Por: Eduardo Sarmiento., El Espectador.
La teoría ya había fracasado. El experimento ocasionó el desplazamiento de la industria y la agricultura, y configuró un déficit creciente de la balanza de pagos que confluyeron en el colapso de 1999.
En la década que siguió a su adopción, la economía registró el peor desempeño del siglo; el crecimiento avanzó al ritmo más bajo, el empleo supero el 20% y la informalidad subió y se mantuvo en 65%.
Pero no se aprendió de la experiencia. Luego de una modesta y corta reactivación se volvió a las mismas. Se continuaron bajando los aranceles, se dieron ventajas a la inversión extranjera en minería y se consintió durante nueve años la mayor revaluación del planeta. Aún más dramático, la apertura se profundizó con el TLC, que resultó totalmente asimétrico, porque bajó más los aranceles de Colombia que los de Estados Unidos. Todos los estudios mostraban que el acuerdo inducía un aumento en las importaciones muy superiores al de las exportaciones que ampliaría el déficit en cuenta corriente ocasionando la contracción de demanda y producción.
Como se mostró en esta columna, a los pocos días de firmarse el acuerdo se verificaron las predicciones. Las importaciones de alimentos, confecciones, plásticos y autopartes se dispararon. La industria entró en un proceso creciente de resquebrajamiento que en la actualidad se manifiesta en caídas de la producción de 4%. En seis meses se perdieron 700 mil empleos. Ante la avalancha, en el desespero el Gobierno dictaminó un arancel de 10% y un impuesto de US$5 por kilo para las confecciones y el calzado provenientes de países sin acuerdo comercial.
El dispositivo, por ser abiertamente discriminatorio, sólo podrá aplicarse durante un año. En este período el Gobierno tendrá que acudir a otros procedimientos más estructurales y permanentes, y, seguramente, los extenderá a otros sectores en condiciones similares.
La medida se ha presentado como una forma de detener el comercio ilegal. Como de costumbre los fracasos se ocultan culpando a los demás. La verdad es que el Gobierno a regañadientes está dando un paso atrás en la doctrina de mercado. Lo que se gana con la adquisición de los productos a menores precios se pierde con creces por la destrucción de la industria, la agricultura y el empleo.
El país ha quedado en la encrucijada en que por un lado firma TLC y anuncia otros nuevos, y, por otro lado, adopta medidas discriminatorias en contra del comercio, en particular, de América Latina. Y no se advierte una actitud franca de los funcionarios para resolver el conflicto. Ojalá no se repita la experiencia de la zona euro, donde los gestores y defensores de la moneda única persistieron en la mala idea y dejaron que se llevara por delante a los países periféricos.
Lo cierto es que el Gobierno se equivocó en la baja de aranceles, la revaluación y los TLC. En lugar de partir de esta realidad y adoptar una estrategia de conjunto para enfrentar el desbalance externo, acude a acciones puntuales e indefinidas, que postergan la dolencia y no la curan.
HACE 21 AÑOS EL GOBIERNO DE CÉSAR Gaviria adoptó con bombos y platillos la reducción de los aranceles de 45 a 13% y la eliminación de las restricciones a las importaciones para propiciar el comercio internacional, el crecimiento y el empleo. Así, se honraba el dogma de libre mercado de que los bienes deben producirse en el lugar que se elaboran a menor precio. Al final de la semana el presidente Santos comenzó el desmonte del modelo al establecer un arancel y un impuesto a las confecciones y el calzado.
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