El cuatro de noviembre se cumple el
primer aniversario de la muerte de Alfonso Cano, sucesor de Manuel
Marulanda Vélez en la dirección de las FARC-EP, en las montañas del
Cauca, después de una intensa y desigual persecución, durante dos años, a
lo largo de la cordillera central, desde el Cañón de Las Hermosas en
los límites del sur del Tolima y el Valle de Cauca, hasta las selvas
caucanas. Cano sentó las bases para el proceso de paz que está en marcha
y diseñó una estrategia política para que las FARC hicieran presencia
en la lucha popular y de masas.
Hay distintas hipótesis de los acontecimientos que rodearon la muerte del comandante guerrillero por efectivos del Ejército y de la Policía Nacional, como la de monseñor Darío de Jesús Monsalve, arzobispo de Cali, quien asegura que fue fusilado en estado de indefensión. Existe también la versión, que un guerrillero de su más absoluta confianza lo entregó, después de haber sido sometido a chantajes por parte de organismos de inteligencia que amenazaron a su familia y le prometieron ayuda económica y legal. Lo cierto es que lo mataron cuando avanzaban los contactos con el Gobierno Nacional en la búsqueda de los acuerdos que condujeron, después de su ejecución, a la fase exploratoria ya culminada. ¿Cómo entender el golpe mortal contra Cano si estaba comprometido en la búsqueda de la solución política dialogada del conflicto? Es la pregunta que aún no tiene respuesta.
El presidente Santos, después de la muerte del comandante de las FARC-EP, le envió un mensaje al Secretariado y a Timoleón Jiménez, el nuevo Comandante, reconociendo que estos son los avatares de la guerra y que por consiguiente debían mantenerse los contactos entre las dos partes. Roberto Pombo, director de El Tiempo, contó antes de sucederse el hecho que una vez Santos le preguntó que si él fuera presidente y tuviera la oportunidad de ‘dar de baja’ a Cano qué haría. Pombo le respondió: “No lo haría porque él representa el ala política en las FARC”. El mandatario no hizo ningún comentario.
Desde la década de los ochenta del siglo pasado, en plena guerra sucia contra el Partido Comunista y la UNO en el Magdalena Medio, antes del genocidio de la Unión Patriótica, Guillermo León Sáenz, como era su verdadero nombre, tomó la decisión de vincularse a las FARC porque consideró agotadas las vías legales.
Así ocurrió con tantos jóvenes de la época, en su mayoría militantes de la JUCO, en momentos de auge de la lucha guerrillera en América Latina. No fueron guerrilleros de café como tantos otros sino consecuentes con lo que creyeron mejor para la lucha revolucionaria. Alfonso Cano murió en su ley y dejó un legado para los luchadores
revolucionarios.
MIRADOR en el Semanario VOZ
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