2012 pasará a la historia como el año en que se logró la aprobación
de los TLCs con los Estados Unidos y Europa, en el peor momento que se
podía esperar.
Desde cuando en tiempos del Caguán se conoció que el gobierno de
Colombia, en alianza con los Estados Unidos, tenía preparada una
estrategia antidrogas de índole militar llamada Plan Colombia, las
FARC-EP y la inmensa mayoría de las organizaciones sociales y políticas
que se oponían a ese proyecto imperialista, señalaron que lo del combate
a las drogas no era más que un pretexto, porque el famoso plan era en
realidad un ambicioso proyecto de dominación económica, política y
militar.
Una docena de años después, los hechos demuestran la validez de tales apreciaciones. La aprobación por el Parlamento Europeo del Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y Colombia, constituye la prueba más reciente de ello. Unos meses atrás oímos calificar como el más importante logro de la Cumbre de las Américas realizada en Cartagena,la entrada en vigor del TLC con los Estados Unidos. Doce años continuos de sangre y terror tenían que servir para algo más que extraditar capos.
Las medidas de ajuste económico dictadas por las entidades multilaterales de crédito se han aplicado de manera cumplida y sumisa. La inversión extranjera directa creció en proporciones asombrosas desde la implementación del Plan. Las exportaciones colombianas se multiplicaron por diez. El crédito externo fluyó con excesiva generosidad al país. Se ha combatido el déficit fiscal. El territorio nacional terminó dividido en enormes lotes para ser adjudicado a multinacionales mineras.
La economía nacional creció y es puesta como ejemplo. Sólo se habla de incremento de las utilidades. En el sector financiero, en el campo turístico, en el de los agrocombustibles, en la agricultura para la exportación, en materia de hidrocarburos y extracción minera. Nada de esto hubiera sido posible sin el acompañamiento paralelo de la brutal campaña militar y paramilitar implementada en el país con el Plan Colombia, que apuntaba a crear las condiciones sociales favorables al proyecto económico.
Esas condiciones sociales favorables consistían en la represión absoluta de las diversas formas de resistencia al saqueo neoliberal. La reducción al mínimo del movimiento sindical, de tal modo que fuera posible profundizar la contra reforma laboral que asegurara la mano de obra barata para el capital inversionista. Asesinar, corromper, amenazar, encarcelar o desaparecer a todos aquellos capaces de organizar la resistencia a las privatizaciones y al desmonte de las justas conquistas de los trabajadores.
A esa tarea de limpieza se añadía la de crear en los campos el ambiente apto para el ingreso de los inversionistas, lo cual se materializaba con la embestida militar y paramilitar que desposeía de la tierra a las comunidades indígenas y negras, a los centenares de miles de colonos, pequeños campesinos y mineros. En eso cumplían un estratégico papel las fumigaciones aéreas, fueran realizadas indistintamente con venenos, bombas o ráfagas. Tan estratégica tarea hacía obvia la necesidad de incrementar el pie de fuerza represivo y el armamento aéreo.
Que servían además para combatir a los movimientos guerrilleros. A las pesadas FARC que se habían crecido a extremos peligrosos, hasta el punto de convertirse en un obstáculo de consideración a los proyectos del gran capital transnacional en toda Suramérica. Eran un mal ejemplo, al que el gigantesco aparato de guerra lograría exterminar. Estaba claro que la dirección de las operaciones estaría en manos de los generales del Pentágono. Las fuerzas militares colombianas debían en adelante quedar completamente subordinadas a ellos. La Policía ya prácticamente les pertenecía.
Para que la intervención militar extranjera tuviera una presentación más amable, resultaba decisivo vincular a las FARC con el tráfico de narcóticos. Así nació el Plan Colombia, ligado íntimamente al Plan Nacional de Desarrollo de la Administración Pastrana, destinado a perdurar en los gobiernos subsiguientes. Se contemplaba que la ayuda financiera norteamericana se reduciría paulatinamente, hasta que Colombia, armada por completo, se encargara sola del asunto, cuando las FARC no existieran.
La estrategia neoliberal para Colombia se ha cumplido con la mayor precisión posible. Con los resultados mencionados, favorables desde el punto de vista de los inversionistas, pero críticos para quienes mordieron el anzuelo de la guerra contra las drogas. Se habrán capturado cabezas importantes del narcotráfico, decomisado cargamentos, acabado con enormes extensiones de cultivos lícitos y prohibidos, pero, el negocio con todas sus manifestaciones sigue vivo y pujante.
El Plan Colombia no es un fracaso en la medida en que el proyecto neoliberal de dominación económica ha sido implementado en términos más que satisfactorios para el gran capital. Pero al mismo tiempo sí lo es, porque su discurso de presentación siempre estuvo aderezado con la promesa de acompañar el crecimiento de la economía con la elevación del nivel de vida de la población menos favorecida y la solución a los problemas nacidos de la desigualdad y la injusticia.
En eso el Plan está rajado por completo. Después de Haití, Colombia es el país más desigual de continente. Además, el aniquilamiento de las FARC también quedó en veremos, mientras la guerra deja desastrosas secuelas. Santos, tan fiel vocero del gran capital como Uribe, ensaya recomponer esas realidades sin cambiar nada significativo en el proyecto. Si asumió el diálogo con las FARC pensando en un interlocutor desmoralizado y a punto de rendición, se equivocó por completo. La firmeza de la organización revolucionaria y la movilización popular por la paz se encargarán de probarlo.
De remate, 2012 pasará a la historia como el año de la aprobación de los TLCs con los Estados Unidos y Europa, en momentos en que la crisis económica los empuja al despeñadero, con serio riesgo de arrastrar la economía colombiana al abismo. Paralelamente, en algunos de los Estados de la Unión Americana se impuso mayoritariamente en las urnas la despenalización del consumo, volviendo a poner de presente que la guerra contra las drogas es una imposición de poderosos intereses. El reclamo de Santos a Obama por esos referendos, evidencia su hipocresía al hablar de legalización. La guerra contra las drogas es pilar del proyecto neoliberal. Toda América Latina puede atestiguarlo ahora.
Montañas de Colombia, 12 de diciembre de 2012.
Por Gabriel Ángel
Una docena de años después, los hechos demuestran la validez de tales apreciaciones. La aprobación por el Parlamento Europeo del Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y Colombia, constituye la prueba más reciente de ello. Unos meses atrás oímos calificar como el más importante logro de la Cumbre de las Américas realizada en Cartagena,la entrada en vigor del TLC con los Estados Unidos. Doce años continuos de sangre y terror tenían que servir para algo más que extraditar capos.
Las medidas de ajuste económico dictadas por las entidades multilaterales de crédito se han aplicado de manera cumplida y sumisa. La inversión extranjera directa creció en proporciones asombrosas desde la implementación del Plan. Las exportaciones colombianas se multiplicaron por diez. El crédito externo fluyó con excesiva generosidad al país. Se ha combatido el déficit fiscal. El territorio nacional terminó dividido en enormes lotes para ser adjudicado a multinacionales mineras.
La economía nacional creció y es puesta como ejemplo. Sólo se habla de incremento de las utilidades. En el sector financiero, en el campo turístico, en el de los agrocombustibles, en la agricultura para la exportación, en materia de hidrocarburos y extracción minera. Nada de esto hubiera sido posible sin el acompañamiento paralelo de la brutal campaña militar y paramilitar implementada en el país con el Plan Colombia, que apuntaba a crear las condiciones sociales favorables al proyecto económico.
Esas condiciones sociales favorables consistían en la represión absoluta de las diversas formas de resistencia al saqueo neoliberal. La reducción al mínimo del movimiento sindical, de tal modo que fuera posible profundizar la contra reforma laboral que asegurara la mano de obra barata para el capital inversionista. Asesinar, corromper, amenazar, encarcelar o desaparecer a todos aquellos capaces de organizar la resistencia a las privatizaciones y al desmonte de las justas conquistas de los trabajadores.
A esa tarea de limpieza se añadía la de crear en los campos el ambiente apto para el ingreso de los inversionistas, lo cual se materializaba con la embestida militar y paramilitar que desposeía de la tierra a las comunidades indígenas y negras, a los centenares de miles de colonos, pequeños campesinos y mineros. En eso cumplían un estratégico papel las fumigaciones aéreas, fueran realizadas indistintamente con venenos, bombas o ráfagas. Tan estratégica tarea hacía obvia la necesidad de incrementar el pie de fuerza represivo y el armamento aéreo.
Que servían además para combatir a los movimientos guerrilleros. A las pesadas FARC que se habían crecido a extremos peligrosos, hasta el punto de convertirse en un obstáculo de consideración a los proyectos del gran capital transnacional en toda Suramérica. Eran un mal ejemplo, al que el gigantesco aparato de guerra lograría exterminar. Estaba claro que la dirección de las operaciones estaría en manos de los generales del Pentágono. Las fuerzas militares colombianas debían en adelante quedar completamente subordinadas a ellos. La Policía ya prácticamente les pertenecía.
Para que la intervención militar extranjera tuviera una presentación más amable, resultaba decisivo vincular a las FARC con el tráfico de narcóticos. Así nació el Plan Colombia, ligado íntimamente al Plan Nacional de Desarrollo de la Administración Pastrana, destinado a perdurar en los gobiernos subsiguientes. Se contemplaba que la ayuda financiera norteamericana se reduciría paulatinamente, hasta que Colombia, armada por completo, se encargara sola del asunto, cuando las FARC no existieran.
La estrategia neoliberal para Colombia se ha cumplido con la mayor precisión posible. Con los resultados mencionados, favorables desde el punto de vista de los inversionistas, pero críticos para quienes mordieron el anzuelo de la guerra contra las drogas. Se habrán capturado cabezas importantes del narcotráfico, decomisado cargamentos, acabado con enormes extensiones de cultivos lícitos y prohibidos, pero, el negocio con todas sus manifestaciones sigue vivo y pujante.
El Plan Colombia no es un fracaso en la medida en que el proyecto neoliberal de dominación económica ha sido implementado en términos más que satisfactorios para el gran capital. Pero al mismo tiempo sí lo es, porque su discurso de presentación siempre estuvo aderezado con la promesa de acompañar el crecimiento de la economía con la elevación del nivel de vida de la población menos favorecida y la solución a los problemas nacidos de la desigualdad y la injusticia.
En eso el Plan está rajado por completo. Después de Haití, Colombia es el país más desigual de continente. Además, el aniquilamiento de las FARC también quedó en veremos, mientras la guerra deja desastrosas secuelas. Santos, tan fiel vocero del gran capital como Uribe, ensaya recomponer esas realidades sin cambiar nada significativo en el proyecto. Si asumió el diálogo con las FARC pensando en un interlocutor desmoralizado y a punto de rendición, se equivocó por completo. La firmeza de la organización revolucionaria y la movilización popular por la paz se encargarán de probarlo.
De remate, 2012 pasará a la historia como el año de la aprobación de los TLCs con los Estados Unidos y Europa, en momentos en que la crisis económica los empuja al despeñadero, con serio riesgo de arrastrar la economía colombiana al abismo. Paralelamente, en algunos de los Estados de la Unión Americana se impuso mayoritariamente en las urnas la despenalización del consumo, volviendo a poner de presente que la guerra contra las drogas es una imposición de poderosos intereses. El reclamo de Santos a Obama por esos referendos, evidencia su hipocresía al hablar de legalización. La guerra contra las drogas es pilar del proyecto neoliberal. Toda América Latina puede atestiguarlo ahora.
Montañas de Colombia, 12 de diciembre de 2012.
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