilizadas por primera
vez durante la Segunda Guerra Mundial. Ahmed, de 12 años,
es una de las últimas víctimas. Vive en Líbano,
donde el verano pasado la guerra mostró el devastador
efecto de estas armas cuando se utilizan en gran escala. “Estaba
jugando al fútbol cerca de mi casa cuando la pelota
tocó algo y explotó”, relata Ahmed, que
resultó gravemente herido. Las Naciones Unidas estiman
que se lanzaron 4 millones de submuniciones en Líbano,
y un millón de ellas no estallaron. “Para muchas fuerzas armadas, las municiones de racimo son rentables. Pueden producirse en gran cantidad y permiten de manera bastante fácil plagar una zona determinada con artefactos explosivos”, explica Ben Lark, coordinador de actividades relativas a las minas para el CICR. Estas armas letales son relativamente sencillas. Se trata de unos artefactos con aspecto similar al de una lata de bebida, que pueden arrojarse desde un avión o lanzarse desde tierra mediante misiles u obuses. Estos artefactos están diseñados para abrirse a cierta altura liberando hasta 650 submuniciones provistas de explosivos que detonan al hacer impacto. A menudo estas bombetas no estallan como es previsto y además son sumamente imprecisas y poco fiables. ¿Quiénes son las víctimas? “Las submuniciones sin estallar tienen aspecto inofensivo. Quedan diseminadas en el suelo, son pequeñas y a veces tienen colores llamativos “ explica Lark. “Por eso cuando la gente, sobre todo los niños, las encuentran en huertas o patios, pueden recogerlas”. Durante el conflicto de Kosovo en 2000, el CICR recabó datos que mostraban que las municiones de racimo causaron más de un tercio de casi 500 víctimas civiles –un número similar al registrado en total por las minas terrestres y otros tipos de municiones. Los niños menores de 14 años tenían cinco veces más probabilidades de resultar muertos o heridos por las municiones de racimo que por las minas antipersonal. Medidas para limitar su Empleo Tras el éxito de la campaña destinada a prohibir las minas antipersonal, el empleo de las municiones de racimo suscita una indignación internacional cada vez mayor. La mayoría de estas armas fue diseñada, producida y comprada durante la guerra fría pero hoy en día se utilizan en situaciones y contextos completamente distintos –a menudo en zonas pobladas, y en los países en desarrollo. Paradójicamente, también las utilizan las fuerzas internacionales que intervienen en nombre de causas humanitarias y de protección de la población”, explica Peter Herby, jefe de la Unidad Armas del CICR. Es sorprendente que ningún tratado rija específicamente el empleo de las municiones de racimo, que están clasificadas como armas convencionales y cuya utilización incumbe a las normas del derecho internacional humanitario (DIH). De conformidad con este derecho, esas armas no deben causar daños a los civiles que sean desproporcionados con respecto a la ventaja militar obtenida por su utilización. Tampoco deben utilizarse para alcanzar objetivos militares y civiles indiscriminadamente. Por último, se deben tomar todas las precauciones oportunas para evitar que las personas civiles sean muertas o heridas como resultado de su empleo. “Es difícil esperar que los Estados apliquen escrupulosamente las normas”, asegura Herby, “habida cuenta de la poca fiabilidad y de la imprecisión de estos artefactos, el uso discriminado y proporcional es prácticamente imposible. Por consiguiente, es imprescindible contar con normas específicas por las que se rija su empleo”. Los conflictos de Kosovo y Líbano mostraron una vez más que las municiones de racimo se emplearon de manera inapropiada, ello obligó al CICR a instar a los Estados a que cesen inmediatamente el uso de municiones de racimo que no son precisas ni fiables, a que prohíban el uso de las municiones de racimo contra cualquier objetivo militar situado en una zona poblada, a que eliminen las reservas de municiones racimos imprecisas y poco fiables y, en espera de su destrucción, a que no transfieran tales armas a otros países. En agosto de 2007, sobre la base de estas disposiciones, el CICR pidió que se elaborara un nuevo tratado de DIH que abarcara “la asistencia a las víctimas, la remoción de las municiones de racimo y actividades para reducir al mínimo los efectos de estas armas en la población civil”. Una iniciativa del CICR realizada en 2000 tras el conflicto de Kosovo consiguió un éxito limitado culminando con la elaboración de un Protocolo de la Convención sobre Ciertas Armas Convencionales (CCAC). Según este Protocolo, todas las partes en un conflicto armado tienen la responsabilidad de proceder a la remoción de las municiones sin explotar o prestar asistencia para hacerlo. Asimismo deben suministrar información rápidamente sobre los tipos y la ubicación de las municiones. El Protocolo no contiene restricciones sobre el empleo de las municiones de racimo ni obligaciones para reducir su elevado índice de fallos. Tampoco aborda el elevado riesgo y los efectos indiscriminados que suponen los ataques con municiones de racimo cuando las submuniciones no explotan, particularmente si el ataque se perpetra en una zona poblada. El Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna se ha unido al esfuerzo de subsanar estas deficiencias jurídicas. Los esfuerzos de la Cruz Roja Noruega contribuyeron a convencer a su gobierno para que establezca una moratoria respecto del empleo de las municiones de racimo, en espera de una prohibición internacional. Una prohibición categórica “El conflicto de 2006 en Líbano provocó una contaminación de municiones de racimo sin precedentes. La mayoría de estas armas se diseminaron en lo que creímos que eran las últimas setenta y dos horas de la guerra”, explica Chris Clarke, jefe del Centro de las Naciones Unidas para la Coordinación de Actividades Relativas a las Minas en Líbano. La situación en Líbano, junto con la creciente frustración ante la falta de progresos en el marco de la CCAC, en el que se requiere el acuerdo unánime de todos los Estados participantes, llevaron a algunas naciones a poner en marcha una iniciativa fuera de la CCAC dirigida por Noruega, cuya finalidad es negociar y aprobar un tratado de gran nivel de exigencia. En febrero de 2007, los representantes de 46 países suscribieron la “Declaración de Oslo”, en la que se insta a elaborar un tratado internacional para 2008 que prohíba el empleo, la producción, la transferencia y el almacenamiento de las municiones de racimo que causan daños inaceptables a los civiles. Actualmente, los Estados debaten la cuestión de las municiones de racimo tanto en el marco de la CCAC como de la iniciativa de Noruega. El hecho de que se esté negociando al mismo tiempo dos conjuntos de normas sobre las municiones de racimo plantea problemas potenciales ya que ninguno de los dos cuerpos normativos podrá obtener el reconocimiento universal, o peor aún, los Estados adoptarán un enfoque del derecho “a la carta”. Aunque es difícil prever cómo se resolverá este asunto, detrás de la iniciativa de Noruega muchos Estados siguen determinados a negociar este año un tratado regulador sobre las municiones de racimo, lo que permitirá eliminar una amenaza grave para personas inocentes que en el futuro se encuentren atrapadas en medio de un conflicto.
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©USAF / AFP PHOTO Ahmed, de 12 años, fue herido por una munición de racimo mientras jugaba al fútbol en Líbano. ©MARKO KOKIC / CICR
Hasta el 30% de estas minúsculas y aparentemente inocuas armas quedan sin estallar. ©MARKO KOKIC / CICR
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Poner fin a las municiones de racimo
Written By Unknown on jueves, marzo 21, 2013 | jueves, marzo 21, 2013
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