Walter Teagle de la Standard Oil de Nueva Jersey (Exxon) enserió el petróleo en Colombia. Ante todo refinador, carecía de crudo propio y buscaba fuentes. Diseñó una estrategia mundial de búsqueda mientras aquí algunos amateurs promovían concesiones que, fruto de influencias y olfato, habían obtenido del gobierno. En 1918 se encontró petróleo en la Concesión de Mares. Pura selva. Tomó algún tiempo estimar cuanto había en el subsuelo y precisar el marco jurídico, primer paso para todo en Colombia. En 1926 se completó el oleoducto de la Andean hasta Cartagena, enlace tan importante como el hallazgo mismo.
Entre el miedo a dejar buscar y la incapacidad técnica y financiera para hacerlo por cuenta propia, Colombia fue enterándose, envidiosa e incrédula, que en materia de hidrocarburos no era Venezuela. Había, pero no tanto. En los años sesenta del siglo pasado la producción alcanzó 200 mil barriles diarios, al final de los ochenta 400 mil y al final de los noventa 800 mil.
La construcción de oleoductos acompañó incrementos y picos.
Caño Limón-Coveñas y Ocensa fueron ejemplos emblemáticos de rápida respuesta a la urgencia de comercializar descubrimientos.
Con el primero (1985), se logró en tiempo récord llevar crudos a Barrancabermeja y Coveñas desde la lejana Arauca, poniendo fin a un aciago periodo durante el cual se perdió la autosuficiencia petrolera.
El segundo (1997), trepó sobre los Andes para conducir a puerto el petróleo de los yacimientos más grandes encontrados hasta ahora en Colombia (Cusiana-Cupiagua). Don Sancho Jimeno hubiese querido contar con igual eficacia para oponerse a los piratas que atacaron a Cartagena en 1697.
Los tubos de Petrólea y Tibú a Santa Marta y Coveñas, el Transandino de Orito a Tumaco, el Central de los Llanos desde el piedemonte casanareño y el oleoducto Colombia para los crudos del Huila fueron a su vez respuestas. Represamiento de hallazgos ha significado carrotanque, siempre con deterioro de las frágiles vías y protestas del vecindario. Malo el recuerdo del crudo Castilla transitando por la carretera Bogotá-Villavicencio.
Están por repetirse ese y peores ejercicios. Con los petróleos pesados del gran eje entre el sur de Villavicencio y el confín del Meta, Colombia se acerca a las grandes ligas: a la de los productores de más de un millón de barriles diarios (19) y las reservas para sostenerlos. Abandonaría su tradicional ranking de país con petróleo para pasar a ser país petrolero. Tanta belleza requiere oleoductos.
El Llano, donde mes a mes se amplían las reservas probadas, cuenta con Ocensa (550 mil barriles por día) y con Caño Limón-Coveñas (250 mil b/d), que utiliza al 35% de su capacidad.
El ya retardado oleoducto Bicentenario, paralelo a la cordillera Oriental, recogerá crudos para coparlo. Mientras tanto, operadores acosados por sus inversionistas, numerosos en la Bolsa de Toronto, mueven crudo por camión. Costoso ejercicio. Se prevén retrasos en el desarrollo de campos descubiertos, incluyendo los de Ecopetrol. Sin oleoductos se ahoga el potencial. De ellos depende el arranque en forma de la locomotora petrolera.
La solución está dada: terminar prontamente el Bicentenario, doblar Caño-Limón Coveñas, ampliar Ocensa. Son capítulos sucesivos de una historia repetida históricamente con buen éxito en Colombia: tubos nuevos para producciones nuevas. Con el liderazgo del primer beneficiado, Ecopetrol, habría que proceder aún más aprisa. Urgencia que por fortuna trae el pan bajo el brazo.
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