Quién te recluta a la fuerza
Por Rubén Zamora
Si todos los que vamos a la guerra, fuésemos bajo reales dictados de conciencia, habría un contraste entre esta, como instrumento de dominación del régimen, y la fuerza necesaria para ejecutarse. Pocos optarían empuñar las armas oficiales sabiendo que puede ser una ofrenda inútil al supremo Dios de la ganancia de los poderosos dueños del capital y del poder político. Una clase que no envía ni uno solo de los suyos al campo de batalla. Distinto, quienes nos hemos levantado en armas inspirados en ideales redentores, de libertades democráticas, soberanía, de justicia y felicidad social.
Hago esta reflexión, porque se le atribuye a la insurgencia el reclutamiento forzado. En una reciente campaña nacional enervaron a una parte de la juventud, especialmente, ante una supuesta amenaza de reclutamiento forzado de lo que llaman grupos armados ilegales. Y bien, vale la pena hacer un debate nacional sobre este tema, especialmente a nivel de padres de familia, de las instituciones educativas, organizaciones defensoras de los Derechos Humanos, entes académicos, organizaciones protectoras de la familia, de las comunidades campesinas e indígenas y todas las que propugnan por la salida política al conflicto interno.
Y es que, el responsable del reclutamiento forzado, es el Estado; las instituciones militares, policiales y su engendro paramilitar del que igualmente se usufructúa el narcotráfico. ¿A caso el servicio militar en Colombia no es obligatorio? ¿No convirtieron los colegios en canteras de jóvenes para la guerra sufriendo cambios inesperados en su modo de vida, interviniendo su perspectiva educacional y profesional, sus relaciones interpersonales y sometiéndoles a un ambiente cruel y extraño donde demasiados son los sacrificios y ninguna la recompensa? ¿Ha sido premiada la patria cuando los envían a guarnecer la seguridad de empresas transnacionales bajo las órdenes de mercenarios norteamericanos o de una burocracia militar corrupta que vive de la guerra, o cuando derraman su sangre en los campos de batalla?
¿Puede una familia sentir honor que haya dado la sangre de un joven a la guerra defendiendo estas instituciones tan pútridas por la corrupción, al servicio del gran capital, que han sembrado a millones de colombianos en la exclusión social, la pobreza e indigencia? ¿Qué hace el Estado para la formación de los valores, de “una ética como aptitud ineludible en la búsqueda del desarrollo y la paz”?, como lo afirmó el Presidente, Juan Manuel Santos, en su alocución del 20 de julio instalando la nueva legislatura. Ni poseen valores de ética y moral ni es una verdadera máxima del actual gobierno alcanzar la paz.
Es que la guerra no es una determinación de la sociedad sino del Estado y unas minorías que representa. Ha sido impuesta a las mayorías por acción y por efecto. La degradación del conflicto, es fruto de las graves desigualdades y problemas sociales y de una estrategia antisocial del régimen.
Decenas de miles de jóvenes son reclutados a la fuerza o empujados por las circunstancias. De ahí que la objeción de conciencia no deja de ser un esfuerzo un tanto solitario e insuficiente. El problema no es eludir el servicio, es parar la guerra. Esta forma de reclutamiento es una manera de violar los derechos humanos y de incrementar la fuerza para la confrontación. Se han preguntado, ¿cuántos jóvenes militares han muerto en la última década? Es muy superior el resultado ante el de la guerra de Irak, que ha sido un fracaso reconocido mundialmente. Analistas infieren que el gasto militar oficial en los últimos diez años es superior a los 184 billones de pesos, cifra por demás escandalosa de un estado deficitario y una sociedad con graves desigualdades sociales.
De ahí que la solución política y la paz sea el camino por que se encause la juventud, sin duda, es este el que les permita ejercer una verdadera dinámica protagónica en la construcción de su destino. Que por este propósito se activen todas las iniciativas, contactos, redes sociales, formas de organización y expresión, todo ese acumulado de rebeldía y dinámicas que todo lo puedan porque un sueño tan humano ha de ser ineludible.
La juventud es esperanza de la patria nueva, es hora que desate su irreverencia creadora y se llene de honor y gloria.
Por Rubén Zamora
Si todos los que vamos a la guerra, fuésemos bajo reales dictados de conciencia, habría un contraste entre esta, como instrumento de dominación del régimen, y la fuerza necesaria para ejecutarse. Pocos optarían empuñar las armas oficiales sabiendo que puede ser una ofrenda inútil al supremo Dios de la ganancia de los poderosos dueños del capital y del poder político. Una clase que no envía ni uno solo de los suyos al campo de batalla. Distinto, quienes nos hemos levantado en armas inspirados en ideales redentores, de libertades democráticas, soberanía, de justicia y felicidad social.
Hago esta reflexión, porque se le atribuye a la insurgencia el reclutamiento forzado. En una reciente campaña nacional enervaron a una parte de la juventud, especialmente, ante una supuesta amenaza de reclutamiento forzado de lo que llaman grupos armados ilegales. Y bien, vale la pena hacer un debate nacional sobre este tema, especialmente a nivel de padres de familia, de las instituciones educativas, organizaciones defensoras de los Derechos Humanos, entes académicos, organizaciones protectoras de la familia, de las comunidades campesinas e indígenas y todas las que propugnan por la salida política al conflicto interno.
Y es que, el responsable del reclutamiento forzado, es el Estado; las instituciones militares, policiales y su engendro paramilitar del que igualmente se usufructúa el narcotráfico. ¿A caso el servicio militar en Colombia no es obligatorio? ¿No convirtieron los colegios en canteras de jóvenes para la guerra sufriendo cambios inesperados en su modo de vida, interviniendo su perspectiva educacional y profesional, sus relaciones interpersonales y sometiéndoles a un ambiente cruel y extraño donde demasiados son los sacrificios y ninguna la recompensa? ¿Ha sido premiada la patria cuando los envían a guarnecer la seguridad de empresas transnacionales bajo las órdenes de mercenarios norteamericanos o de una burocracia militar corrupta que vive de la guerra, o cuando derraman su sangre en los campos de batalla?
¿Puede una familia sentir honor que haya dado la sangre de un joven a la guerra defendiendo estas instituciones tan pútridas por la corrupción, al servicio del gran capital, que han sembrado a millones de colombianos en la exclusión social, la pobreza e indigencia? ¿Qué hace el Estado para la formación de los valores, de “una ética como aptitud ineludible en la búsqueda del desarrollo y la paz”?, como lo afirmó el Presidente, Juan Manuel Santos, en su alocución del 20 de julio instalando la nueva legislatura. Ni poseen valores de ética y moral ni es una verdadera máxima del actual gobierno alcanzar la paz.
Es que la guerra no es una determinación de la sociedad sino del Estado y unas minorías que representa. Ha sido impuesta a las mayorías por acción y por efecto. La degradación del conflicto, es fruto de las graves desigualdades y problemas sociales y de una estrategia antisocial del régimen.
Decenas de miles de jóvenes son reclutados a la fuerza o empujados por las circunstancias. De ahí que la objeción de conciencia no deja de ser un esfuerzo un tanto solitario e insuficiente. El problema no es eludir el servicio, es parar la guerra. Esta forma de reclutamiento es una manera de violar los derechos humanos y de incrementar la fuerza para la confrontación. Se han preguntado, ¿cuántos jóvenes militares han muerto en la última década? Es muy superior el resultado ante el de la guerra de Irak, que ha sido un fracaso reconocido mundialmente. Analistas infieren que el gasto militar oficial en los últimos diez años es superior a los 184 billones de pesos, cifra por demás escandalosa de un estado deficitario y una sociedad con graves desigualdades sociales.
De ahí que la solución política y la paz sea el camino por que se encause la juventud, sin duda, es este el que les permita ejercer una verdadera dinámica protagónica en la construcción de su destino. Que por este propósito se activen todas las iniciativas, contactos, redes sociales, formas de organización y expresión, todo ese acumulado de rebeldía y dinámicas que todo lo puedan porque un sueño tan humano ha de ser ineludible.
La juventud es esperanza de la patria nueva, es hora que desate su irreverencia creadora y se llene de honor y gloria.
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