Por YEZID ARTETA DÁVILA | 2017/05/11
El hecho de que haya terminado una guerra no significa que no pueda comenzar otra.La reciente convención del Partido Centro Democrático celebrada en Bogotá pone de presente una realidad: la mediocridad de los operadores políticos tradicionales de Colombia está tocado fondo. La reunión parecía más una comedia interpretada por malos actores, que un razonable evento de naturaleza política. Ninguno de sus cinco precandidatos se refirió a las necesidades de la mayoría pobre de Colombia, puesto que no tienen la más puñetera idea de lo que es la miseria.
Iván Duque (hijo de ministro), María del Rosario Guerra (hija de senador), Carlos Holmes Trujillo (hijo de senador), Rafael Nieto (hijo de embajador) y Paloma Valencia (nieta de presidente), constituyen el quinteto del Centro Democrático que aspira a la presidencia de Colombia. Los cinco no son ninguna solución para el país, sino parte del problema, debido a que son miembros de las familias políticas que han encontrado en el Estado colombiano la manera de resolver sus vidas a costa del trabajo de millones. Son más de lo mismo. La misma idea de sus antepasados. Antepasados que llevaron a convertir a Colombia, según el Banco Mundial, en el séptimo país más desigual del mundo y segundo en Latinoamérica.
Ninguno de los precandidatos explicó cómo resolver el terrible déficit sanitario que padecen millones de colombianos. Para Álvaro Uribe Vélez, ponente de la Ley 100 que regula la seguridad social, la salud es un negocio más. Los aspirantes presidenciales no dijeron una sola palabra sobre los problemas de infraestructura. El ex presidente Álvaro Uribe, suscribió jugosos contratos de obras públicas con empresas corruptas (Odebrecht) a través de estafadores que acabaron en la cárcel. Tampoco mencionaron los problemas de los campesinos pobres y sin tierra, porque las papeletas de los cinco precandidatos del uribismo están con las de los latifundistas y testaferros que no producen alimentos y no pagan impuestos al fisco.
Los cinco, en cambio, hablaron y hablaron sobre lo que está pasando en Venezuela tal como si se hubieran equivocado de país y estuvieran compitiendo por el sillón presidencial del vecino país. Los cinco vociferaban con rabia, como los demonios descritos por Dante, contra los acuerdos de paz firmados con la guerrilla. Ninguno de los candidatos ha estado en combate, pero se dirigían a los asistentes como si fueran generales y eran aplaudidos por algunos exgenerales que si habían combatido, y estaban entre el público esperando que los políticos les tiraran algún hueso. Cualquier distraído hubiera pensado que estaba asistiendo a una función de teatro del absurdo, en vista de que no había ninguna lógica en lo que decían los personajes de la convención.
La guerra contra las FARC fue larga, despiadada, dolorosa. Murieron miles de soldados, policías y guerrilleros. Miles de combatientes quedaron lisiados o afectados psicológicamente. Millones de civiles se vieron afectados. Los que ganaron en esa guerra fueron pocos, en cambio los perdedores se cuentan por millones. Los cinco precandidatos del uribismo quisieran devolver la cinta y llevar a Colombia hacia una deriva nihilista. La historia de Colombia no miente: el hecho de que haya terminado una guerra no significa que no pueda comenzar otra. Los políticos de arriba han hecho las guerras con la sangre de los de abajo. Con la sangre ajena.
El Centro Democrático demostró en su reciente convención que es el partido de la rabia. Que no son un partido republicano sino una maquinaria política destinada a favorecer los intereses de unas cuantas familias oligárquicas. Sería triste que el destino de Colombia cayera en manos de una camarilla compuesta por hijos, nietos y parientes de políticos que, desde el asesinato de Gaitán, sólo han ocasionado injusticia, miseria, desigualdad, odio y violencia en el país.
*Escritor y analista político
En Twitter: @Yezid_Ar_D
Blog: En el puente: a las seis es la cita
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