Las Naciones Unidas abrirán próximamente, el 15 de junio de 2017, una verdadera negociación para prohibir las armas nucleares. El Tratado de No Proliferación ha sido hasta ahora una farsa tendiente a mantener la ventaja militar que actualmente tienen las potencias nucleares sobre los demás países. Por supuesto, todas las potencias nucleares –sin excepción– han tratado de oponerse a la iniciativa de la Asamblea General de la ONU.
La escena de pánico que se produjo en la Piazza San Carlo de la ciudad de Turín [1], con sus dramáticas consecuencias, resulta emblemática de nuestra situación. La sicosis sobre los atentados terroristas, una sicosis que el aparato político-mediático ha sabido alimentar sobre la base de un fenómeno real –cuyos motivos y fines verdaderos nos esconden– desencadenó allí el instinto primordial de supervivencia bajo su forma más caótica.
Ese mismo instinto de supervivencia se mantiene sin embargo sumido en un profundo letargo, anestesiado por la política y la prensa, cuando en realidad debería activarse de manera racional ante algo que pone en peligro la supervivencia de todo el género humano: la carrera armamentista nuclear.
La consecuencia es que la gran mayoría de los pueblos no sabe que en la ONU está a punto de realizarse –del 15 de junio al 7 de julio– la segunda fase de las negociaciones a favor de un tratado para prohibir las armas nucleares.
El esbozo de la Convención Sobre las Armas Nucleares, redactado después de la primera fase de las negociaciones en marzo, estipula que cada Estado firmante se comprometería a no producir ni poseer armamento nuclear, ni a transferirlo o recibirlo directa o indirectamente. La apertura de las negociaciones se decidió mediante la adopción de una resolución de la Asamblea General de la ONU votada por 113 Estados en diciembre de 2016 frente a 35 votos en contra y 13 abstenciones. Estados Unidos y las otras dos potencias nucleares miembros de la OTAN –Francia y Reino Unido–, así como los demás países miembros de la alianza atlántica y sus principales asociados –Israel (única potencia nuclear en el Medio Oriente), Japón, Australia y Ucrania– votaron en contra. También votaron en contra Rusia, China, la India y Corea del Norte, mientras que China se abstuvo.
Italia está entre los países que votaron en contra, siguiendo los pasos de Estados Unidos. El gobierno del primer ministro italiano Gentiloni declaró, el 2 de febrero, que «la convocación de una Conferencia de las Naciones Unidas para negociar un instrumento jurídicamente vinculante [2] sobre la prohibición de las armas nucleares, constituye un fuerte elemento divisorio que puede comprometer nuestros esfuerzos a favor del desarme nuclear».
Italia, asegura el gobierno Gentiloni, está siguiendo un «recorrido gradual, realista y concreto capaz de conducir a un proceso de desarme nuclear irreversible, transparente y verificable», basado en la «plena aplicación del Tratado de No Proliferación (TPN), pilar del desarme».
La manera como Italia aplica el TPN, ratificado en 1975, es evidente a la luz de los hechos. A pesar de que ese tratado compromete a los Estados militarmente no nucleares a «no recibir de nadie armamento nuclear ni el control de ese tipo de armamento, directa o indirectamente», Italia ha puesto su propio suelo a disposición de Estados Unidos para el despliegue de armas nucleares (al menos 50 bombas atómicas B-61 desplegadas en la base aérea de Aviano y otras 20 en la de Ghedi-Torre), y pilotos italianos se entrenan para utilizar ese armamento.
Y a partir del año 2020, Estados Unidos desplegará en Italia la bomba atómica B61-12, una nueva arma destinada a asestar un primer golpe nuclear, dotada de capacidades penetrantes para la destrucción de los búnkeres subterráneos de los centros de mando. Cuando comience en 2020 –aunque nada excluye que se produzca ante– ese despliegue de bombas atómicas B61-12 estadounidenses, Italia, que es formalmente un país no nuclear, se verá convertida en primera línea de una confrontación nuclear más peligrosa aún entre, de un lado, el ente Estados Unidos-OTAN y, del otro lado, Rusia.
¿Qué hacer? Tenemos que imponer que Italia contribuya al lanzamiento del tratado que se propone en la ONU para la prohibición de las armas nucleares, que lo firme y que, al mismo tiempo, tenemos que exigir también que Estados Unidos, a la luz del Tratado de No Proliferación ya actualmente en vigor, retire de nuestro territorio nacional todo armamento nuclear y que renuncie a desplegar aquí [en Italia] sus nuevas bombas atómicas B61-12.
Para casi todo el «mundo político», se trata de un argumento tabú. A falta de conciencia política, sólo queda recurrir al instinto primordial de supervivencia.
Fuente
Il Manifesto (Italia)
Il Manifesto (Italia)
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