Por: Álvaro Forero Tascón, El Espectador
Hasta tanto no se deshaga el nudo gordiano de las negociaciones de paz, la agenda pública y la política estarán paralizadas.
Porque la paz es la raíz de muchos temas, y porque la política colombiana viene orbitando alrededor de las Farc desde hace catorce años.
El ímpetu reformista que traía el Gobierno, que venía frenándose por la necesidad de aplicarse a la ejecución y que se aplazó con el fracaso de la reforma a la justicia, le cedió casi todo el espacio político a la paz. Las variables esenciales de la política electoral dependen de la dinámica gobierno-oposición, y ésta gira sobre el desenlace del proceso con las Farc. Las elecciones presidenciales tendrán un alto contenido de referendo sobre los resultados en Cuba, porque así como la firma de un acuerdo asegura la reelección del presidente Santos, un hundimiento tardío del proceso puede detenerla. Las estrategias partidistas para las elecciones legislativas también dependerán de La Habana. Si a pocos meses de las elecciones el proceso ha perdido credibilidad, las posibilidades de que muchos congresistas busquen refugio en una lista uribista serán altas. Y si las Farc van a participar directa o indirectamente en las elecciones, la contienda será entre éstas y el uribismo. Las dinámicas de transfuguismo se definirían rápidamente una vez se conozca la suerte del proceso de paz.
En materia económica no se tomarán grandes decisiones hasta que se conozca el resultado, y el clima de inversión y de confianza de los consumidores dependerá de las percepciones sobre avances o retrocesos. Posiblemente, la principal razón para no poner a “chillar a los ricos”, como había prometido Santos con la reforma tributaria, fue no abrir dos frentes tan delicados al mismo tiempo, considerando que sin el apoyo de los empresarios no era posible sacar adelante la negociación con las Farc. Solo el discurso de Iván Márquez en Oslo, que aunque violatorio de las reglas de juego acordadas en La Habana era predecible, parece haber puesto el proceso en duda de algunos empresarios, que consideran que ya se están ahuyentando inversiones.
La estrategia internacional estará supeditada a las necesidades del proceso en Cuba, especialmente las relaciones con Venezuela. Y así la agenda con las Farc no los incluya, temas como minería, medio ambiente, narcotráfico e inversión social estarán supeditados al desenlace de la negociación. Pero el principal efecto que tendrá el éxito o fracaso de las conversaciones con las Farc será sobre la dirección ideológica de la agenda pública, que lleva años recostada sobre la derecha. Si se pasa del énfasis en seguridad al de la consolidación de la paz, la agenda se hará más progresista, aunque el nivel de acuerdo social para desarrollarla dependerá de la situación económica y de los niveles de violencia que se den en posconflicto, que en algunos países se han incrementado luego de la firma de acuerdos de paz.
El país tiene una larga historia de dejarles a las Farc sus principales decisiones políticas, pero el Gobierno lo sabe, y sabe que el tiempo —que corre en su contra— es el factor decisivo. Sabe, sobre todo, que después de un año las presiones electorales derrumbarán la parálisis, y si no hay resultados, el control de la política quedaría en manos de Uribe y de las Farc.
Álvaro Forero Tascón | Elespectador.com
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