ÁLVARO JIMÉNEZ revista semana | 2017/05/15
Debemos recordar todos los días a cada una de las mujeres que vivieron la pérdida de sus hijos y de sus propias vidas en las violencias repetidas del país.
Mijo, ¡siquiera que ganó Nairo !!!
Con frases como está Doña Libia fue mostrando el mundo de los deseos positivos a sus seis amores, tres mujeres y tres hombres.
Con frases como está Doña Libia fue mostrando el mundo de los deseos positivos a sus seis amores, tres mujeres y tres hombres.
Eso fue “en escalerita” como se acostumbraba en aquellas épocas, en las que tener hijos y criarlos parecía ser el único destino de las mujeres.
Educada como pocas de su generación y de su contexto, alcanzó casi a terminar bachillerato, toda una proeza en su medio y en su tiempo.
Luego, muy rápidamente vendría uno de los miles de matrimonios concertados entre padres que querían profundizar sus buenas relaciones con algún vecino, juntar suertes, intereses o fortunas en una Colombia que se asomaba apenas a la violencia del 48. A La Violencia que se llevó sueños y enseñó miedos a miles y miles de jóvenes campesinos, campesinas y habitantes de pequeñas ciudades de nuestro país.Vendría entonces lo más difícil: protegerlos de la violencia, del odio bipartidista, criarlos con amor, dedicando lo mejor de sí en medio de todos los miedos, dificultades y enseñarles a “hacer el bien sin mirar a quién,” a pedirles que no se metieran en política. Miren que su papá no se mete en eso: “la política es una bochinchería que sólo trae problemas”.
Pero, ¿cómo detener el ímpetu y la fuerza de las generaciones de los 60? ¿Cómo contener la fuerza de querer cambiar este pedazo del mundo? Enfrentarlo con la sola fe en Dios y la Iglesia también fue difícil porque el cura Camilo Torres y seguidores suyos como el obispo de Buenaventura, Monseñor Gerardo Valencia Cano repetían que lo verdaderamente cristiano era que la iglesia definiera una opción preferencial por los pobres, alejada del poder eclesial, cercana a las aglomeraciones empobrecidas de un país campesino transformado en urbano a punta de tiros y desplazamiento, sí, así como ahora sigue ocurriendo para algunos. Por eso cuando escuchó que los desplazados en Colombia eran tres millones no se impresionó como muchos sino que dijo: “Ay mijo por ahí pasó la cuenta hace rato”.
Y en ese torbellino de los 60s, 70s de rebeldía, consecuencia, irresponsabilidad, búsquedas de justicia y espacios, equivocaciones, en ese enaltecimiento de la muerte como heroísmo si era por una idea política, en ese tiempo en que se quemaron jóvenes y jóvenes como leños en la hoguera de la confrontación entre los gobiernos del Frente Nacional y las izquierdas armadas y desarmadas, Libia fue viendo diluir la familia soñada.
Sus hijos hombres que los imaginaba trabajando cerca, ojalá profesionales, criando hijos de nueras que no eran o que sí, se fueron yendo. Gerardo, el primogénito, lo juzgaron por rebelde en el consejo verbal de guerra del año 1973. Luego en 1982 repitió juzgamiento con sus dos hermanos el cuarto y sexto de la escalerita. Todos condenados y todos remitidos a cárceles diferentes con lo que Libia quedó perdida, sin mucho por hacer. Ya el torbellino de la guerra había atrapado la vida de su familia.
Y retornaron los miedos. Los verracos miedos a todo, a quién toca la puerta de la casa, a quién pregunta por la familia, a los ruidos fuertes, a las visitas imprevistas, al pavor por los periodistas que preguntan y luego dicen cosas horrorosas de su familia o de sus hijos, a los uniformados, a los del F-2 y al B-2 que eran la policía y la inteligencia militares de aquellos tiempo. Miedo a que llegue una noticia horrible. Hasta que llegó.
Primero la muerte del esposo, del compañero que la vida le entregó y con el que levantaron su hogar trabajando y sufriendo. Ocho días de haberse quedado sin el compañero de toda su vida, volvió a pasar, le mataron a su Gerardo del alma, al que no olvida nunca y por el que siempre reclama al cielo a Dios, a su Dios ¿Por qué lo mataron? Era bueno, era noble, tenía sus ideas, siempre ayudó a los más pobres, fue profesor, querido por todos, se enfrentaba al gobierno pero ¿por qué el ejército me lo tenia que matar y así salvaje? Qué dolor. ¿Y mis otros dos muchachos? ¿Dónde andarán?. ¡Qué se salgan de esa guerra, que no me los maten, que no resisto más¡
Y retornaron los miedos. Los verracos miedos a todo, a quién toca la puerta de la casa, a quién pregunta por la familia, a los ruidos fuertes, a las visitas imprevistas, al pavor por los periodistas que preguntan y luego dicen cosas horrorosas de su familia o de sus hijos, a los uniformados, a los del F-2 y al B-2 que eran la policía y la inteligencia militares de aquellos tiempo. Miedo a que llegue una noticia horrible. Hasta que llegó.
Primero la muerte del esposo, del compañero que la vida le entregó y con el que levantaron su hogar trabajando y sufriendo. Ocho días de haberse quedado sin el compañero de toda su vida, volvió a pasar, le mataron a su Gerardo del alma, al que no olvida nunca y por el que siempre reclama al cielo a Dios, a su Dios ¿Por qué lo mataron? Era bueno, era noble, tenía sus ideas, siempre ayudó a los más pobres, fue profesor, querido por todos, se enfrentaba al gobierno pero ¿por qué el ejército me lo tenia que matar y así salvaje? Qué dolor. ¿Y mis otros dos muchachos? ¿Dónde andarán?. ¡Qué se salgan de esa guerra, que no me los maten, que no resisto más¡
Las hijas se dispersaron, cada una hizo el camino que mejor le pareció, pero siempre asustadas, desconfiadas, silenciosas. Las que trabajaban quedaban blancas como papel cuando sus compañeros de trabajo siempre que pasaba algo - y pasaba casi todos los días- comentaban bajando la voz o subiéndola: mataron a otro de la guerrilla, asaltaron otro pueblo, cogieron unos en tal o cual parte y así, se quedó con ellas el silencio, el no poder decir, el no poder sentir complacencia pública por sus hermanos, su familia, por sus vidas y la oscuridad se apoderó de su mundo, se volvió tortura, dolor, disminución de la alegría.
Y los años pasaron y fue pasando la vitalidad y los silencios. Ahora, espaciadamente han llegado alegrías, satisfacciones para decir que la vida vuelve y florece en medio de los dolores pero “quién sabe por qué nos tocó así”.
Hoy Libia tiene 87 ruedas como ella dice.
De sus seis hijos sobrevivieron cinco. En el país viven tres. Una, se fue a vivir a España cuando se acabó la economía en Cali, en los noventa.
El otro, el negro como le dice cariñosamente, hace ya 30 años que se fue porque lo iban a matar. Eduardo Umaña un abogado famoso y amigo al que después asesinaron, lo salvó, le ayudó a salir del país. Vive en Bélgica y nunca quiso o nunca pudo volver a vivir aquí.
Los hijos que vivimos aquí, vamos, la visitamos y creo que le damos lo más cercano a su felicidad.
Madres como Libia merecen todos los honores y aunque el domingo celebramos con ella, debemos recordar todos los días a cada una de las mujeres que vivieron la pérdida de sus hijos y de sus propias vidas en las violencias repetidas del país.
Madres como Libia merecen todos los honores y aunque el domingo celebramos con ella, debemos recordar todos los días a cada una de las mujeres que vivieron la pérdida de sus hijos y de sus propias vidas en las violencias repetidas del país.
En homenaje a ellas debemos movilizarnos, clamar porque aquellos que quieren hacer trizas, pedazos el acuerdo con las FARC, se compadezcan con el dolor de las madres de los demás y no sólo con las suyas propias porque como dice Libia mi mamá:
!Mijo siquiera que se acabó la guerra con las FARC!
!Mijo siquiera que se acabó la guerra con las FARC!
@alvarojimenezmi
ajimillan@gmail.com
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