Arturo Wallace
BBC Mundo, El Chirriadero
Lunes, 19 de noviembre de 2012
La cuesta es tan pronunciada que me dan ganas de bajarme de la mula, pero no me decido.
Después de todo, ella tiene más práctica y conoce mejor este camino, que lleva cada vez más adentro de las montañas del norte del departamento de Cauca, uno de los territorios emblemáticos del conflicto armado colombiano.
Llevamos horas andando en medio de un paisaje en el que los verdes picos de empinadas laderas se repiten se repiten y se repiten, y los profundos cañones se extienden hasta donde alcanza la vista.
Y sé que detrás de estas montañas hay más montañas todavía.
Yo mismo he descrito esta zona innumerables veces como un valioso refugio para la guerrilla y un importante corredor estratégico.
Y lo interminable de este accidentado paisaje confirma a la geografía como uno de los factores que les han permitido sostener esa lucha por casi medio siglo.
Después de todo, ésta nada más es una pequeña muestra de la enormidad y complejidad del territorio colombiano.
En este país, los Andes no son una cordillera, sino tres, y lo atraviesan de parte a parte.
Y las tupidas junglas del norte no tienen nada que envidiarles a las selvas de la inmensa amazonia colombiana.
Aviones contra montañas
"Ésta nada más es una pequeña muestra de la enormidad y complejidad del territorio colombiano."
El de Colombia es un territorio que está lejos de ser completamente domesticado.
Y las guerrillas todavía campean en las zonas remotas, marcadas la pobreza y la ausencia del Estado.
De toda su geografía, sin embargo, fue precisamente en estas montañas donde hace casi un año fue abatido el entonces máximo líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Alfonso Cano.
Y en la cima del cerro donde Cano se escondía en el momento en que fue atacado por las fuerzas especiales del ejército también hay pistas que pueden ayudar a comprender la evolución del conflicto armado.
De la casita que le servía de refugio al líder rebelde queda poco o nada y algunos de los cráteres producidos por las bombas que precedieron la llegada de los comandos aún son visibles en medio de los jóvenes cafetales.
Los campesinos de la zona no olvidan el ruido de las bombas ni el de las numerosas aeronaves que participaron en el ataque.
Son, precisamente, esos aviones y helicópteros los que en los últimos diez años le han conferido al ejército colombiano una ventaja militar que ahora parece irreversible.
Pero de ahí a poder controlar este vasto territorio hay una gran distancia.
Aislados
El ejército, por ejemplo, ha regresado muy pocas veces a estos cerros desde la muerte de Cano.
Mientras que los pequeños grupos de guerrilleros que se movilizan por estas montañas son una presencia mucho más constante.
En buena medida, éste sigue siendo su territorio. Saben que estamos aquí. Nos están observando.
Para nosotros, sin embargo, son una presencia invisible, protegida por el aislamiento de una zona que para conectarse con el resto del mundo todavía depende de animales.
Las mulas y los caballos son fundamentales para los campesinos de la zona: son su herramienta de trabajo, su conexión con puestos de salud, hospitales y mercados.
Tal es su importancia que el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) decidió enviar hasta acá una misión veterinaria, a la que estoy acompañando.
Efectivamente, por ser ésta una zona de conflicto, si no los atiende el CICR nadie se ocuparía de su salud, lo que repercutiría en el bienestar de sus dueños.
Un ejemplo más del aislamiento que es a la vez causa y consecuencia de la extraordinaria duración del conflicto armado colombiano.
Un aislamiento que no sólo protege a los rebeldes, sino que también les ha permitido sostenerse durante años.
Coca y reclutamiento
La falta de carreteras, por ejemplo, hace que el autoconsumo sea la razón de ser de la mayoría de los cultivos que se observan en las laderas de las montañas.
Y el tortuoso camino que estoy recorriendo a lomo de mula encarece notablemente los pocos productos que pueden llevar a los mercados cercanos.
Por eso no es de extrañar que entre los cultivos de café y los de caña de vez en cuando se vean pequeñas plantaciones coca, si bien aquí no son tan abundantes como en otras regiones del país o del mismo Cauca.
Y la coca, que para muchos campesinos colombianos sigue el único cultivo verdaderamente viable, se ha convertido también en la principal fuente de financiamiento de la guerrilla, en el combustible que ha permitido mantener ardiendo por tanto tiempo el conflicto armado.
Es también en este tipo de realidades donde los rebeldes concentran sus labores de reclutamiento.
Muchas veces, utilizan la fuerza. Pero a menudo son simplemente la opción más atractiva para jóvenes que no pueden aspirar a casi nada.
Es la suma de todos estos factores la que ha convencido a muchos de que el conflicto armado colombiano sólo puede terminar completamente por la vía del diálogo.
Y este viaje también está dejando otra cosa bien en claro: si Colombia quiere disfrutar de una paz duradera no se puede conformar con que las FARC depongan las armas.
Entre muchas otras cosas también tendrá que trabajar para que no sea tan difícil sacar el café que crece en montañas como en las que murió Alfonso Cano.
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