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Los cuarenta y ocho años de lucha que cumplimos las FARC-EP este 27 de mayo son
la mejor demostración de que un pueblo consciente, organizado y disciplinado no
puede ser vencido ni siquiera por los más poderosos enemigos. Desde Marquetalia
a la fecha, las crecientes y cada vez más entrenadas fuerzas armadas
colombianas han estado tras nosotros en una feroz actividad predadora, contando
a su vez con la asesoría militar del Pentágono y la ayuda financiera de los Estados
Unidos. Cada uno de los sucesivos gobiernos oligárquicos que ha prometido
vencernos, ha visto frustrados sus propósitos y dejado en cambio tras de sí un
país ensangrentado.
Las clases dominantes colombianas poseen muy mala memoria cuando se trata de recordar
sus crímenes, a los que endilgan además un nombre emblemático a fin de hacer
desaparecer sus culpas. A la primera matanza generalizada por el despojo de las
mejores tierras, promovida en la cuarta década del siglo pasado, le pusieron el
nombre de La Violencia, expresión mágica que sirvió para ocultar a
terratenientes, empresarios, gamonales, generales y agentes norteamericanos y
locales de la guerra fría, verdaderos azuzadores y ejecutores de la aterradora
mortandad que les permitió enriquecerse bajo la institucionalidad del estado de
sitio.
Cincuenta años después inventaron la historia de una disputa territorial por el
control de los cultivos ilícitos entre distintos actores armados. De ese modo,
cubriendo a unos y otros con el mote de los violentos, pretendieron disimular
la configuración de un modelo de acumulación de capital fundado en el despojo
violento de la propiedad agraria y en el abierto desconocimiento de las
condiciones de trabajo conquistadas en el pasado por la fuerza de trabajo nacional.
El terror paramilitar desplazó millones de campesinos y golpeó de manera
despiadada al movimiento sindical colombiano. Siempre ha estado inspirado desde
el poder y sirviendo a sus intereses.
No puede mirarse en Colombia el fenómeno del narcotráfico y las mafias como una
trágica desgracia que cayó quizás por obra de qué pecado sobre el país, y menos
ir imputándole la responsabilidad por todos los males que nos aquejan. Con ese
discurso se oculta que los dineros del narcotráfico se convierten en tierras,
inundan la banca, las finanzas, las inversiones productivas y especulativas, la
hotelería, la construcción y la contratación pública, resultando funcionales y
hasta necesarios en el juego de captación y circulación de grandes capitales
que caracteriza al capitalismo neoliberal de hoy. Igual pasa en Centroamérica y
Méjico.
Por lo mismo, mafias y paramilitarismo hacen parte del modelo violento de
acumulación y terror que caracteriza la actual fase neoliberal del capitalismo.
Nada tienen que ver con la lucha popular, se hallan al servicio de sus más
encarnizados enemigos. Pretender como se hace hoy que el conflicto armado
colombiano hunde sus raíces en el narcotráfico desconoce una realidad
incontrastable. Desvía la atención hacia el lado equivocado. Las distintas
etapas de la guerra contra las drogas implementada con el Plan Colombia han
puesto de presente su propósito de clase. Golpear a las FARC envuelve la
persecución a todas las luchas del pueblo colombiano.
Los verdaderos responsables de toda la infamia padecida por Colombia son los
propietarios del capital y de la tierra, que siglo tras siglo reservan a los de
su linaje el derecho exclusivo a ampliar aún más sus fortunas y gobernar el
país, a costa del trabajo y el sudor de la inmensa mayoría de compatriotas
desposeídos y violentados por soñar con cambiar el orden de cosas heredado.
Mediante una fachada de democracia formal, mal esconden el verdadero carácter
del régimen político impuesto. Ellos implementaron en nuestro país la práctica
del terrorismo para defender a sangre y fuego sus privilegios. Pero llaman
terroristas a quienes buscan justicia.
En la actualidad dirige los destinos del país un típico representante de esa
élite extranjerizada e indolente. Juan Manuel Santos practica como el mejor, aquello
de llamar por eufemismos a las cosas a fin de transformarlas en algo distinto.
Bautizó el llamado Plan de Desarrollo de su administración con el nombre de
Prosperidad para todos, cuando éste está concebido, de principio a fin, para el
beneficio de los poderosos capitales transnacionales y los sectores de la
economía local que orbitan como satélites en torno a él. Y aunque afirma
haberse convertido en un traidor a su clase, sus medidas de gobierno apuntan a
enriquecerla mucho más.
Suele decir que aspira a convertirse en el Presidente que consiguió pacificar
el país y se declara amigo de buscar una salida política a la confrontación.
Pero ni uno solo de sus actos de gobierno ha demostrado algún propósito de
atenuar las causas generadoras del conflicto. Su ley de víctimas y restitución
de tierras conmueve por su inoperancia, a la par que crecen los crímenes contra
campesinos y organizaciones que aspiran a recobrar sus tierras. Ha hecho
carrera en los medios la existencia de un supuesto ejército anti restitución,
el cual no ha sido golpeado de ningún modo por los comandantes de Ejército y
Policía que con tanto ahínco combaten las guerrillas.
La supuesta inversión legal de la carga de la prueba a favor de los despojados
fue convertida en su decreto reglamentario en un simple respaldo estatal a la
búsqueda de pruebas, burlándose frontalmente del significado de las palabras. Y
ya fue demostrado en el Congreso de la República que las abultadas cifras sobre
restitución en realidad correspondían a viejos programas alternos del
Ministerio de Agricultura que nada tenían que ver con ellas. Ha sido tan
desafortunado el curso de esta ley que difícilmente va a servirles a los
titulares de grandes proyectos agropecuarios para poner en regla la propiedad
de las tierras a la que aspiraban.
No se entiende cómo puede hablar de paz un gobierno que ha hecho de la
convivencia de las bandas criminales con la Policía y el Ejército la renovación
de la vieja actividad paramilitar. Y que continúa adelante y con mayor sevicia
la ocupación militar de inmensas regiones del país destinadas a ser entregadas
en condiciones leoninas a inversionistas extranjeros, al costo de desterrar a
las comunidades indígenas, afro descendientes, campesinas y mineras que las han
poseído y explotado ancestralmente. Un gobierno que con tal de facilitar
fuentes de energía baratas al capital extranjero no vacila en atentar contra
ecosistemas como el río Magdalena.
En procura de salvar la responsabilidad del régimen político y sus personeros
en la actividad criminal contra el movimiento popular, el Presidente vocifera
acerca de una supuesta mano negra, enemiga de la paz y la reconciliación, que
se dedica a asesinar a diestra y siniestra. Al hacerlo confiere existencia
tangible a una actividad terrorista supuestamente anónima y omnipresente, capaz
de disciplinar a los opositores mediante el miedo y la muerte. Dicha fuerza
escapa a cualquier control judicial, político o social y exculpa a su gobierno
de cualquier crítica por violación de los derechos humanos. A eso precisamente
se le conoce como terrorismo de Estado.
Sin el menor sonrojo, con la argumentación fácil de trabajar el camino hacia la
paz, este gobierno promueve de manera transitoria en la Constitución un marco
legal bajo cuya excusa introduce la impunidad para militares y policías
involucrados en crímenes horrendos, bajo la absurda pretensión de obrar de modo
correspondiente con el tratamiento conferido a los alzados. Como quien dice,
aquí en Colombia no ha pasado nada. En otra de sus reformas intenta introducir
la santificación del fuero militar de impunidad, a fin de dotar a su aparato
oficial de exterminio de todas las garantías para su exculpación por las
atrocidades cometidas y por cometer.
Pese a que al obtener la aprobación de su Plan de Prosperidad para todos
anunció que destinaría más de veinticinco billones de pesos para la reparación
de los daños ocasionados por las catástrofes invernales, a las que llamó
maldita niña, los habitantes de Gramalote en Norte de Santander van a completar
dos años esperando la ayuda prometida. Del mismo modo ocurre con los cientos de
miles de damnificados que ven como las aguas arrastran de nuevo lo poco que les
habían dejado. De su locomotora de vivienda y ciudades amables queda la promesa
de regalar cien mil viviendas a los pobres. Cabe imaginar el entorno, el tamaño
y calidad de ellas.
Recién celebró la entrada en vigencia del TLC con los Estados Unidos, al que se
sumarán los firmados con la Unión Europea y Corea del Sur, ya anunciaba un
acuerdo semejante con China. La desindustrialización del país, el aumento del
desempleo y la informalidad, la invasión de mercancías extranjeras de bajo
costo, la ruina de las actividades agropecuarias, la dilapidación de nuestra
biodiversidad, cultura y conocimientos ancestrales de las comunidades
autóctonas, hacen parte del precio que tendremos que pagar los colombianos
distintos a los poderosos monopolios inversionistas que supuestamente
conseguirán penetrar los gigantes mercados del extranjero.
Algo está claro en los actos del gobierno continuista de Santos, que al reñir
con su antecesor pretende posicionarse como progresista sin diferenciarse en la
realidad de él. Su mayor preocupación la constituye servir en bandeja el país
al gran capital transnacional para que se apodere de los tres sectores de
nuestra economía, a la par que entregar a inversionistas privados la mayor
parte de los servicios y deberes a cargo del Estado. Como neoliberal confeso,
el Presidente hace parte de quienes consideran que al permitir la acumulación
excesiva de riqueza en una pequeña élite, la fortuna rodará finalmente hasta
llegar a los más necesitados.
Es por ello que ninguna de sus reformas ha apuntado a algo que no sea la
facilitación de las condiciones de inversión y explotación para los monopolios
transnacionales. Desde la ley del primer empleo, la sostenibilidad fiscal, el
régimen de regalías, los planes para la educación superior y la salud, hasta
las proyectadas reformas de tierras, pensiones y tributaria, todas lesionan
gravemente las condiciones económicas de los colombianos del montón, pese a ser
presentadas como la redención para ellos. También ello explica la sumisión y el
aplauso del gobierno colombiano ante el accionar violento del imperialismo en
diferentes lugares del mundo.
Todo lo cual conduce a comprender su culto a la guerra. A nadie que esté en
desacuerdo con el proyecto de país que el imperio y los de su clase conciben,
se le deben garantizar sus derechos a opinar y proponer opciones políticas. La
gran prensa y los aparatos formales e informales de terror cumplen con el papel
de destruir cualquier esfuerzo de organización de los de abajo. La manifiesta
hostilidad de la fuerza pública y el bloque de poder en pleno contra la
reciente experiencia de la llamada Marcha Patriótica que ya comienza a cargar
sus primeros muertos, pone de presente la ruindad de la democracia colombiana y
la vigencia indiscutible de la lucha armada de su pueblo.
Frente a lo cual sorprende la actitud de la denominada izquierda democrática
que no vacila en alinearse del lado del poder. El Vice presidente Angelino, que
aún no alcanza a comprender por qué fue elevado a esa inútil posición, se cree
de verdad gobierno y condena antes que él cualquier manifestación auténtica del
movimiento popular, al que exige comportarse como esperan los de arriba.
Traidor a su clase, simple anzuelo para la cooptación y la conciliación de los
sectores medios y el sindicalismo venal, despreciado tras usado, todavía cree
tener derecho a representar a los trabajadores. La misma actitud de toda esa
izquierda vergonzante que rodea a Santos.
Las FARC-EP no iniciamos esta guerra, nos fue declarada por la oligarquía que
gobierna a Colombia. Cada vez que el eco de nuestra propuesta de una salida
política ha tomado suficiente fuerza para imponer unos diálogos encaminados a
la paz, el poder se ha negado a considerar la remoción de las causas que dan
lugar al conflicto, cerrando de un portazo violento las posibilidades de
reconciliación. El país no olvida que tras cada proceso frustrado ha
sobrevenido la promesa de aniquilarnos y la agudización de la guerra a extremos
inéditos. Las FARC persistimos porque un inmenso clamor popular de justicia
alimenta y acompaña nuestro sacrificio.
Santos simplemente repite lo que han hecho siempre los de su clase. Nos exige
una vez más la entrega y el desarme, a cambio de admitir a medias nuestro
ingreso a su podrido régimen político. Sin desmontar ni un ladrillo de su
aparato terrorista de dominación. Sin que se afecte en nada su proyecto de país
colonial y empobrecido. Como si nosotros pudiéramos a cambio de miserables
prebendas personales, volver la espalda al sentir de millones de compatriotas
hundidos en la desesperación y la violencia. Como si el destino natural del
pueblo colombiano fuera el de trabajar eternamente para el enriquecimiento de
una élite privilegiada. Así no vamos a ninguna parte.
Las FARC-EP, a los 48 años de lucha armada rebelde, reiteramos al pueblo de
Colombia nuestro juramento de vencer. Jamás nos sumaremos a la campaña por
legitimar y honrar el capitalismo y el terror de Estado que se hacen llamar
democracia en nuestro país. Sabemos que no estamos solos, hasta nosotros llega
el rumor de inmensas masas humanas que avanzan inconformes y decididas, por
encima de las amenazas y la represión, exigiendo cambios profundos. Se trata de
un clamor universal. Por la conservación del planeta y nuestra especie, por
darle a los hombres y mujeres un sentido diferente al de vulgar capital humano,
por una paz efectiva y justa.
Los más recientes efectos del libre comercio son las desgracias de los pueblos
de Irak, Palestina, Afganistán, Libia, Egipto, Túnez, Honduras, y Méjico, para
no hablar de España o Grecia. Destrucción, muerte y horror tejidos con los más
bellos discursos sobre las virtudes de la democracia de mercado. Saqueo y miedo
garantizados por la amenaza militar de la OTAN y los marines. A los pueblos se
los aplasta sino sirven a los planes imperiales. Un saludo de solidaridad a
todos ellos. Y gloria eterna a la resistencia de los pueblos de Irán, Siria,
Corea del Norte, Cuba y Venezuela, asediados, dignos y triunfantes frente a la
brutal agresión imperialista.
Todos los hombres y pueblos seremos algún día hermanos.
¡Con Bolívar! ¡Con Manuel! ¡Con el pueblo!... ¡ Al poder!
¡Contra el Imperialismo! … ¡Por la Patria! ¡Contra la oligarquía! … ¡ Por el
Pueblo!
¡Somos FARC! … ¡Ejército del Pueblo!
Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP
Montañas de Colombia, 27 de mayo de 2012.
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FARC-EP: 48 AÑOS DE LUCHA ARMADA REBELDE
Written By Unknown on domingo, mayo 27, 2012 | domingo, mayo 27, 2012
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