Por: Salomón Kalmanovitz
Ha existido en el siglo XX un enrentamiento entre los economistas que desarrollaron teorías basadas en la bondad y eficiencia de los mercados y los que reconocieron que periódicamente surgían crisis financieras que los mercados no alcanzaban a solucionar.
Tras la Gran Depresión de los años 30, Keynes estableció que los
mercados podían reposar en un equilibrio lejano al pleno empleo, que
sólo una política fiscal expansiva y una política monetaria laxa podían
superar. En los últimos 30 años se debilitó la corriente keynesiana a
favor de los teóricos de la eficiencia de los mercados y la economía se
volvió una ciencia muy formalizada que acude a imbricados modelos
matemáticos pero al mismo tiempo es incapaz de entender y prevenir las
crisis.
Hoy se ignora a pensadores como Walter Bagehot, uno de los fundadores de The Economist en el siglo XIX, quien explicó en Lombard Street el papel que jugaba el banco central como prestamista del sistema financiero y como recurso de última instancia frente a la desintegración de los mercados de crédito y de activos. Hoy en día, sus razones son ignoradas por la comunidad europea que vergonzosamente no cuenta con un prestamista de última instancia que impida la quiebra en cadena de los bancos de la Eurozona, mientras se derriten las economías de Grecia, Irlanda, España, Portugal y pronto quizás Italia.
Se desconoce la obra de Charles Kindleberger, en la que demostró cómo la racionalidad de los mercados se pierde en momentos tanto de auge como de depresiones económicas. Si durante la prosperidad hay euforia, en las crisis se desata el pánico que da lugar a conductas extremas y que es de la entraña de los mercados financieros. Tales sentimientos colectivos conducen a los mercados por cursos erráticos durante mucho tiempo. Kindleberger se apoyó en Hyman Minsky, quien argumentó que los mercados atraviesan ciclos de auges que se autorrefuerzan, seguidos de cracks, pánico y depresión que también se refuerzan por demasiado tiempo.
Pero hay algo más peligroso aún que es el contagio, que fuera una de las piezas fundamentales del análisis de Kindleberger. Una crisis financiera que comienza en una pequeña economía puede hacer metástasis en muy poco tiempo, como Austria en 1929 y Grecia en 2012, que condujeron a impregnar a toda Europa primero para después reventar en Estados Unidos, que hoy todavía está esperando el coletazo. Kindleberger escribió que en ausencia de un país hegemónico que dictara las políticas apropiadas que debían aplicar los gobiernos de las naciones afectadas para detener y contrarrestar las crisis, éstas se prolongarían por término indefinido. En efecto, sólo la Segunda Guerra Mundial le puso fin a la Gran Depresión en Europa y en Estados Unidos.
La crisis europea de hoy se profundiza mientras que Alemania no se concibe a sí misma como poder hegemónico de la comunidad con capacidad de hacer política fiscal contra cíclica, que la tiene de sobra, y apoye al Banco Central Europeo para que rescate a bancos y gobiernos en peligro de quiebra inminente. Por el contrario, Ángela Merkel insiste en que el contribuyente alemán no va a hacerse cargo de la crisis, aunque todo el mundo va a salir empobrecido, si el contagio se extiende a cada vez más economías.
Tomado de un prólogo de J. Bradford DeLong y Barry Eichengreen a la reedición del libro de Charles Kindleberger, The World in Depression 1929-1939.
Hoy se ignora a pensadores como Walter Bagehot, uno de los fundadores de The Economist en el siglo XIX, quien explicó en Lombard Street el papel que jugaba el banco central como prestamista del sistema financiero y como recurso de última instancia frente a la desintegración de los mercados de crédito y de activos. Hoy en día, sus razones son ignoradas por la comunidad europea que vergonzosamente no cuenta con un prestamista de última instancia que impida la quiebra en cadena de los bancos de la Eurozona, mientras se derriten las economías de Grecia, Irlanda, España, Portugal y pronto quizás Italia.
Se desconoce la obra de Charles Kindleberger, en la que demostró cómo la racionalidad de los mercados se pierde en momentos tanto de auge como de depresiones económicas. Si durante la prosperidad hay euforia, en las crisis se desata el pánico que da lugar a conductas extremas y que es de la entraña de los mercados financieros. Tales sentimientos colectivos conducen a los mercados por cursos erráticos durante mucho tiempo. Kindleberger se apoyó en Hyman Minsky, quien argumentó que los mercados atraviesan ciclos de auges que se autorrefuerzan, seguidos de cracks, pánico y depresión que también se refuerzan por demasiado tiempo.
Pero hay algo más peligroso aún que es el contagio, que fuera una de las piezas fundamentales del análisis de Kindleberger. Una crisis financiera que comienza en una pequeña economía puede hacer metástasis en muy poco tiempo, como Austria en 1929 y Grecia en 2012, que condujeron a impregnar a toda Europa primero para después reventar en Estados Unidos, que hoy todavía está esperando el coletazo. Kindleberger escribió que en ausencia de un país hegemónico que dictara las políticas apropiadas que debían aplicar los gobiernos de las naciones afectadas para detener y contrarrestar las crisis, éstas se prolongarían por término indefinido. En efecto, sólo la Segunda Guerra Mundial le puso fin a la Gran Depresión en Europa y en Estados Unidos.
La crisis europea de hoy se profundiza mientras que Alemania no se concibe a sí misma como poder hegemónico de la comunidad con capacidad de hacer política fiscal contra cíclica, que la tiene de sobra, y apoye al Banco Central Europeo para que rescate a bancos y gobiernos en peligro de quiebra inminente. Por el contrario, Ángela Merkel insiste en que el contribuyente alemán no va a hacerse cargo de la crisis, aunque todo el mundo va a salir empobrecido, si el contagio se extiende a cada vez más economías.
Tomado de un prólogo de J. Bradford DeLong y Barry Eichengreen a la reedición del libro de Charles Kindleberger, The World in Depression 1929-1939.
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