La importancia global de una isla con apenas diez millones de habitantes en un mundo en el que viven alrededor de 7.000 millones de personas es, por definición, muy relativa. En un mundo donde la riqueza -reducida a moneda o mineral preciado-, es el valor estándar de las cosas, la relevancia de un país cuya mayor riqueza son, precisamente, esos diez millones de personas, debería ser también relativa. En principio, esa isla no debería ser portada de periódicos muy a menudo, objeto de análisis de expertos y cátedras, anhelo de millones de ciudadanos de otros países, objetivo militar y político de las grandes potencias. Pero Cuba es especial. Y no solo por ser el «último reducto» del socialismo del siglo XX. En su capital, La Habana, se entrecruzan en este momento diferentes historias que explican la importancia mundial de ese pequeño e irredento pueblo.
Paradójicamente, para ello los opositores reivindican ahora la Constitución, la misma que contiene una agenda para la igualdad y la justicia que ellos rechazan y que fue aprobada en referéndum; aquella que los opositores han combatido incluso con las armas.
Por otro lado, Cuba está siendo escenario de las conversaciones entre las delegaciones de las FARC-EP y el Gobierno colombiano. El último conflicto armado en la región y en un país con una importancia geopolítica crucial. Hoy GARA publica una entrevista con Alexandra Nariño, guerrillera de origen holandés -su verdadero nombre es Tanja Nijmeijer-, que forma parte de la delegación de las FARC en la isla.
Lecciones del socialismo del siglo XX
«Todos los pueblos del mundo buscan sus propias formas de ejercer la democracia y la soberanía», afirma Alexandra. Y, sin ir más lejos, los casos cubano, venezolano y colombiano son un claro ejemplo de esa pluralidad. Pese a compartir, entre otras muchas cosas, contexto geopolítico, referencias y adversarios, esos experimentos revolucionarios ofrecen lecturas y lecciones diferentes pero enriquecedoras entre sí. «El hombre nuevo» del que hablaba el Che Guevara sigue siendo la excepción a la regla y las clases sociales perviven, es más, la brecha entre unos y otros se agranda. Pero la lucha por la justicia y la libertad no cesa y encuentra nuevos caminos, adaptados al momento y, sobre todo, a los pueblos en los que debe lograr el apoyo popular necesario.
Porque las revoluciones no son la adaptación a la vida de teorías perfectas, el recitar de un guión escrito por una u otra persona a la que haya que rendir cuentas. Menos aún a quienes reclaman su herencia como si de una propiedad se tratase -extraños comunistas esos que privatizan ideas; curiosos ateos quienes convierten en credo el pensamiento político-. Las revoluciones dependen de las condiciones objetivas y subjetivas que se dan en un momento histórico concreto. Son, por decirlo de alguna manera, hijas de su tiempo. Y contraponerlas en términos absolutos y ahistóricos, como si de un concurso se tratara, no aporta apenas nada, ni a esas revoluciones ni a otros muchos procesos políticos. No hay otro modo de entender, por ejemplo, el impulso dado por las autoridades cubanas a la transición de la insurgencia a la democracia en Colombia.
Asimismo, en un momento en el que en Occidente los gobiernos se ven obligados a afirmar que no recortarán en gastos sociales, educación y sanidad, conviene mirar a la historia reciente de Cuba. Resulta difícil imaginar una crisis más feroz que la vivida por Cuba tras la caída del bloque soviético. Sin embargo, un análisis de los sucesivos planes de Cuba en estas dos décadas evidencian que, realmente, allí sí se ha invertido la mayor parte del dinero en estas cuestiones capitales. Con grandes sacrificios y un coste político y social difícil de gestionar, sin duda. Con aciertos y con errores, como no podía ser de otra manera. Pero los indicadores de salud y educación son objetivos, no están sujetos a debate.
De igual modo, Chávez es tan solo el catalizador de un proceso más profundo. El motor del cambio han sido su movimiento político y sus gobiernos, no una única persona, por carismática y popular que sea. Y la condición para su desarrollo, con o sin Chávez, es el apoyo social.
La grandeza de lo pequeño
En ese mundo de 7.000 millones de personas, en el que un porcentaje brutal de ellas viven en condiciones inhumanas y en conflicto, los mayores aliados de la paz resultan ser la mencionada isla y un pequeño país europeo, Noruega -tiene la mitad de población que Cuba y, eso sí, uno de los más altos índices de riqueza, pero también de reparto de la misma-, lugar donde empezaron las conversaciones entre las FARC y el Gobierno de Juan Manuel Santos.
«Small is beautifull», recuerda Joxe Azurmendi en «Espainolak eta euskaldunak». No hace falta un imperio para hacer grandes cosas, lo que hace falta es libertad.
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