Rompiendo con las de sus predecesores, la Estrategia de Seguridad Nacional del presidente Donald Trump renuncia a gobernar el mundo y traza el camino hacia la reconstrucción económica y social de Estados Unidos. Este proyecto, enteramente coherente, implica un cambio radical que su gabinete tendrá que imponer al resto de su administración.
Bajo los mandatos de George Bush hijo y de Barack Obama, los documentos que describían la Estrategia de Seguridad Nacional partían del principio que Estados Unidos era la única superpotencia del mundo. Así que podía emprender la «guerra sin fin» del almirante Arthur Cebrowski, o sea destruir sistemáticamente toda forma de organización política en las zonas ya inestables del planeta, empezando por el «Medio Oriente ampliado» o «Gran Medio Oriente». Esos dos presidentes enunciaban en esos documentos sus proyectos para cada región del mundo. Los Mandos Combatientes Unificados [1] no tenían más que aplicar aquellas instrucciones.
La Estrategia de Seguridad Nacional de Donald Trump rompe casi por completo con aquella literatura. Aunque conserva algunos de sus elementos mitológicos, trata sobre todo de reposicionar a Estados Unidos como la República que ese país fue en 1791 –o sea, en el momento del compromiso interestadounidense representado por la adopción de la Carta de Derechos o Bill of Rights)–, en contraposición con el Imperio que pretendió ser a través de la política abiertamente imperial impuesta a partir de los hechos del 11 de septiembre de 2001.
El papel de la Casa Blanca, de su diplomacia y de sus fuerzas armadas ya no sería poner orden en el mundo sino proteger «los intereses del pueblo estadounidense».
Desde la introducción misma, Donald Trump se separa de sus predecesores denunciando las políticas de «cambio de régimen» y de «revolución democrática mundial» que adoptó Ronald Reagan y que altos funcionarios trostkistas mantuvieron con sus acciones en el seno de las posteriores administraciones estadounidenses. Trump reafirma la «realpolitik» clásica, la de Henry Kissinger, basada, por ejemplo, en la existencia de «naciones soberanas».
El lector recordará sin embargo que ciertas agencias intergubernamentales de los países denominados como los «Cinco Ojos» (Australia, Canadá, Estados Unidos, Nueva Zelanda y Reino Unido), siguen bajo el control de los trotskistas, como en el caso de la National Endowment for Democracy (NED).
Donald Trump distingue 3 tipos de problemas que su país tendrá que enfrentar:
En primer lugar, la rivalidad con Rusia y China;
la oposición de los «Estados renegados» (Corea del Norte e Irán) en sus respectivas regiones;
y, finalmente, el cuestionamiento del derecho internacional que representan simultáneamente los movimientos yihadistas y las organizaciones criminales transnacionales.
En primer lugar, la rivalidad con Rusia y China;
la oposición de los «Estados renegados» (Corea del Norte e Irán) en sus respectivas regiones;
y, finalmente, el cuestionamiento del derecho internacional que representan simultáneamente los movimientos yihadistas y las organizaciones criminales transnacionales.
Aunque Trump también considera a Estados Unidos como la encarnación del Bien, contrariamente a sus predecesores el actual presidente no demoniza a sus rivales, adversarios o enemigos sino que trata de entenderlos.
Retoma entonces su eslogan de «America First» para convertirlo en su base filosófica. Históricamente, esa fórmula sigue estando asociada al respaldo al nazismo, pero ese no era su sentido original. Inicialmente se trataba más bien de romper con la política atlantista de Roosevelt: la alianza con el Imperio Británico destinada a que Washington y Londres gobernaran el mundo juntos.
El lector informado probablemente recuerda que el primer gabinete de la administración Obama incluía una desmesurada representación de la Sociedad de los Peregrinos (Pilgrims Society), que nada tiene que ver con la Sociedad Mont Pelerin. La Pilgrims Society es un club muy cerrado presidido por la reina de Inglaterra. Ese grupo de individuos se encargó de manejar el periodo posterior a la crisis financiera de 2008.
Para aplicar su política de regreso a los principios republicanos estadounidenses de 1791 y de independencia ante los intereses financieros británicos, Donald Trump plantea 4 pilares:
La protección del pueblo estadounidense, de su patria y de su modo de vida;
la prosperidad de Estados Unidos;
el poderío de sus ejércitos
y el desarrollo de su influencia.
La protección del pueblo estadounidense, de su patria y de su modo de vida;
la prosperidad de Estados Unidos;
el poderío de sus ejércitos
y el desarrollo de su influencia.
Trump no traza por tanto su estrategia contra sus rivales, sus adversarios y sus enemigos sino en función de su ideal republicano e independentista.
Para evitar malentendidos, Trump precisa que, aunque él ve a Estados Unidos como un ejemplo para el mundo, no es posible ni conveniente imponer a los demas el modo de vida estadounidense, sobre todo teniendo en cuenta que ese modo de vida no puede considerarse como «la inevitable culminación del progreso». Trump no concibe las relaciones internacionales como el reinado de Estados Unidos sobre el mundo sino como la búsqueda de una «cooperación recíproca» con sus socios.
Los 4 pilares de la doctrina de Seguridad Nacional America First
La protección del pueblo estadounidense supone ante todo el restablecimiento de las fronteras (terrestres, aéreas, marítimas, espaciales y ciberespaciales) que los partidarios de la globalización han venido destruyendo hasta ahora.
Las fronteras deben permitir tanto luchar contra las armas de destrucción masiva de los grupos terroristas y criminales como contener la entrada de pandemias y drogas, así como permitir la lucha contra la inmigración ilegal. Sobre las fronteras ciberespaciales, Trump observa la necesidad de imponer la seguridad de internet, priorizando en ese aspecto sectores como la seguridad nacional, la energía, los bancos, la salud, las comunicaciones y los transportes. Pero todo eso está expresado de manera bastante teórica.
Desde los tiempos del presidente Nixon, la lucha contra la droga era selectiva y su objetivo no era secar los flujos sino orientarlos hacia determinadas minorías étnicas. Pero Trump responde a una nueva necesidad. Consciente de que bajo la administración Obama hubo un derrumbe de la esperanza de vida sólo entre los hombres blancos, del estado de desesperación que eso provocó y de la subsiguiente pandemia del uso de opioides, Trump considera la lucha contra los cárteles de la droga como una cuestión de supervivencia nacional para Estados Unidos.
Al abordar la lucha contra el terrorismo, no está claro si, luego de la destrucción del Emirato Islámico (Daesh), Trump se refiere sólo a «lobos solitarios» que aún prosiguen el combate después de la derrota final, como los grupos Waffen SS después de la caída del Reich, o al mantenimiento del dispositivo británico del yihadismo. De referirse a esto último, se trataría de un importante retroceso en relación con las declaraciones de intención que emitió durante su campaña presidencial y los primeros meses de su mandato. Convendría entonces aclarar cómo han evolucionado las relaciones entre Washington y Londres y las consecuencias de ese cambio en la gestión de la OTAN.
En todo caso, es de notar la presencia en el texto de una extraña frase según la cual: «Estados Unidos trabajará con sus aliados y socios para disuadir y perturbar otros grupos que amenazan la patria –incluyendo grupos apadrinados por Irán, como el Hezbollah libanés».
Para todas las acciones antiterroristas, Trump se plantea la necesidad de establecer alianzas provisionales con otras potencias, incluyendo a Rusia y China.
Finalmente, sobre la capacidad de Estados Unidos para seguir existiendo, Trump avala el programa de «Continuidad del Gobierno», a pesar de que fue precisamente ese sistema el beneficiario del golpe de Estado invisible que tuvo lugar en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. Pero plantea que una ciudadanía comprometida e informada es la razón de ser de ese sistema, con lo cual parece excluir la repetición de ese tipo de hechos.
Sobre la prosperidad de Estados Unidos, condición para el desarrollo de sus capacidades en materia de defensa, Trump es un ferviente defensor del «American Dream» o “sueño americano”), del «Estado mínimo» (minarquismo) y de la teoría del «trickle-down» de arriba hacia abajo [2]. Trump concibe por tanto una economía que no se basa en la financiarización sino en el libre intercambio. Echando abajo la idea comúnmente admitida de que el libre intercambio fue un instrumento del imperialismo anglosajón, Trump afirma que este sólo acaba resultando equitativo para los primeros actores si los nuevos actores aceptan sus reglas y plantea que varios Estados –entre ellos China– se benefician con ese sistema sin haber tenido nunca intenciones de adoptar sus valores.
Es en base a esa premisa –no al análisis que plantea la aparición de una clase transnacional de súper-ricos– que Donald Trump denuncia los acuerdos comerciales multilaterales.
Trump anuncia después la desregulación de todos los sectores donde la intervención del Estado no es necesaria y planifica paralelamente la lucha contra todas las intervenciones de los Estados extranjeros y de sus empresas nacionalizadas que puedan falsear los intercambios equitativos con Estados Unidos.
Donald Trump pretende desarrollar la investigación teórica y sus aplicaciones técnicas, así como respaldar la invención y la innovación. Prevé para ello la creación de condiciones particulares y ventajosas para la inmigración, condiciones destinadas a organizar la «fuga de cerebros» hacia Estados Unidos. Considera además el know how adquirido no como un medio de cobrar una especie de “peaje” a la economía mundial a través de las patentes sino como el motor de la economía estadounidense y planea la creación de un sistema de seguridad nacional destinado a censar y proteger esas técnicas para conservar la ventaja que estas puedan representar para Estados Unidos.
Al abordar el acceso a las fuentes de energía, Trump observa que Estados Unidos es, por primera vez, autosuficiente y emite una advertencia en contra de las políticas emprendidas en nombre de la lucha contra el cambio climático y que implican limitar el uso de energía. Trump no aborda en este documento la financiarización de la ecología pero claramente deposita una piedra en el jardín de Francia, promotora de la «finanza verde». Replanteando ese tema en un marco más general, afirma que Estados Unidos apoyará a los Estados víctimas de chantajes vinculados al aprovisionamiento energético.
Afirmando que Estados Unidos ha dejado de ser la única superpotencia pero que sigue siendo la potencia dominante, Trump plantea como objetivo central de seguridad mantener esa preeminencia militar, según el principio romano que aconseja Si vis pacem, para bellum, o sea “Si quieres paz, prepárate para la guerra”.
Observa primeramente que «China trata de excluir a Estados Unidos de la región indo-pacífica, de extender el alcance de su modelo económico dirigido por el Estado y de reorganizar la región de manera ventajosa para ella». Según Trump, Pekín está tratando de dotarse de las segundas capacidades militares a nivel mundial –bajo la autoridad del general Xi Jinping– basándose en el conocimiento y la experiencia acumulados por Estados Unidos.
Por su parte, «Rusia trata de recuperar su estatus de gran potencia y de establecer esferas de influencia en sus fronteras». Para ello, «trata de debilitar la influencia de Estados Unidos en el mundo y de separarlo [a Estados Unidos] de sus aliados y socios. [Rusia] percibe a la OTAN y la Unión Europea como amenazas».
Es este el primer análisis de los objetivos y medios de los rivales de Estados Unidos. Diferenciándose en ello de la «doctrina Wolfowitz», la Casa Blanca ya no considera a la Unión Europea como un competidor sino como la rama civil de la OTAN. Rompiendo con la estrategia de George Bush padre y Bill Clinton de sabotaje económico contra la Unión Europea, Donald Trump plantea la posibilidad de cooperar con los rivales –que ahora son Rusia y China– pero únicamente «en posición de fuerza».
El periodo actual es testigo de un retorno de la competencia en el terreno militar, competencia que ahora cuenta 3 contrincantes. Conociendo la tendencia de los militares a prepararse para la guerra anterior, en vez de tratar de imaginar cómo será la próxima, es conveniente replantear a fondo la organización y el equipamiento de los ejércitos, teniendo en mente que los rivales van a posicionarse en los sectores que ellos mismos han de seleccionar. Es interesante observar que no es en ese capítulo donde Donald Trump menciona el talón de Aquiles del Pentágono sino mucho antes. Lo hace en la introducción, en un momento en que el lector se encuentra absorto en consideraciones filosóficas, espacio donde Trump menciona nuevas armas rusas, refiriéndose específicamente a la capacidad de ese armamento para inhabilitar los sistemas de mando y controles de la OTAN.
El Pentágono tiene que renovar su arsenal, tanto en cantidad como en el plano cualitativo. Tiene que renunciar a la ilusión de que su superioridad tecnológica (que en realidad Rusia ha sobrepasado) podría servirle para compensar su inferioridad en cantidad de efectivos. Sigue entonces un largo estudio de los diferentes tipos de armamento, incluido el nuclear, que habría que modernizar.
Donald Trump pretender invertir el funcionamiento actual de la industria militar estadounidense. Esa industria se dedica actualmente a vender sus productos al Estado federal, pero Trump quiere que sea el Estado federal quien haga sus pedidos y que los industriales respondan a sus nuevas necesidades. Se sabe que la industria militar carece hoy de los ingenieros que necesita para realizar nuevos proyectos. El fracaso del avión de guerra F-35 es el ejemplo más flagrante de esa carencia. El cambio que el actual presidente desea supone por tanto la organización previa de la «fuga de cerebros» hacia Estados Unidos que el propio Trump menciona en otra parte del documento.
En el sector de la inteligencia, Trump adopta las teorías de su ex consejero de seguridad nacional, el general Michael Flynn. Trump quiere reposicionar no sólo la Defense Intelligence Agency (DIA) [3] sino toda la «comunidad de inteligencia». El objetivo ya no es localizar en cualquier momento a tal o más cuál jefe terrorista sino ser capaz de prever la evolución estratégica de cada rival, adversario y enemigo. Se trata de renunciar a la obsesión del GPS y de complicados artefactos high tech para volver al trabajo de análisis.
Trump considera además el Departamento de Estado como una herramienta que debe permitir crear un entorno positivo para su país, incluso al tratar con sus rivales. La diplomacia estadounidense dejaría de servir de agente al servicio de los intereses de las transnacionales –como lo fue bajo las administraciones de Bush padre y de Bill Clinton– o de ejercer el papel de “administrador” a nombre del Imperio que había adoptado bajo las administraciones de Bush hijo y de Barack Obama. Y los diplomáticos estadounidenses tendrían que adquirir nuevamente la sutileza política que exige la verdadera labor diplomática.
El capítulo dedicado a la influencia de Estados Unidosrefleja de forma explícita el fin de la «globalización» del «American Way of Life». Estados Unidos ya no buscaría imponer sus propios valores a los demás sino que trataría a todos los pueblos según el principio de igualdad y reconocería la actitud de los que respetan el estado de derecho.
Para estimular a los países que quieren convertirse en socios pero que tienen inversiones bajo dirección estatal, Trump prevé ofrecerles alternativas que les faciliten la realización de reformas en sus economías.
En cuanto a las organizaciones intergubernamentales, Trump anuncia que rechazará la cesión del menor espacio de soberanía si este debe compartirse con países que cuestionan los principios constitucionales estadounidenses, lo cual es una alusión directa a la Corte Penal Internacional. Pero no menciona la extraterritorialidad de la justicia estadounidense, que viola los principios constitucionales de otros países.
Para terminar, retomando la larga tradición derivada del compromiso de 1791, Trump afirma que Estados Unidos seguirá prestando ayuda a quienes luchan por la dignidad humana o por la libertad religiosa –que no debe confundirse con la libertad de conciencia.
La aplicación está por definir
- La Estrategia de Seguridad Nacional de Donald Trump plantea principios totalmente nuevos para restaurar la economía y defender el país.
- National Security Strategy of the United States, White House, 18 de diciembre de 2017. 2Mo, 68 p.
Sólo después de esa larga exposición, Donald Trump aborda la aplicación regional de su doctrina. En este aspecto no se anuncia ninguna novedad, sólo una alianza con Australia, la India y Japón para contener a China y luchar contra Corea del Norte.
Menciona, cuando más, dos nuevos enfoques sobre el Medio Oriente. La cuestión del Emirato Islámico (Daesh) ha mostrado que el principal problema no es la cuestión israelí sino la ideología yihadista. Y lo que Washington reprocha a Irán es perpetuar el ciclo de violencia al rechazar la negociación.
El lector de la Estrategia de Seguridad de Nacional de Trump entenderá por defecto que el Pentágono tiene que abandonar el proyecto del almirante Arthur Cebrowski, proyecto que Donald Rumsfeld impuso el 11 de septiembre de 2001. Se acabó la «guerra sin fin». La tensión ya no debería extenderse por todo el mundo sino que debería disminuir incluso en el Medio Oriente ampliado.
La doctrina de seguridad nacional de Donald Trump es un cuerpo de una construcción bien cuidada, tanto en el plano histórico –se percibe la influencia del general James Mattis– como en el plano filosófico –siguiendo al ex consejero especial Steve Bannon. Esta doctrina se basa en un riguroso análisis de los desafíos que se presentan al poderío estadounidense –conforme a los trabajos del general H. R. McMaster. Avala los cortes presupuestarios en el Departamento de Estado –realizados por Rex Tillerson. Contrariamente al karma que los medios estadounidenses se empeñan en repetir incansablemente, la administración Trump ha logrado hacer un trabajo de síntesis coherente separándose por completo de los enfoques anteriores.
Pero la ausencia de estrategia regional explícita es muestra de la gran envergadura de los cambios ya iniciados. Nada dice que los jefes militares aplicarán en sus respectivos ámbitos esta nueva filosofía. Sobre todo cuando aún puede observarse, como sucedió hace sólo días atrás, que se mantiene la complicidad entre las fuerzas militares de Estados Unidos y los yihadistas en Siria.
[1] Los “Mandos Combatientes Unificados” (Unified Combatant Command) son los mandos interarmas de las fuerzas armadas estadounidenses. Seis de ellos, los más conocidos, son los mandos regionales a cargo de las tropas estadounidenses desplegadas en las diferentes zonas geográficas y de las operaciones militares que Estados Unidos allí realiza: CentCom (Medio Oriente, Asia Central y sur de Asia), EuCom (Europa), PaCom (Océano Pacífico), NorthCom (conocido en Latinoamérica como “Comando Norte”, abarca Estados Unidos y Norteamérica, incluyendo Alaska, Canadá, México y Cuba), SouthCom (conocido en Latinoamérica como “Comando Sur”, abarca Centroamérica, Sudamérica y el Caribe, exceptuando Cuba) y AfriCom (África). Los otros 3 “Mandos Combatientes Unificados –SoCom (Operaciones Especiales), StratCom (Armamento Estratégico y Nuclear) y TransCom (Transporte)– se encargan de garantizar el funcionamiento operacional y logístico de las tropas que Estados Unidos mantiene en todas las áreas geográficas. Nota de la Red Voltaire.
[2] Según la teoría del «trickle-down», los ingresos de los individuos más adinerados acaban reinyectándose por diferentes vías en la economía de la sociedad, lo cual implicaría que las clases más desfavorecidas también acaban beneficiándose con los enormes ingresos de los más acaudalados. O sea, como el agua que pudiera acumularse en lo alto de una montaña, la riqueza siempre acabaría corriendo hacia abajo. Nota de la Red Voltaire.
[3] La DIA es la agencia de inteligencia del Departamento de Defensa. Nota de la Red Voltaire.
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