Por: Lisandro Duque Naranjo, El Espectador.
Guardo desde el 23 de octubre del año pasado un artículo de Alfonso Gómez Méndez, publicado en El Tiempo, con una información que desde entonces me desconcertó y que ignoro por qué no ha impactado a los distintos sectores de opinión que a diario se refieren a las conversaciones entre el Gobierno y las Farc en La Habana.
Desde cuando leí ese artículo, pensé que se provocaría un remezón no sólo entre los ilusionados con la paz sino entre los eufóricos apostadores por la guerra total. Aquéllos, porque contarían con un argumento que les permitiría cuestionar con más elementos de juicio las prioridades en el gasto militar, y éstos porque tendrían que sincerarse en su ideologismo belicista. Pero no, nadie le hizo caso a ese artículo, a pesar de que su contenido ofrecía una materia prima incitante para el análisis y la búsqueda de soluciones inéditas. Una especie de nuevo aire para la discusión. Pero qué va, esas palabras se las llevó el aire.
Aquí repito esa información, con la absoluta seguridad de que esta vez tampoco será tomada en cuenta, pero para que conste, simplemente.
Escribía el doctor Gómez Méndez hace cuatro meses: “El ministro de Defensa ha recordado que las acciones guerrilleras afectan apenas al cinco por ciento de la población. (…) Hay más homicidios ocasionados por riñas, intolerancia o vandalismo que por acciones bélicas. (…) Sólo el 10 por ciento de la delincuencia, según la Policía Nacional, está asociada al conflicto. Lo demás es delincuencia común y organizada, en conexión con fenómenos como narcotráfico, pandillas o bandas criminales”.
Interesantes esos porcentajes si se tiene en cuenta que los colombianos llevan varios años comprando la versión capciosa de que las organizaciones guerrilleras son el principal factor de zozobra nacional. Pero ya asumida esa estadística por quienes dan las órdenes al Ejército, no estaría de más que, con la misma vehemencia con que se expresa el ministro de Defensa contra los dirigentes de la insurgencia que conversan con el Gobierno en La Habana, de vez en cuando nos informe de algún operativo contra las bacrim y nos dé el nombre aunque sea de uno solo de sus cabecillas. Que no se olvide que esos grupos de sicópatas forman parte del 90% de la criminalidad que nos azota.
Ojalá las conversaciones de La Habana adquieran la fluidez que los delegados del Gobierno le entorpecen sistemáticamente. Yo siento a unas Farc transigentes, potables, sin maximalismos, pero eso sí no dispuestas —ni necesitadas— de una rendición ante su interlocutor. Pero éste, algo que se percibe sin necesidad de estar allá, más parece negociando, delante de la comisión guerrillera, con una contraparte ausente representada desde aquí por el último expresidente.
Paul McCartney y el procurador. No me extraña que el procurador quiera encausar a Hollman Morris por haber transmitido, a través de Canal Capital, el concierto de Paul McCartney en Bogotá. No hay que olvidar que este sujeto fue cómplice por omisión, mientras formó parte de una pecaminosa banda musical de Liverpool, del hereje John Lennon cuando dijo que “los Beatles somos más populares que Jesucristo”.
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