Tomado de web Piedad Córdoba.
“Incluso en los tiempos más sombríos tenemos derecho a esperar cierta luz. Esta puede proceder no tanto de teorías y conceptos como de la llama titilante, incierta y frecuentemente débil, que algunos hombres y mujeres, en sus vidas y en sus obras, encenderán casi bajo cualquier circunstancia, proyectándose durante todo el tiempo que le fue dado vivir en la tierra”.
Hannah Arendt. Hombres en tiempo de oscuridad.
Piedad Córdoba @piedadcordoba
16 de agosto de 2011
Mi agradecimiento a la Ruta Pacífica por su invitación a participar el XV Encuentro Internacional de Mujeres de Negro y mi reconocimiento a las mujeres que desde diferentes países y ciudades colombianas están hoy acá alzando sus voces para parar las guerras en el mundo.
El conflicto armado que desde mitad del siglo XX vivimos en Colombia, progresivamente se degrada por la incapacidad de buscar una salida política negociada, de colocar la política al servicio de la construcción de la paz y de que la palabra prevalezca sobre las balas. Y mientras más se agudiza el conflicto, con su creciente costo en vidas humanas y bienes materiales, como hemos visto en los últimos tiempos, más debemos insistir en la solución negociada. El país no se puede dar el lujo de desperdiciar tantos recursos cuando amplios sectores de la población carecen de lo vital para vivir una vida digna.
El conflicto armado colombiano se asienta en profundas injusticias y desigualdades, en la lucha por la tierra y el territorio, se expande a las zonas de fronteras, se generan nuevos actores paramilitares y narcotráfico y se potencia con la llamada política anti terroristas que se ha estructurado fundamentalmente sobre la militarización de las sociedades para enfrentar la amenaza terroristas a partir del 11 de septiembre de 200, luego del atentado terrorista en New York y Washington.
La respuesta ha sido que tanto el Estado como las guerrillas han profundizado su estrategia de guerra. En este contexto de guerra se viola las normas del derecho internacional humanitario, se producen desplazamientos forzados, se regula la vida de las comunidades y de las mujeres, se utiliza la violencia sexual en sus múltiples manifestaciones en contra de las mujeres y como lo plantea Freud la guerra nos conmina a escondernos de nosotros mismos y mientras dura la guerra no hay maldad, pero tampoco brújula moral.
¿Qué alternativas tenemos las mujeres para parar la guerra?
No quiero plantear posiciones esencialistas acerca del papel de las mujeres en la paz. “Hoy más mujeres están en el ejército, se ven afectadas por las guerras y ven militarizadas sus vidas privadas, participan en las fuerzas armadas o son inmigrantes y refugiadas” (Eisenstein Zillah; 2008:17); así mismo, el patriarcado progresivamente desarrolla nuevas prácticas para articular a las mujeres al militarismo, el armamentismo y las guerras, escenas como las de la cárcel de Abu Ghraib, en las cuales se mostraba a una mujer del ejército de Estados Unidos torturando a un prisionero son testimonios del papel de las mujeres en la guerra.
A muchos niveles conciliamos con la guerra, quizá explicándolo desde nuestra subordinación, como lo plantea Virginia Woolf, en su libro "Tres guineas", escrito a finales de los años treinta y en vísperas de la segunda guerra mundial. Las mujeres hemos avalado la guerra, porque hemos tenido que vivir de los dividendos que ella producía a nuestros padres, hermanos y esposos. Pero a nadie mejor que a nosotras nos puede interesar la paz. En todas las guerras desde siempre, las mujeres hemos sido constituidas en botín de los combatientes.
Pero no me voy a referir a esta cara de la moneda, quiero hacer énfasis en la opción política y ética de las mujeres en pro de la paz y de un mundo más justo. Soy una convencida que las mujeres tenemos la responsabilidad de hacer la paz porque sabemos de la opresión y la subordinación pero fundamentalmente porque somos sujetos políticos con voz propia y con capacidad y ganas de cambiar el rumbo de la historia.
Y sin lugar a dudas las mujeres a lo largo de la historia y en todos los países hemos jugado un papel importante en el momento de los conflictos armados y las guerras. En 1914, la Alianza Internacional por el Voto de la Mujer, en nombre de doce millones de mujeres de 26 países, lanzó un manifiesto llamando a la conciliación y el arbitraje. Unos meses más tarde, en mayo de 1915, ya en plena guerra, alrededor de un millar de mujeres representando a doce países, beligerantes y neutrales, se reunieron en La Haya en lo que fue el Primer Congreso Internacional de Mujeres. Allí surgió la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad, el Congreso protestó contra la locura y el horror de la guerra y efectuó diversas recomendaciones: la mediación inmediata de los países neutrales, la urgencia de alcanzar un desarme global, la igualdad entre hombres y mujeres, la igualdad entre las naciones, y la creación de una organización internacional para la resolución pacífica de los conflictos entre países. Este conjunto de propuestas, que las delegadas elegidas hicieron llegar a los gobiernos, tuvo más tarde su influencia en la formación de la Liga de las Naciones, organización precursora de Naciones Unidas.
En épocas más recientes la experiencia de la Coalición por la paz, integrada por la Red de Mujeres de Kosovo y la Red de Mujeres de Negro, activistas de dos etnias en disputas, son el testimonio del compromiso de las mujeres con las paz respetando las diferencias, en la Cuarta Conferencia Mundial de Naciones Unidas sobre la Mujer, celebrada en Pekín del 4 al 15 de septiembre de 1995, se señaló:
“La capacidad de dirección de las mujeres debe aprovecharse plenamente y en beneficio de todos para avanzar hacia una cultura de paz. Su participación históricamente escasa en el gobierno ha dado lugar a una deformación de los conceptos y a una limitación de los procesos. En ámbitos como la prevención de los conflictos, el fomento del diálogo intercultural y la reparación de la injusticia socioeconómica, las mujeres pueden generar enfoques innovadores y sumamente necesarios para la edificación de la paz”.
Hoy también sabemos que hacer política feminista no es solo participar en luchas para erradicar las desigualdades, las injusticias, las exclusiones; es también, la práctica de las mujeres para deconstruir las relaciones de opresión y subordinación entre varones y mujeres y, construir alianzas para erradicar la violencia en su contra y en contra de las demás, para ser sujetas y no objetas de pactos, para ser interlocutoras, dialogantes, con voz propia y que esta voz sea valorada, es decir, para ser mujeres pactantes de un nuevo orden, para ser sujetas políticas, para deconstruir el pacto patriarcal desde una ética feminista.
Hacer política feminista a favor de la paz implica asumirnos como objetoras de conciencia, en desobediencia a los mandatos patriarcales de la guerra, el nacionalismo y el militarismo. Como feministas tenemos el deber ético de rebelarnos contra todo tipo de autoridad patriarcal. Con nuestras prácticas públicas y privadas, con palabras, acciones y simbólicos estamos contribuyendo a erradicar el sexismo y el militarismo.
Tenemos la responsabilidad de exigir el diálogo, es lo menos que se les debe a las víctimas inocentes de esta inmoral guerra. Es indispensable que los actores se sienten a negociar aun habiendo ya tanta sangre de por medio, Este es el momento definitivo para iniciar un proceso que abra espacios para la negociación política.
Tenemos que tomarnos nuevamente la calle para exigir, para protestar, para hacer frente al terror y al miedo a través de los cuales nos desean acallar, hay que hacerlo ahora porque todos y todas nos merecemos una vida diferente. Porque deseamos tener un presente libre de violencias y guerras públicas y privadas. Tomarnos la calle como una forma de proteger el sagrado derecho a la rebeldía, es un imperativo hoy porque debemos hacer visible nuestra resistencia a la guerra, a la política militarista, y debemos abogar por la solidaridad entre las mujeres por encima de las fronteras étnicas.
Nosotras afirmamos que no puede haber paz mientras todas las personas no puedan expresar y llevar a cabo sus aspiraciones en un mundo justo, libre e igualitario. No puede haber paz mientras se oprima y se impida el desarrollo pleno de la mitad de la humanidad, las mujeres.
Herederas del legado de las mujeres en su lucha por un mundo justo y sin guerras propongo que las mujeres, hoy, desde esta tribuna de paz:
Reafirmemos compromiso con la construcción de la paz. Porque nosotras como las mujeres que han dejado jirones de vida en la solución política de los conflictos no abdicaremos a participar y exigir el camino del diálogo como el único éticamente posible para la solución política negociada de las guerras y los conflictos armados.
Sellemos nuestro compromiso para que se desactiven todos los mecanismos y artefactos de la guerra: los de hierro, la palabra y el olvido.
Reafirmemos nuestra voluntad política de continuar trabajando conjuntamente con los demás sectores sociales comprometidos en la construcción de una sociedad que tenga sostenibilidad y que garantice la reconstrucción integral del país, donde sea posible la vida, la justicia social, la igualdad y el respeto y protección a la diversidad cultural teniendo en cuenta las voces, reivindicaciones y demandas desde las mujeres y los sectores sociales y grupos poblacionales que tradicionalmente han sido marginados y excluidos del poder.
Rechacemos la carrera armamentista porque atenta contra la vida humana y la naturaleza, fomenta la guerra, desvía los recursos designados para la inversión social.
Solicitemos que todas las partes del conflicto armado adopten medidas para el respeto pleno el Derecho Internacional Humanitario aplicable a los derechos y a la protección de las mujeres y las niñas,
Mujeres, existen motivos de sobra para tener esperanza. Y mucho trabajo por hacer.
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