Por: Alfredo Molano Bravo
Creo que el punto central del enredo sangriento que vivimos desde hace medio siglo es la imposibilidad de que la insurgencia armada se transforme en insurgencia civil.
Es decir, en un partido de oposición al sistema político real y no formal –término de Diego Montaña– que ha impedido la creación de esa fuerza y monopolizado el poder a través de un juego poco democrático, el bipartidismo.
El costo de esa ausencia ha sido altísimo: una corrupción incontrolable y una violencia represiva creciente, fenómenos que cobran vida en el narcotráfico, en el paramilitarismo y en la brutal desigualdad social. Belisario trató de romper esa máquina y abrir esa ventana. Le fue tan mal a él como a la UP. De hecho, liquidaron políticamente a Betancur y físicamente a la UP. Pero la solución sigue siendo válida y se diría más: es la única. La insurgencia no está en el plan de que su enemigo de siempre haga las reformas por las que ha peleado, quiere hacerlas ella y para eso necesita un aparato legal. El Gobierno –los gobiernos– quieren hacerlas a su manera y con las carencias desprendidas del consenso que tendrían que lograr con los gremios, incluido el militar. Una reforma tibia como la recomendada por don Fabricio en el Gatopardo de Visconti y Lampedusa: Démosle la argolla para que no nos corten el dedo. (El dedo de disparar, digo yo). Aunque ese tajo no sea posible hoy, el modelo de negociación tiende a llevar a cabo unas modificaciones “políticamente correctas”. Viables, dirían los progresistas. Sería lamentable que para Santos la negociación se convirtiera en una especie de sociedad para el cambio. Una socia. Por ahí no es la cosa, como diría López Pumarejo. Roy Barreras, presidente del Senado, hoy la voz cantante de Santos en el Congreso, va para allá: marco legal para la paz y apertura de caminos electorales para la participación política de las guerrillas.
Los obstáculos, como se ha dicho tantas veces y se sabe a ciencia cierta, son varios, pero dos son los más fuertes y violentos: los políticos profesionales y los militares. Digámoslo de buenas maneras: algunos gamonales y algunos altos oficiales crearon a los paramilitares para no ceder el poder que ejercían en nombre de los verdaderos beneficiados el statu quo: ganaderos, banqueros, grandes empresarios. Para ser justos, hay que añadir que los llamados estadistas y los generales se escandalizaban pero nada hicieron –o nada podían hacer– y se callaron bendiciendo el modelito político. O comulgando con él. Total: 20 años más de muertos, como dijo Cano. El nudo es ese. Hoy la fuerza compuesta por gamonales y altos oficiales en retiro –o activos– ha creado el Puro Centro. Desde las guerras civiles un movimiento político no contaba con el apoyo de un sector militar. Con un apoyo –digo– tan sincero y tan decidido. Es cierto que algunos de los políticos que se asociaron al paramilitarismo están en la cárcel o pueden ser enguandocados. Faltan muchos. Cierto es también que hay militares que tienen a los que se les han dado los casinos por cárcel. Faltan casi todos. Y sobre todo, falta el sello con que fue aherrojado el negocio de asistencia recíproca y mutuo apoyo que incluyó –¡cómo no!– al narcotráfico.
Se está cerca de jalar la cobija y destapar la siniestra alianza y si Santos no lo hace, terminaría arropándose con ella. Por ahora confiemos en que maneja como ninguno la talla y que como ninguno, quiere la gloria. Si logra que ni militares ni políticos se le atraviesen, o si lo hacen, los derrote o neutralice, el país será otro y se podrá entonces construir un Estado capaz de alojar todos los conflictos civiles y de hacer innecesarios los armados.
Elespectador.com| Elespectador.com
Publicar un comentario