Por:
Kien&Ke (Enviado por Libertadlos5.estocolmo)
Texto de Pacho Escobar.
El
día en que Lía Esneda Ruiz se casó con un negro chocoano, sus padres advirtieron
hasta dónde podía llegar su hija. La joven, de ojos azules y piel blanca como la
porcelana, contaba 17 años. Su prometido, 8 años mayor, se llamaba Zalubón
Córdoba y era director de la escuela de Puerto Valdivia (Antioquia). A Lía la
cautivaron las finas maneras de expresarse de aquel hombre con quien solía
compartir libros que la había enamorado con astucia y elegancia. Zalubón, por su
parte, quedó flechado con los ojos claros y el pelo rubio de Lía. Estaba
dispuesto a lograr algo que parecía imposible: robarle el amor a la hija de
aquella familia paisa que había jurado nunca dejar entrar un negro a casa.
Mientras
más se oponían a su noviazgo, a la jovencita más le gustaba ese hombre nacido en
Negua, un humilde caserío a orillas del río Atrato. Hasta el sacerdote de Puerto
Valdivia le aconsejaba tener cuidado y no dejarse enredar de Zalubón.
Fueron
ocho meses de noviazgo. Se casaron por la iglesia, como debía de ser, en la
parroquia La Sagraría de Medellín. Los padres de la novia la acompañaron a
regañadientes y les dieron su bendición. Zalubón logró ganarse el respeto de la
familia de Lía, pero nunca el aprecio verdadero. Pronto llegó el primer hijo, a
quién bautizaron con el nombre del padre. Pero el bebé murió a los cuatro meses
de nacido. La segunda fue Piedad Esneda Córdoba Ruíz, nacida en el barrio
Manrique Oriental. Ocho hijos más completaron la familia, que durante más de 30
años vivió en el sector de La Floresta.
Cuentan
que una tarde, mientras Lía paseaba por el parque de La Floresta llevando a
Piedad de la mano, una vecina se les acercó con la intención de hacer amistad y
preguntó:
—¿Y
esta morenita de quién es hija, se la cambiaron?
—Mis
hijos pueden ser verdes si se quiere, pero los respetás porque son iguales que
tus hijos y hasta mejor criados —respondió Lía con furia. Aquella tarde todo el
vecindario conoció su carácter. Era una mujer amigable que se convertía en una
fiera cuando alguien hacía comentarios racistas.
Lía dedicó su vida a la docencia y la crianza de diez hijos. Hoy sigue siendo el bastión de la familia.
Piedad
recuerda un día en que salió a jugar y regresó llorando a casa para decirle a su
mamá que no quería volver porque los niños le decían apodos como ‘negra
espantalavirgen’ y ‘negro mis zapatos’. Lía reunió a sus hijos en la sala y con
tono enérgico les dijo que si volvían llorando como Piedad, no saldrían más a la
calle, porque era el colmo que las burlas por su color de piel los
‘achicopalaran’. La gente es gente, les dijo, por lo que tiene por dentro, por
su espíritu trabajador, por su sabiduría. Desde ese día, en el subconsciente de
Piedad se fue formando aquel valor que la ha caracterizado en su vida política:
hacer respetar el derecho a la igualdad.
En
contra de la opinión de su esposo, cuando nació el quinto hijo, Lía decidió
volver a trabajar. Piedad ya estaba grande y podía cuidar a los menores. En 1961
fue nombrada profesora en propiedad de la escuela Santa Lucía. Dictaba clases en
la jornada de la mañana y en las tardes cuidaba a sus hijos. Mientras tanto,
Zalubón fue nombrado profesor de sociología en la Universidad Bolivariana. Años
más tarde haría un posgrado en Ciencias Económicas en la Universidad de los
Andes. Llegó a ser decano de la Facultad de Sociología de la Universidad
Bolivariana de Medellín.
Exprimiendo
al máximo sus sueldos y ayudados por préstamos bancarios, Lía y Zalubón sacaron
a sus nueve hijos profesionales: Piedad, abogada; Augusto, ingeniero; Adolfo,
licenciado en educación física; Byron Oswaldo, economista; Álvaro,
economista; Gloría, ingeniera agropecuaria; Martha, estadística; Sandra,
abogada, y José Fernando, administrador de empresas. A mediados de los años
ochenta, Lía puso el grito en el cielo porque Piedad abrió un bar para ayudarse
a pagar sus estudios y los de sus hermanos. Pero Piedad había heredado el
carácter de Lía y el negocio se abrió. En la Avenida San Juan de Medellín
comenzó a ser reconocida la taberna ‘Mi viejo San Juan’, atendida por su
propietaria y tres hermanos más.
El
lugar fue noticia en la radio por un petardo que hizo volar en pedazos las
puertas del sitio. La madre, asustada, les dijo a sus hijos que debían cerrar.
Piedad ya había incursionado en la política. Hacía parte del Partido Liberal y
era la piedra en el zapato de los políticos tradicionales. Pero necesitaban
trabajar y estudiar, entonces inauguraron otra famosa taberna llamada Habana
Club.
Zalubón Córdoba, a la izquierda con Piedad, fue decano de la Facultad de Sociología de la Universidad Bolivariana de Medellín.
Zalubón Córdoba, a la izquierda con Piedad, fue decano de la Facultad de Sociología de la Universidad Bolivariana de Medellín.
La
matrona de la casa Córdoba Ruíz siguió dedicando su vida a la docencia. Fue
profesora y directora en escuelas de primaria de Copacabana, El Poblado, La
Floresta y Belencito. En algunos colegios, como en la institución Santa Lucía,
trabajó 18 años.
El
21 de mayo de 1999 al mediodía, en una de la escuela de Belencito, Lía vio que
sus compañeros de trabajo se secreteaban entre ellos. De pronto, cuando
comenzaron a dar los titulares del noticiero, se dio cuenta de que su hija
Piedad había sido secuestrada. De inmediato llamó a todos sus hijos, los reunió
en su casa y juntos esperaron noticias sobre quién se la había llevado. Tres
días después, Lía redactó un mensaje a los medios, exigiendo a los captores que
se pronunciaran. En la tarde de aquel sábado, el comandante paramilitar Carlos
Castaño se atribuyó el secuestro, que duró 16 días. Con ese episodio supo que
vendrían muchos momentos difíciles.
Pocas
veces se le ha visto llorar. Pero no pudo contener las lágrimas aquel 10 de
enero de 2008, cuando su hija Piedad logró la liberación de Clara Rojas y
Consuelo González, las primeras personas liberadas en el marco del Acuerdo
Humanitario. Un mes más tarde, con el corazón latiendo a mil, llena de orgullo,
vio cómo Piedad lograba que volvieran a la libertad Gloria Polanco, Jorge
Eduardo Gechem, Orlando Beltrán y Luis Eladio Pérez, quienes llevaban más de
seis años en cautiverio.
Durante
todos estos años, las alegrías se han confundido con las tristezas y los
disgustos. Zalubón murió en los años noventa, por lo que a Lía le ha tocado
soportar sola el hecho de ser madre de una de las mujeres más criticadas del
país. El ejercicio voluntario de su hija, se convirtió en el karma de la
familia. Aunque muy pocos en la calle reconocen quién es la madre de Piedad
Córdoba, ella sufría al escuchar los improperios de mucha gente que no veía bien
sus acciones. El temperamento de las dos chocó y rebozó la copa el día que a uno
de sus hijos le fue rechazada la hoja de vida al saber que era hermano de
Piedad. De nuevo doña Lía la llamó a casa y con la sabiduría que dan los años y
su marcado acento paisa le hizo saber lo que sentía:
—Piedad,
cómo es posible que vos sigas en una lucha en la que lo único que has recibido
son persecuciones y bofetadas. Cómo es posible que no pensés ni en tu familia y
peor aún, en vos misma, en tu salud, en tu integridad. Ya es hora que dejes a un
lado esta situación. Me tiene arrugado el corazón la pensadera de lo que te
pueda pasar. Ahora vea esto, la gente se da cuenta quiénes son tus hermanos y la
cogen contra ellos.
Ante
semejante regaño, Piedad ofreció cambiarse el apellido. Lía le contestó que esa
no era la solución. Y la volvió sermonear por poner el pellejo y no obtener a
cambio ni siquiera las gracias. Luego de discutir dejaron de hablar durante una
semana. Nunca habían estado tanto tiempo alejadas. Pronto volvieron a hablar.
Ambas saben que comparten el temperamento, el mismo que Piedad formó en su
niñez, en el parque La Florida, cuando paseaba junto a su madre tomada de la
mano.
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